Ira populista pone de cabeza política a ambos lados del atlántico

LONDRES – De Bruselas a Berlín y Washington, dirigentes del mundo democrático de Occidente despertaron este viernes ante una réplica directa, impensable en otra época, presentada por los duros ciudadanos de una pequeña nación isleña en el Atlántico Norte. La ira populista en contra del orden político establecido finalmente se había disparado.

Los británicos se habían rebelado.

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Su pasmosa votación por dejar la Unión Europea presenta una crisis política, económica y existencial para un bloque de por sí tambaleándose a raíz de enquistados problemas. Sin embargo, el irritante mensaje difícilmente se limita a Reino Unido. La misma brecha enorme entre la élite y la opinión masiva está alimentando una repercusión populista en Austria, Francia, Alemania y otras partes del Viejo Continente… así como en Estados Unidos.

El simbolismo de insurrección trasatlántica fue sustancioso este viernes: Donald Trump, el supuesto nominado republicano a la presidencia y encarnación de la furia estadounidense, estaba casualmente de visita en Reino Unido.

“Esencialmente, ellos recuperaron su país”, dijo Trump por la mañana del viernes desde Escocia, donde estaba promoviendo sus campos de golf. “Eso es algo bueno”.

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Cuando le preguntaron dónde era mayor la ira, Trump dijo: “RU. EU. Hay muchísimos lugares más. Este no será el último”.

Incluso a medida que la Unión Europea empezó a luchar con un nuevo periodo potencialmente desestabilizador de incertidumbre política, la votación británica inevitablemente será aprovechada como evidencia ulterior de intranquilidad pública que se profundiza con el orden global de la economía. Globalización y liberalización han producido ganadores y perdedores; y el gran voto por la “Salida” en regiones económicamente estancadas de Reino Unido sugiere que muchos de quienes han salido perdiendo están hartos.

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Una y otra vez, la Unión Europea ha navegado crisis políticas durante la última década con una respuesta similar a matar víboras a porrazos que ha mantenido el statu quo y el pesado impulso del bloque hacia adelante, hacia mayor integración… sin enfrentar directamente la agitada inconformidad popular debajo de la superficie.

Sin embargo, la pregunta ahora está en saber si la presa se ha roto: antes el desayuno este viernes, dirigentes antiEuropa en Francia y Países Bajos se regocijaban y exigían referendos similares sobre la membrecía en la UE.

“¡Victoria para la libertad!” declaró la líder francesa de extrema derecha Marine Le Pen, escribiendo en Twitter, quien cambió su foto de perfil a una imagen de la bandera de Gran Bretaña.

Desde su comienzo, la Unión Europea fue un proyecto de élites, mismo que, a veces, progresó sin un claro mandato popular de las masas. La adopción de la divisa en común fue profundamente polémica en algunos lugares, incluyendo Alemania. El tema de la legitimidad democrática siempre ha pesado sobre el proyecto de unificación, ya que muchas medidas significativas se lograron mediante tratados que generaron considerable resistencia en algunos países.

La unidad europea siguió siendo popular, en particular conforme el bloque entregaba innegable progreso económico y social. Sin embargo, las fricciones de clase debajo del proyecto empeoraron en la última década, a medida que la economía europea ha sido vapuleada por la recesión y una recuperación desigual.

No está en claro si el mensaje está siendo recibido entre líderes de la cúpula a ambos lados del Atlántico, o cuáles lecciones estén extrayendo del impacto de la salida británica.

Quizá los liberal demócratas en la cámara baja, que llevaron a cabo un clamoroso plantón por la noche del miércoles en Washington, mientras parte del sistema estaba canalizando la ira populista de la izquierda estadounidense en su voluntad por romper las reglas para expresar un punto sobre la necesidad de controlar las armas de fuego. En Bruselas, muchos gobiernos integrantes al parecer están divididos entre el instinto de responder a la votación del referendo británico impulsando mayor integración entre Alemania, Francia y otros miembros fundamentales del bloque y una voluntad de moderar sus ambiciones en reconocimiento a la oposición pública.

Dirigentes europeos estuvieron bajo presión para tranquilizar a la población europea, y al mundo, de que el bloque no estaba en riesgo de deshacerse. Durante décadas,la UE había progresado, siempre expandiéndose en tamaño e influencia. Ahora, Reino Unido ha revertido esa tendencia.

