Angustia en las familias afganas porque sus jóvenes se van a pelear a Siria

HERAT, Afganistán _ Una mujer aquí, en la ciudad de Herat, en el occidente de Afganistán, dijo que le había rogado a su hijo que no fuera a pelear en la guerra siria, pero, de cualquier forma, él se fue, dejando una esposa y tres hijos detrás. Un hombre que oyó la historia se acercó a decir que el suyo se había ido hacía dos meses y, desde entonces, la familia ha estado desesperada por tener noticias suyas.

Otra mujer, Jadiya, cuyo hijo Hasan se unió a las brigadas afganas para combatir junto al gobierno sirio, dijo que a él lo habían jalado al feroz conflicto por las mismas razones que la mayoría de los jóvenes del barrio habían decidido ir: “No podía encontrar trabajo”, dijo ella.

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Un adolescente parado en un extremo del grupo, que escuchaba a sus padres, dijo que no se podía decir que esas fueran historias aisladas entre los chiitas afganos en Herat. El barrio, dijo, “está lleno de ellas”.

Afganistán se ha quedado vacío sin sus ciudadanos que han huido de la pobreza y la guerra, muchos en busca de trabajo a Pakistán, Irán o los países del golfo Pérsico, o arriesgándose en el peligroso trayecto hacia Europa. Sin embargo, este patrón específico de emigración _ de miles de jóvenes que se van al vecino Irán y luego a pelear al lado del gobierno sirio y sus aliados _ ha provocado una angustia extraordinaria en las familias en esta localidad y en el gobierno afgano, en particular en el último año.

Al salir de un país destruido por décadas de guerra, los jóvenes afganos que optan por el camino a Siria y luego caen en el peligro de las sangrientas líneas del frente en Alepo, Homs u otros campos de batalla. Los medios de información del Estado iraní y algunos funcionarios afganos indican que cientos han muerto en las batallas del último año.

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Miles de afganos, casi todos musulmanes chiitas de la minoría étnica hazara, han peleado en Siria en los últimos años, sirviendo en las brigadas que apoyan al gobierno del presidente Bashar Asad, según sus familiares y comandantes en Siria. Se recluta a la mayoría de los hombres en la diáspora afgana dentro de Irán, un aliado crucial del gobierno de Asad. Sin embargo, han sido cada vez más los que han llegado directamente de Afganistán en el último año, en parte, debido al estado cada vez más desesperado de la economía afgana, dicen familiares y funcionarios en esta ciudad.

La promesa de los salarios urgentemente necesarios _ o, por lo menos, indemnizaciones por las penurias o la muerte, que es frecuente que pague el gobierno iraní _ ha hecho poco para reconfortar a las familias que se han quedado detrás, o para, en primer lugar, aliviar su lamento por la miseria que obligó a sus hijos a huir.

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En el caso de Jadiya, su hijo Hasan tomó la decisión de irse a Siria después de que su padre, discapacitado, perdiera sus tierras. Sin embargo, ella insistió en que su esposo y ella le habían pedido a Hasan que no se fuera.

El éxodo también ha resaltado el fracaso del gobierno para aliviar el sufrimiento de los hazaras, marginados desde hace mucho en Afganistán y objeto de discriminación por ser musulmanes chiitas. Enfrentado al vergonzoso espectáculo de que sus ciudadanos peleen por un gobierno extranjero, el gobierno también ha tenido que lidiar con la pérdida de hombres físicamente capaces en un momento en el que está desesperado por tener reclutas para pelear una guerra interna en contra de los insurgentes talibanes.

Si bien los afganos se van a Siria, pronto enfrentan las miserias de otra guerra incesante, tienen una ventaja sobre otros emigrantes afganos: es menos probable que los deporten y los obliguen a regresar a Afganistán. En la frontera para cruzar a Irán, a 90 minutos en coche de Herat, llegan al menos 30 autobuses varias veces por semana, llenos de afganos deportados de Irán. Algunos llevan a familias que vivieron ilegalmente en ese país durante años.

