Afganistán está en el caos. ¿Es eso lo quiere Hamid Karzai?

KABUL, Afganistán _ A Hamid Karzai, el expresidente afgano y antagonista actual del gobierno de su sucesor, le gusta describir a la política afgana como un maratón.

Para la larga lista de visitantes con los que se reúne cada día _ corredores de poder regionales y mayores, funcionarios gubernamentales, dirigentes religiosos, admiradores que rememoran con añoranza sus años en el poder _ la metáfora es clara. Karzai nunca ha dejado de correr, nunca ha dejado de maniobrar y no dejará de hacerlo.

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Los críticos de Karzai, en especial quienes son cercanos al presidente Ashraf Ghani, lo acusan de trabajar desde las alas para desestabilizar al gobierno y explotar un momento de crisis nacional para tratar de retornar al poder _ o, por lo menos, obligar a que se hagan algunas concesiones. Dicen que Karzai está debilitando activamente a un presidente vulnerable al mantener un polo alterno de influencia política y patrocinio, así como avivando movimientos de protesta que algunos temen pudieran volverse violentos.

¿Y, a todo esto, cuál es la respuesta de Karzai? Niega categóricamente que esté tratando de dañar al gobierno. Sin embargo, también está el indicio de una sonrisa irónica: “Si hay algunas personas que están corriendo con mayor rapidez, los que se están quedando atrás no deberían quejarse”.

Al seguir a Karzai durante días de reuniones _ docenas de discusiones y entrevistas frente a cámara y sin ella _ queda claro que sigue operando como un hombre en el poder.

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Sus muchos visitantes llegan a buscar la influencia que todavía tiene en el gobierno, y le encanta tomar el teléfono y llamar a un ministro, un gobernador o un embajador. Todavía se comunica con los dirigentes mundiales, firma cartas dirigidas a ellos cada semana.

Gran parte de la actividad política de Karzai sucede alrededor del medio día, cuando se reúne una multitud más grande para orar en grupo, en el pasto afuera, y luego lo siguen por las escaleras hasta llegar a una mesa soleada para almorzar. Cualquier día dado, hay funcionarios de gobierno, en activo y anteriores, generales, jueces, banqueros, mayores tribales, exmiembros del Talibán y predicadores de las principales mezquitas de Kabul.

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Pareciera que invita a la pregunta que pende sobre él: ¿si Karzai no quiere regresar al poder, exactamente, qué esta tratando de lograr al incrementar la presión sobre el gobierno que ya está al borde?

Y está al borde. En conversaciones privadas, a los funcionarios afganos y occidentales por igual, les preocupaba que el gobierno de Ghani pudiera estar confrontando una crisis existencial que pudiera llegar a un punto máximo muy pronto, el próximo mes.

El final de septiembre es la fecha límite para que el gobierno cumpla los compromisos de un acuerdo político que negoció el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, después de la catastrófica disputa electoral en el 2014. Para entonces, se supone que Afganistán debe llevar a cabo elecciones parlamentarias, promulgar reformas electorales de gran alcance, así como hacerle enmiendas a la Constitución para crear el cargo de primer ministro para Abdulá Abdulá, el rival electoral de Ghani y actual socio en el gobierno. Sin embargo, continuar con el cronograma ya era imposible hace muchos meses, y Kerry ha insistido públicamente en que, de todas formas, el gobierno de Ghani permanecerá hasta el final del mandato de cinco años.

Eso es solo el comienzo. La situación de la seguridad en el país está empeorando a pesar de la mayor participación militar estadounidense en los combates. El Talibán se ha hecho con muchos distritos y amenaza con tomar más.

Ghani, el tecnócrata constante, se ha visto obligado a centrarse en la seguridad y se han retrasado sus iniciativas económicas. Y, de pronto, también lo ha estado cuestionando un movimiento de protestas callejeras en el que los hazaras acusan a su gobierno de discriminación sistemática.

El Estado Islámico reivindicó un ataque con un bombazo suicida en contra de la más reciente de las manifestaciones, en el que murieron por lo menos 80 personas. Ahora, los manifestantes acusan al gobierno de, deliberadamente, haberlos dejado vulnerables al ataque y le han dado a Ghani un ultimátum para cumplir sus demandas, resulta ser otra fecha límite para septiembre.

Encima de todo eso, un nuevo movimiento de protesta, potencialmente más peligroso, está creciendo justo al norte de Kabul, la capital, que llama al gobierno a volver a enterrar con dignidad a un rey bandido norteño que ha estado muerto por casi un siglo, ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Entre las personas que exigen un nuevo entierro y amenazan con protestas, están los comandantes de la milicia norteña que han sido escépticos desde hace mucho respecto de Ghani y también le marcaron un ultimátum para septiembre.

Funcionarios del gobierno acusan a Karzai y sus aliados de meter la mano en las protestas recientes. Sin embargo, él dice que no anda buscando ni el colapso del gobierno, ni regresar al poder. “No tengo absolutamente ninguna duda al respecto”, dijo.

Si se llegara a una lucha política abierta, no está claro si Ghani podría anotarse puntos con lo que sería, quizá, sus mejores argumentos en contra de Karzai: que las semillas de la actual crisis de seguridad y política se sembraron durante su mandato y que le dejó un sistema sofocado en la corrupción y el clientelismo.

Ello se debe, en parte, a que Karzai ha estado ocupado utilizando su visión social para para tratar de proyectar una luz más favorable sobre su legado después de 13 años en el poder.

Karzai, quien vive a tiro de piedra del palacio presidencial, dice que su rutina ha cambiado poco desde que fue presidente. Tiene más tiempo libre para relajarse en las tardes, pero tiene más ocupadas las mañanas. Se reúne con más personas que cuando estaba en el poder. En promedio, estimó su oficina, Karzai ve a más de 400 personas al mes. Cada Eid, las celebraciones musulmanes que duran tres días y son dos veces al año, Karzai abre sus puertas a una afluencia que llega a ser hasta de 6,000 visitantes.

Desde el momento en el que sale de su residencia en la mañana, cuando sus dos pequeñas hijas le jalan los pantalones, es un hombre en movimiento, al que siguen agentes del servicio secreto. Karzai, de 58 años, se describe como hiperactivo y es sumamente delgado. Bebe cuatro o cinco tazas de exprés al día.

Todavía se mueve con facilidad en grupos de personas drásticamente diferentes, desde los mayores de Oruzgan que lo interrumpen con apasionadas diatribas, hasta los de jóvenes que llegan a presentarle sus investigaciones más recientes.

Karzai los hace reír y cuando derraman lágrimas, como sucedió con un grupo visitante del centro de Afganistán en una audiencia reciente, les ofrece pañuelos desechables.

En cuanto a lo que podría estar buscando con todo esto, funcionarios occidentales en Kabul reconocen que Karzai, un maestro estratega y político, no necesariamente necesita tener un concepto claro de lo que quiere. Puede incrementar la presión sobre el gobierno en formas grandes y reducidas, hacer muchas cosas al mismo tiempo y, quizá, obligar a Ghani a cometer un error crítico.

Sin embargo, Ghani también tiene sus recursos. Mucho dependerá de qué tantos personajes de la oposición podrá cooptar el presidente para, al menos, mantener a Karzai al margen.

Mujib Mashal
© 2016 New York Times News Service