“Estamos totalmente en territorio desconocido”, dijo Hans Kundnani, experto con base en Berlín en política europea por el Fondo Alemán Marshall de Estados Unidos.

Kundnani dijo que la votación británica expuso una contradicción en el núcleo del proyecto europeo. Dirigentes europeos definen el éxito como guiar a estados integrantes hacia mayor integración política y económica. Además, el origen de muchas de las ineficiencias y disfunciones del bloque puede localizarse en el trabajo inconcluso del reforzamiento de instituciones europeas y lograr mayor integración entre estados integrantes en áreas tales como banca, finanzas, seguridad y defensa.

Sin embargo, la opinión pública es profundamente escéptica hacia esta agenda “más Europa”. Líderes populistas de la extrema derecha han atizado ansiedades populares y resurgente nacionalismo al lanzar duras críticas en contra de inmigrantes, al tiempo que presentan a la capital europea, Bruselas, como un bastión de élites políticas fuera de contacto con las inquietudes de la gente común. Populistas de extrema izquierda han exigido que se estudie de nuevo la economía neoliberal de libre comercio y regulación limitada, al tiempo que se resisten a esfuerzos por desarticular el estado asistencialista social demócrata.

“La UE nos roba dinero, nuestra identidad, nuestra democracia, nuestra soberanía”, dijo Geert Wilders, el líder del holandés Partido por Libertad de extrema derecha. “Las élites quieren más UE. Creen que saben más que la gente. Ven con desdén al pueblo y quieren decidir por él. Quieren que seamos gobernados por burócratas antidemocráticos, que no rinden cuentas, en un distante lugar como Bruselas”.

Antes del referendo, algunos oficiales europeos presentaron a Gran Bretaña como un caso idiosincrático que no debería verse como un pionero para el Continente. Sin embargo, es difícil exponer ese argumento. En Francia, el partido de extrema derecha del Frente Nacional de Le Pen está experimentando popularidad cada vez mayor, a medida que el país se prepara para elecciones nacionales el año entrante. En Alemania, el antiinmigrante Alternativa por Alemania presentó fuertes resultados en elecciones estatales.

Dirigentes de la derecha en Hungría y Polonia son hostiles a los inmigrantes, en tanto detractores dicen que los gobiernos de esos países también están reescribiendo leyes nacionales para socavar controles y contrapesos democráticos. En Italia, el Movimiento Cinco Estrellas, contrario a la cúpula gobernante, se apuntó importantes victorias este domingo al ganar elecciones por alcaldías en Turín y, aún más importante, en la capital, Roma.

Donald Tusk, uno de los principales líderes de la Unión Europea, ha empezado a hablar sobre los riesgos que enfrenta la cúpula política. En un discurso del mes pasado ante la coalición europea de partidos políticos de centroderecha, Tusk advirtió a otras élites políticas.

“Obsesionados con la idea de integración instantánea y total, no logramos percatarnos que la gente común, los ciudadanos de Europa, no compartimos nuestro euroentusiasmo”, dijo Tusk, el presidente del Consejo Europeo, que comprende a los jefes de estado de los 28 estados integrantes del bloque. “Desencantados con grandes visiones del futuro, ellos demandan que nosotros manejemos la realidad presente mejor de lo que lo hemos estado haciendo hasta ahora”.

Sin embargo, pudiera ser difícil emprender acciones, ya que la mayoría de los analistas dice que la UE está paralizada por las próximas elecciones nacionales en 2017 en Francia y Alemania, los dos países más poderosos en el bloque. Ni el gobierno francés ni el alemán están impacientes por aprobar extensas iniciativas por mayor integración europea antes de las elecciones, por temor a un azote populista en las urnas.

“Europa está muy dividida y el principal país europeo, Alemania, no tiene voluntad o habilidades para encabezar la unión… y se avecinan importantes elecciones nacionales”, destacó Lucio Caracciolo, el editor de la revista italiana de geopolítica Limes. “Francia es un país en crisis, al tiempo que Italia tiene sus propios problemas. No puedo ver quién asumiría un liderazgo europeo capaz de producir un proceso de integración más profundo”.

Después agregó: “Prevalece un rechazo muy generalizado a la política en todas partes. Hay un humor similar en Estados Unidos, un sentir antipolítico”.

Jim Yardley
© The New York Times 2016