Al borde de la extinción, resiste una aldea China de pescadores

ALDEA DE YUMINGZUI, China _ Una noche sin luna, cuando no había nada en el aire excepto por el olor a algas podridas y las canciones de pescadores ebrios, Wang Xinfeng se metió a hurtadillas en un barco en el muelle y navegó hacia la oscuridad.

Como su padre y su abuelo, antes que él, Wang, de 53 años, se ganaba la vida peinando el mar Amarillo en busca de platijas, arenques, bacalao japonés y corvina amarilla. Sin embargo, ahora el gobierno, con la esperanza de limitar el daño ambiental y alentar a los aldeanos a encontrar empleos nuevos, había prohibido la pesca en el verano.

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Wang, desesperado por pagar los costos médicos, se había estado aventurando a pescar por las noches para evitar que lo detectaran.

“Yo me crie en el mar; es mi hogar”, dijo. “Aun si es una vida dura, yo tengo que pescar”.

Durante siglos, los habitantes de Yumingzui, una aldea de 562 habitantes en la provincia oriental de Shangong, gozaron de una vida tranquila junto al mar, capturando peces, pepinos de mar y abulones suficientes para sustentar un próspero comercio de pescados y mariscos. Mientras que las aldeas cercanas fueron víctimas del turismo y el desarrollo, Yumingzui perseveró apegándose a los antiguos rituales pesqueros y las casas hechas de algas.

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Ahora Yumingzui está al borde de la extinción. La contaminación, la pesca excesiva y el aumento en las temperaturas del mar, provocado por el calentamiento mundial, han devastado el suministro de peces. Funcionarios locales, esperando revigorizar la economía y reducir la dependencia en actividades obsoletas, han impuesto restricciones a la pesca y ordenado que se demuela la aldea el año entrante para abrirle espacio a un centro vacacional de lujo.

El plan ha generado miedo entre los aldeanos de Yumingzui, muchos de los cuales datan a sus antepasados cientos de años atrás. Algunos están luchando con la pérdida de un lugar al que consideran sagrado. Otros, sienten una ansiedad profunda por adoptar un estilo de vida moderno porque les preocupa la perspectiva de realizar una actividad nueva, así como el alto costo de las comodidades, como la electricidad.

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Muchos pescadores han prometido seguir pescando, aun después de la destrucción de la aldea.

“¿Qué otra cosa puedo hacer, convertirme en contador?”, dijo Wang mientras acarreaba cubetas de carnada y basura entre el lodo que le llegaba a los tobillos.

Yumingzui, llamada así por los gritos de los peces que se decía rodeaban sus costas, fue alguna vez el paraíso de los pescadores. Su ubicación cerca del extremo sur de Qingdao, una importante ciudad portuaria, ocupada alguna vez por Japón y Alemania, le daba acceso a un mercado próspero para los pescados y mariscos.

Sin embargo, la aplicación flexible de las normas para la pesca y la contaminación, así como la proliferación de las embarcaciones para la pesca comercial, ha provocado la dilapidación de las delicias que demandan los turistas en las aguas que rodean al puerto.

Por todo el oriente de China, la sobrepesca se ha convertido en crisis y las especies que fueron alguna vez comunes, como la anguila y la macarela española, ahora son escasas. En el 2014, los pescadores atraparon 11.8 millones de toneladas de pescado, muestran las estadísticas oficiales, lo cual excede el límite nacional en más de 3.6 millones de toneladas.

En las zonas más duramente golpeadas, el gobierno ha buscado promover el turismo como una alternativa a la pesca, animando a los aldeanos a guiar recorridos, y abrir hoteles y restaurantes. En algunos pueblos, hay tableros en los que se ofrece asesoría sobre cómo ser buenos anfitriones, y se les recuerda a las personas que se vistan bien y respondan con diligencia a las preguntas de los visitantes.

En los últimos años, se han demolido docenas de aldeas para abrir espacio a centros turísticos con nombres como Arena Dorada y Manglares, que atienden a una creciente clase media.

El incremento en el turismo ha ayudado a propagar la prosperidad a aldeas como Yumingzui, pero la gran demanda de mariscos también ha provocado la destrucción del ambiente.

“Me encanta el mar, pero no todos respetan el imperio de la naturaleza”, dijo Liu Qiang, de 46 años, quien nació y se crio en Yumingzui. “Los turistas son la razón por la que los pescadores están explotando al mar”.

Liu dijo que hoy en día, le lleva unas dos semanas atrapar la misma cantidad de peces que podía pescar en un día en los 1990.

Cuando hace varios años corrió el rumor de que arrasarían con Yumingzui para abrirle espacio a un centro turístico, los aldeanos protestaron. Algunos viajaron a Pekín con la esperanza de persuadir a los funcionarios para que reconsideraran su decisión.

Para tranquilizar a los aldeanos, el gobierno les ofreció departamentos en un complejo moderno llamado Torre de la Isla Sur, con una arquitectura alemana, internet de alta velocidad y accesos palaciegos.

Sin embargo, varios de los habitantes dijeron que seguían sin estar satisfechos.

Chen Ruifen, de 70 años, quien llegó a la aldea hace medio siglo, cuando se casó con su esposo, un pescador, ella pensó que el plan beneficiaría a los funcionarios locales y no a las personas comunes.

“Ni siquiera tenemos dinero para decorar nuestras paredes”, comentó Chen, una campesina que cultiva camotes, rábanos y trigo.

Mientras estaba sentada en la entrada de su casa, ubicada en un patio enorme, con manos teñidas de morado por recoger moras, Chen contó cómo les había suplicado a los funcionarios que la dejaran conservar su casa.

“Estoy envejeciendo y voy a morir pronto”, dijo. “No sé qué más puedo hacer”.

Del otro lado del pueblo, en una casa que da a la costa sur, Xue Li, de 45 años, dijo que iba a extrañar despertarse cada día, ver el cielo azul y oír el gemido de la brisa marina. Se quedó mirando fijamente a la distancia mientras el sol se ponía sobre una fila de altos edificios de departamentos al otro lado de la bahía.

“Estas son nuestras raíces”, dijo. “Nadie se quiere mudar”.

Su hijo Xue Shenye, de 17 años, quien está estudiando para ser cocinero, no estuvo de acuerdo. Para los jóvenes, dijo, Yumingzui es pintoresco y está aislado. “No podemos vivir así por siempre”, dijo.

Muchos pescadores dijeron que seguirían con su estilo de vida después de que los reubiquen, en parte, porque lo consideran un deber y, en parte, porque no tienen otras opciones.

Xue Qingbin, de 48 años, quien ha pescado cerca de Yumingzui durante más de tres décadas, dijo que los retos que plantea la destrucción del ambiente se están haciendo cada vez más evidentes. Comentó que ahora solo hay tres meses buenos para pescar cada año. No obstante, con una hija en la universidad y un hijo en bachillerato, dijo que no le queda más que pescar.

“Necesitamos dinero para pagar la educación de nuestros hijos”, dijo, “y ahora nos estamos haciendo viejos y no podemos encontrar otro trabajo”.

Tras pescar toda la noche, Wang retornó del mar poco después de las 8 a.m. con una cubeta de medusas. Fue una pesca decepcionante y dijo que sintió que el océano había sido particularmente cruel esa vez.

Wang cruzó una playa llena de restos de cangrejos y esqueletos de embarcaciones que quedaron abandonadas hace mucho tiempo. Puso la cubeta en el piso, miró hacia el horizonte y dijo una oración para la pesca del día siguiente.

Javier C. Hernández
© 2016 New York Times News Service