El antiguo arte de la porcelana prospera de nuevo en ciudad ribereña china

JINGDEZHEN, China ⎯ Durante siglos, la porcelana más codiciada de China provenía de los talleres de Jingdezhen; modelada de barro alisado por manos expertas, horneada en hornos y luego transportada a todo el mundo.

Las obras adornaban las cortes de los persas, los mongoles y los franceses. Algunos apreciaban sus floreros azul y blanco. Otros admiraban los tazones de celadón verdes. Esta era la mayor exportación de China, el rival de la seda.

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La caída de la dinastía Qing y la guerra y las revoluciones en el siglo XX terminaron con la cultura artesanal, a menos que se cuenten las estatuas comunistas como una etapa importante en la tradición sagrada de la porcelana de China.

Ahora esa tradición está siendo revivida en sus raíces. Jóvenes se están mudando a estudiar en Jingdezhen, una localidad ribereña en la provincia china sureña de Jiangxi. Estudios y talleres han surgido en toda la ciudad y en los valles circundantes. Algunos de los nuevos artesanos esperan sacar provecho económico de sus habilidades, ya que el auge de la clase media del país en las últimas décadas ha significado una mayor demanda de la porcelana.

“Me gusta mucho la atmósfera aquí”, dijo Fang Xin, de 27 años de edad, una mujer originaria de la región de Guangxi que me mostró una mañana cómo estaba esculpiendo una taza de barro con sus manos en lo que antes era una fábrica. “Muchas personas con sueños vienen aquí. Hay una variedad de maestros, y enseñan todo tipo de habilidades e ideas”.

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Incluso hay un término para los artistas jóvenes como Fang: jingpiao, o vagabundos de Jingdezhen.

Fang estaba trabajando en un espacio administrado por el Taller de Alfarería, un centro educativo abierto en 2005 por los escultores Caroline Cheng y Takeshi Yasuda que se ha convertido en un imán para los jingpiao. (La sucursal matriz del taller abrió en Hong Kong en 1985.) El centro ha sido esencial en el rejuvenecimiento del escenario de la cerámica de Jingdezhen.

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En 2008, Cheng abrió un mercado sabatino al aire libre en un patio al lado del taller y su cafetería, para que los artistas pudieran intentar de ganarse la vida vendiendo sus creaciones.

La idea surgió cuando una recién graduada del taller preguntó a Cheng si podía vender artículos al lado de la cafetería. Quería poner una manta sobre el suelo, pero Cheng insistió en montar un toldo adecuado, dijo Po-Wen Liu, el subdirector del taller y maestro ahí. En estos días, unos 80 artistas forman parte del mercado. Colocan sus obras en mesas bajo toldos blancos.

Liu es originario de Taiwán y estudió arte cerámico ahí y en Estados Unidos antes de dar clases en la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro. Se unió al Taller de Alfarería en diciembre de 2015 después de responder a un anuncio para un puesto de maestro. Su esposa, su hijo y su hija siguen viviendo en Greensboro.

“Desde que era estudiante, quise venir a Jingdezhen”, dijo. “Es la meca”.

Liu da clases a unos 15 estudiantes por una semana o más. Estas tienen lugar en un edificio en la parte trasera del recinto, que está en los terrenos de una fábrica de esculturas operada por el Estado. Dos chimeneas de ladrillo que salen de un horno sin usar se elevan cerca del centro educativo. Muchos estudiantes son graduados recientes del Instituto de Cerámica de Jingdezhen, la academia más prominente de la ciudad.

“Yo diría que su habilidad artesanal es asombrosa y su nivel técnico es muy alto”, dijo Liu. “Pero sus habilidades conceptuales necesitan mejorar. Hay demasiada carga histórica. Necesitan salirse de los límites”.

“Por ejemplo, si les pido hacer una taza, harán algo muy uniforme”, añadió. Quizá tengan una idea de cómo se veía una taza china hace mil años. Se apegarán a esto. Personalmente me gusta más creatividad. Les digo que hagan que la obra refleje la calidad manual, no algo hecho por una máquina”.

Aunque la mayoría de los estudiantes son chinos, el taller tiene un sabor internacional. El gerente es Siumei Ngan, un administrador de artes que se mudó aquí desde Hong Kong en noviembre de 2015. En cualquier momento dado, el taller tiene unos ocho artistas en residencia, la mayoría de ellos de fuera de China. Se quedan hasta por seis meses.