Sin embargo, la mayoría de los afganos deportados eran jóvenes _ algunos pequeños, de 10 años, según socorristas de la Organización Internacional para la Migración _ que cruzaron a hurtadillas desesperados por encontrar trabajo. Muchos dijeron que regresarían a Irán tan pronto como pudieran.

Algunos combatientes afganos se dirigen a Siria por razones religiosas porque ven a la batalla como una guerra en contra de los extremistas sunitas o porque eligen defender los sitios santos chiitas en Siria, junto con otros milicianos chiitas de Líbano o de Irak. A otros los obligaron o los engañaron para pelear, dicen organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, a muchos los atrajeron los beneficios financieros, incluida la promesa de la residencia legal en Irán para los combatientes y sus familias, contó Abdul Rahim Ghulami. Es un funcionario local en Herat quien dijo que su cuñado es un comandante en una unidad afgana que está peleando en Alepo.

El gobierno de Irán les da unas cuantas semanas de entrenamiento a los hombres y los lleva en avión hasta Siria, donde se integran a una de las brigadas afganas. A veces, sus propios aliados percibe a esas unidades con suspicacia: en entrevistas en Siria, algunos de los otros combatientes de las milicias a favor del gobierno menospreciaron a los afganos por ser demasiado jóvenes y estar mal entrenados.

El dueño de una tienda en Damasco, llamado Ahmed, quien trabaja cerca de la mezquita de Sayida Zainab, un sitio reverenciado por los chiitas, dijo que la cantidad de combatientes afganos que cuidan la mezquita se ha incrementado en los últimos seis meses. Era un grupo afligido que se quejaba de su vida en Irán o en Afganistán cuando platicó con ellos, contó, pero dijo que tenían poco de dónde escoger si querían apoyar a sus familias. Al menos si mueren los hombres, mueren como mártires en una guerra santa, añadió, y solo proporcionó el nombre de pila porque no quería que lo castigaran.

Las bajas entre los combatientes afganos son altas, dijo Ghulami, quien vivió en Irán durante 24 años. Contó que estuvo de visita en la ciudad iraní de Mashad hace dos meses y vio que el distrito afgano estaba cubierto de banderas negras que es la señal de que una casa está de luto.

El tamaño de la afluencia del propio Afganistán ha sido más difícil de contabilizar debido a que la desaprobación del gobierno ha llevado a que las familias permanezcan en silencio. Ghulami, quien funge como alcalde de Yebrail, un distrito hazara en Herat, con aproximadamente 100,000 habitantes, estimó que 20 por ciento de las familias allí tenían a alguien sirviendo en Siria. No hubo forma de confirmar esa cantidad: ningún funeral de algún combatiente afgano, ni banderas negras para honrar a los muertos.

Sin embargo, en Yebrail, junto con otro barrio hazara de Herat, llamado Jatim al Anbiya, es fácil encontrar a familiares o amigos que dejaron detrás los combatientes afganos.

En el quiosco de cigarrillos en donde trabajaba en Yebrail, un chico llamado Sayed Ali recordó a Habibulá, su vecino y compañero de escuela, de 20 años, quien huyó a Siria hace unos años, cuando todavía era un adolescente. Su familia empacó las cosas de la casa y se mudó a Irán, donde le concedieron la residencia legal debido a la muerte del chico, contó Sayed Ali.

Otro estudiante de segunda enseñanza, llamado Yawad, desapareció de su casa en Jatim al Anbiya hace dos inviernos, y su familia supuso que se habría ido a Irán a encontrar trabajo, según su tío Mohamed Ibrahim.

Cuando sus padres supieron algo de Yawad la última vez, fue cuando les dijo que estaba en Siria y le dijo a su padre que se estaba preparando para regresar. Luego, hace unos ocho o nueve meses, un hombre les dio la noticia de que le habían disparado a Yawad en la cabeza y lo habían matado.

Kareem Fahim
© 2016 New York Times News Service