Un afgano paralizado, cuya familia quedo hecha pedazos soporta el dolor de la guerra perpetua

LASHKAR GAH, Afganistán _ Mucho antes de que cayera el proyectil de mortero, matara a la mitad de la familia inmediata de Ezatulá Jan, su vida se había convertido en un carrera cruel y extensa contra la muerte.

Primero, la familia Jan, que durante años había cultivado en la provincia de Helmand, apenas si sobrevivió a una brutal sequía. Luego, las luchas incesantes entre las fuerzas de la OTAN y los talibanes hicieron que la familia se desplazara de su pueblo ancestral en el distrito de Kayaki, obligándola a ir de barrio en barrio en una de las regiones más golpadas en la guerra de Afganistán. En el camino, se perdieron hermanos, sobrinos, amigos.

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Hace unos tres años, Jan y su familia se asentaron finalmente en lo que pensaron era un refugio: una modesta casa de adobe con tres recámaras en el barrio de Chah-e-Nayir, justo en las afueras de Lashkar Gah, la capital provincial. Su familia era parte de una afluencia constante de afganos desplazados hacia la ciudad, que buscaban refugio en medio de una fuerte presencia de las fuerzas de seguridad.

Aun cuando el resto del vasto territorio de la provincia seguía cambiando de manos y se pisoteaba constantemente a la población, Jan, quien tiene treinta y pocos años, se sintió relativamente seguro por primera vez en años, contó.

Luego, el invierno pasado, los combates llegaron hasta las puertas de la capital provincial. Los vecinos de Jan empezaron a empacar y a irse, uno después del otro, y su familia y él comenzaron a contemplar mudarse otra vez más, en esta ocasión a Lashkar Gah.

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El día anterior a su partida, cayó el proyectil de mortero. Hace unos ocho meses _ él no recuerda la fecha exacta _, Jan bebía té afuera, como a las 2 p.m., cuando azotó el proyectil en el centro del patio. Mató a su padre, Muhamad Hashim, quien tenía sesentaitantos años; a su hermano Raz Humad de 22 años; a su esposa, también de veintitantos, y a su hija Nazia, que tenía cuatro años.

“Durante seis días, estuvimos allí, en el patio, y nadie nos evacuó”, contó Jan, quien estaba inconsciente, pero se enteró después de lo que había pasado por unos parientes.

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Finalmente, cuando los combates disminuyeron un poco, voluntarios de la Cruz Roja llevaron a Jan al Hospital de Urgencias en Lashkar Gah, y se enterró a los muertos de la familia. Quedó paralizado de la cintura para abajo, con dos hijas y un hijo, el mayor de solo siete años. Hoy, los parientes lo movilizan en una camilla.

“No podemos cuidar de su estómago, ni de sus medicinas, ni de los huérfanos que me quedaron a mí”, comentó su madre, Jatira, quien, cuando sucedió el ataque con mortero, estaba en el funeral de un sobrino que había muerto unos días antes en una explosión

“El siente que mi amor por él ha cambiado porque ahora está discapacitado”, dijo. “Pero yo estoy haciendo todo lo que está en mi poder; simplemente, no tengo la capacidad para conseguirle las medicinas”.

Lo que queda de la familia se ha mudado a las ruinas de un distrito histórico dentro de Lashkar Gah.

Cada vez que se han intensificado los combates en Helmand, algo que ocurre cada año desde que partieron las tropas internacionales de combate, aparece en los titulares de los periódicos. Los reportajes noticiosos le recuerdan a la gente que la caída de esta provincia tan estratégica, donde miles de fuerzas estadounidenses y británicas pelearon duras batallas durante años, sería un gran premio para el Talibán. La vasta producción de opio en la región, de la cual los insurgentes ya se están aprovechando, podría impulsar todavía más a su maquinaria de guerra.

Lo que, en lo general, no se mide es el sufrimiento continuo que se le ha infligido a un pueblo durante 15 años de guerra perpetua. A veces surgen cantidades: miles más desplazados, cientos de heridos que llegan a los hospitales. Sin embargo, no pueden medir completamente el costo para las familias que cambiaron para siempre, que batallan para hacerle frente a la pérdida cotidiana y a la humillación.

“Aun si mueren docenas, solo los entierran discretamente; sin protestar, sin quejarse”, notó Hayatulá Hayat, quien se hizo cargo de los deberes de gobernador en Helmand hace unos tres meses. “Aquí la gente está tan acostumbrada a la muerte que te rompe el corazón. Son como la tierra; ni siquiera oyes un suspiro que venga de ellos”.

En los 15 años de guerra, alrededor de 22,000 familias, que suman más de aproximadamente 130,000 personas, se han desplazado dentro de Helmand, muchas de ellas en repetidas ocasiones, según el ministerio afgano de refugiados y repatriación. Sin embargo, Hayat dijo que el cálculo es muy bajo y que la cantidad real podría alcanzar unas 50,000 familias.

Las cifras de Naciones Unidas, que ha rastreado en forma sistemática las bajas civiles en Afganistán desde el 2009, muestran que en el sur de Afganistán, con Helmand en el centro de los combates en la región, ha sido, con mucho, el más afectado. El organismo enlista a 1,444 civiles muertos o heridos en todas las provincias del sur, tan solo de enero a junio de este año.

Una visita al Hospital de Urgencias en Lashkar Gah, el centro quirúrgico de guerra preferente en la provincia, brinda un vistazo de cómo sigue siendo constante la afluencia. En los primeros 18 días de agosto, se registraron 250 pacientes heridos.

“Hubo días en los que el hospital recibió hasta 37 pacientes en 24 horas. Un día, tuvimos a 26 personas que llegaron en dos horas”, contó Vesna Nestorovic, la coordinadora médica del hospital, sobre el repunte en los combates. “En los últimos días, hemos tenido que colocar algunas camas extras, solo para asegurarnos de que estamos preparados para tratar a la gente”.

Para las familias como la de Jan, atrapadas entre dos partes en guerra, el dolor se exacerba con el hecho de que es raro que sepan, exactamente, quién mató a sus seres queridos.

“La lucha era de los dos lados. No está claro si el mortero era del Talibán o de las autoridades”, comentó la madre de Jan. “Que Dios les haga justicia a los dos”.

Mujib Mashal and Taimoor Shah
© 2016 New York Times News Service