Jingdezhen ha estado produciendo cerámica desde las primeras dinastías chinas. Pero fue durante la dinastía Tang, de 618 a 907, que se corrió la voz del arte de la localidad.

En esa era, Jingdezhen se llamaba Changnan porque se situaba en la ribera sur del río Chang, y algunos historiadores dicen que la palabra “china” (como se llama a la porcelana en inglés) ⎯ y por tanto el nombre occidental de país ⎯ provino de una mala transliteración del nombre de la ciudad. Algunos expertos remontan la primera porcelana fina de China al periodo de las Cinco Dinastías y los 10 Reinos, una época de agitación en el siglo X.

Las dinastías surgieron y cayeron, pero cada nuevo emperador ordenaba que se llevara porcelana de Jingdezhen a su corte. Se apostaron funcionarios imperiales en Jingdezhen para supervisar la producción. Las piezas llevaban un sello de autenticidad y cobraron prominencia mundialmente.

Hoy, los valores de esas obras están entre los más altos en el mundo del arte chino. En una subasta de Sobethy’s en 2014 en Hong Kong, el empresario de Shanghái Liu Yiqian ofreció la cifra récord de 36.3 millones de dólares por una delicada taza de porcelana de la dinastía Ming, llamada “taza de pollo”, que fue horneada en los hornos imperiales de Jingdezhen.

Después de pagar la taza con una tarjeta de crédito, tomó un sorbo de té de ella en celebración.

Después de que los comunistas asumieron el poder en 1949, Jingdezhen llegó a ser conocida por la producción de estatuas de propaganda. Para 1958, ese trabajo se consolidó en 10 fábricas o estudios principales.

En los últimos años, el gobierno local ha iniciado sus propios esfuerzos por rejuvenecer a la industria de la porcelana, pero gente en la industria dice que son los pequeños talleres privados los que están revitalizando las tradiciones mientras las inyectan de nuevas ideas.

Uno de esos talleres se ubica en el área de la aldea de Sanbao al otro lado del río. Aquí, artistas y empresarios han abierto talleres y estudios en todo el frondoso valle.

Quizá el más asombroso es Zhenrutang, cuya extensa sala de exhibición consiste de cuatro casas tradicionales conectadas trasladadas aquí desde el área de la aldea de murallas blancas de Huizhou, en la vecina provincia de Anhui. Sobre las mesas hay tazones, platones y floreros y los baña el suave brillo de las luces superiores. También hay figuritas budistas en exhibición.

Las obras de porcelana son diseñadas por Jiang Bo, de 35 años de edad, un nativo de Xi’an que vino a Jingdezhen en 2001 para estudiar en el instituto de cerámica. Ocho años después, abrió su propio estudio. Más de 40 personas trabajan en él aquí.

Una pieza característica es una pequeña tetera con un par de tazas, todas en un azul claro cremoso. Cada taza tiene una diminuta protuberancia en el fondo liso, como una piedra que sobresaliera de la superficie del océano. Llamado “Montaña y Agua”, el juego se vende en 150 dólares.

“Si uno quiere desarrollar una carrera en torno a la cerámica, Jingdezhen es el mejor lugar”, dijo Jiang, quien ahora es subgerente general de la compañía.

Como el Pottery Workshop, Zhenrutang también tiene un programa de residencia para artistas extranjeros.

“Cada vez más personas deciden quedarse aquí”, dijo Jiang. “Algunas de ellas vienen de grandes ciudades. Aquí, es más fácil iniciar talleres de cerámica”.

Pero como la porcelana de la ciudad, algunos de los vagabundos de Jingdezhen ahora se están desplazando a otros rincones de China. Cheng, cofundadora del Taller de Alfarería, dijo que los artistas se estaban casando, teniendo hijos y preguntándose cuáles eran los ambientes más adecuados para ellos. Ella vive en Dali, una localidad rural en la provincia de Yunnan que ha atraído a un número extraordinario de chinos que huyen de las ciudades.

“Ahora he conocido a mucha gente que ha ido a casa”, dijo Cheng. “Realmente no aliento a la gente a quedarse en Jingdezhen para siempre. Es bueno que vayan a casa. Pueden enseñar a otros lo que han aprendido aquí”.

Edward Wong
© 2017 New York Times News Service