25 años después del tratado, Maastricht quiere reavivar el sueño europeo

Pequeña ciudad de pintorescas calles adoquinadas del sur de Holanda, Maastricht conmemora el martes los 25 años de su tratado europeo con un optimismo inusitado en un clima de creciente euroescepticismo.

Hace un cuarto de siglo la euforia se apoderó de esta ciudad cercana a Lieja (Bélgica) y Aquisgrán (Alemania), recuerda el gobernador de la provincia de Limburgo, Theo Bovens, con una sonrisa cálida bajo su oscuro bigote.

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“Uno podía sentir una atmósfera pro-Europa”, cuenta. “Cada calle comercial estaba relacionada con un país. La Grote Staat era para Bélgica, la Kleine Staat, para Alemania y la Wolfstraat, para Inglaterra. Los comerciantes decoraron su calle con productos y banderas”.

El 7 de febrero de 1992, en el nuevo edificio provincial a orillas del río Mosa, 12 Estados miembros firmaron el Tratado de Maastricht. Un proyecto de ambiciones radicalmente nuevas que armaba los principales fundamentos de la Unión Europea, del mercado y de la moneda únicos.

Veinticinco años después, tras atravesar crisis como la del euro, la de Grecia, la migratoria y también después de una subida del euroescepticismo y de la decisión de Reino Unido de darle un portazo al bloque, la ciudad de 120.000 habitantes siente que tiene un papel esencial. El de “intentar reavivar la llama que sigue ahí, de asegurarse de que el sueño europeo que teníamos hace 25 años vuelva a convertirse en un sueño y no sea la pesadilla que todos tememos hoy”, declaró a AFP la alcaldesa de la localidad, Annemarie Penn-te Strake.

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“Eurregión” 

“Porque es el tratado de Maastricht, tenemos la sensación de estar en deuda y de tener que prestar atención al hecho de que vivimos en una época en que Europa (tiene) muchos problemas, escepticismo y cólera también”, declaró a AFP Penn-te Strake.

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Las autoridades locales abogan por un retorno a los viejos valores del tratado a los que “ya no estamos conectados”: reconciliarse con la ciudadanía europea, volver a una dimensión más social y modificar las estructuras, demasiado institucionalizadas.

Encajonada en un cruce de fronteras, en lo que ella llama una “eurregión”, la provincia enviará pronto a Bruselas un programa de un año dedicado a debates en torno al aniversario del tratado, para reconstruir una Europa “más natural”, de abajo hacia arriba, de los pueblos hacia Bruselas.

“No necesitamos menos Europa sino otra Europa”, subraya Theo Bovens, que denuncia que algunos países sigan demasiado replegados sobre sí mismos.

En la plaza, donde se mezclan los olores de la pasta para hacer dulces y del pollo asado con la música de feria y las lenguas extranjeras, los habitantes de Maastricht tienen fe en la UE, que consideran necesaria frente a un clima internacional angustioso.

A aquellos ciudadanos paralizados por las dudas y tentados por un repliegue nacional, Esmee, de 19 años, les advierte que “la migración seguirá siendo un problema, seamos miembros de Europa o no”.

“Cuando observo todos los cambios en Estados Unidos, pienso que es bueno que el sueño europeo exista todavía”, subraya Fabien Ruiter, de 23 años, vendedor de frutas y verduras.

Apoyada en una mesa alta en la plaza del mercado, Tine Raenarts espera, escéptica, el resultado de las negociaciones del Brexit. “Siempre tuve dudas sobre Europa”, reconoce esta operaria de 54 años.

“La clave no está en Bruselas”

Orientarse hacia una Unión más fuerte es una decisión difícil en esta “Europa ampliada pero también más dividida”, considera Sophie Vanhoonacker, especialista en asuntos europeos en la Universidad de Maastricht.

“Los líderes políticos deben asumir sus responsabilidades, pero no es seguro que lo hagan”, agrega.

El dilema era el mismo para sus predecesores en 1992, que finalmente optaron por una respuesta “positiva” y “audaz”.

Pues, si bien en las calles adoquinadas la población festejaba el nacimiento de la nueva Europa, en los círculos políticos, ese momento histórico tras la caída del muro de Berlín y el hundimiento del bloque comunista provocaba “mucha ansiedad”.

Ese sueño imaginado hace 25 años está en un momento de inflexión y puede reanimarse. O apagarse.

“La clave está en los Estados miembros, no en Bruselas”, avisa Vanhoonacker.