Aún haciendo ese largo y extraño viaje

OAKLAND, California ⎯ En un espacio cavernoso y abarrotado un fin de semana a fines de abril, una multitud de miles estaba entusiasmándose cada vez más. El cabello color arcoíris era común, se podían ver pantalones de seda morados y el olor de la mariguana se filtraba desde un área cercana designada para los fumadores. Los miembros del público veían hacia el escenario con ávido interés, saltando ocasionalmente con sus pies desnudos para aplaudir y vitorear.

No se trataba de Coachella, que tuvo lugar el mismo fin de semana unos 800 kilómetros al sur, o ningún otro festival musical, sino de una convención de cinco días de la Asociación Multidisciplinaria para los Estudios de Sicodélicos (MAPS, por su sigla en inglés), la primera en cuatro años. En vez de estrellas de rock, científicos de escuelas como Johns Hopkins y la Universidad de Nueva York eran la atracción principal, aportando evidencia al argumento médico a favor de los sicodélicos como la psilocibina (el ingrediente activo en los hongos alucinógenos) para calmar la ansiedad al final de la vida, ayudar a profundizar las prácticas de medicación, buscar los apuntalamientos de la vida espiritual y ⎯ en un nuevo estudio ⎯ explorar un posible tratamiento para la depresión grave.

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Paul Austin, un emprendedor social de 26 años de edad, originario de Grand Rapids, Michigan, que opera un sitio web llamado The Third Wave (La tercera ola) dedicado a publicar información sobre sustancias sicodélicas, había acudido para reunirse con otros miembros de la comunidad a favor de los sicodélicos y compartir con ellos su visión para la manera en que la próxima generación debe proceder. “Mucha gente que lidera el movimiento ahora tiene entre 60 y 70 años de edad, está basada en la academia o la investigación”, dijo Austin. “Pero para catalizar el cambio, se debe hablar con las personas, conectar con ellas a nivel emocional”.

La conferencia estaba teniendo lugar justo colina arriba del Bay Bridge de la ciudad que introdujo la sicodelia a la imaginación estadounidense a principios de los años 60, cuando el LSD era relativamente nuevo, legal y era considerado por quienes lo usaban como un portal hacia una conciencia ampliada, una vida más profunda y una sociedad humana e iluminada.

Pero esa visión, tan estrechamente asociada con el pasado de San Francisco como lo está la industria tecnológica con su presente, no se desarrolló como esperaban sus partidarios, y California prohibió la sustancia en 1966.

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Más de 50 años después, los partidarios reunidos aquí creen que las drogas sicodélicas, desde el LSD hasta los hongos alucinógenos y la MDMA (también conocido como Éxtasis o Molly), están ocupando un lugar en la vida convencional. “No somos la contracultura”, dijo Rick Doblin, director ejecutivo de MAPS, “somos la cultura”.

Los alrededor de 3,000 asistentes conformaban una asombrosa combinación de edades y tipos: académicos con saco al lado de un grupo demográfico más típicamente asociado con el festival Burning Man que con las salas de conferencia alfombradas en el Marriott. Los unía un feroz apego a la creencia de que las drogas sicodélicas, lejos de ser una diversión recreativa, tienen el potencial de iluminar, curar enfermedades y cambiar la forma en que la gente se relaciona entre sí y con nuestro planeta.

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Se puede decir que nadie es más instrumental en la campaña para volver común a los sicodélicos que Doblin. Desde 1986, cuando fundó la organización sin fines de lucro MAPS, ha recaudado más de 40 millones de dólares de fuentes como el doctor Richard Rockefeller, la empresa de jabones Dr. Bronner’s Soap y la Fundación Libra, financiada por la familia Pritzker. Doblin decidió enfocar 90 por ciento de los recursos de MAPS en la MDMA, de la cual argumenta que no está tan cargada con la historia como el LSD, un símbolo de las protestas antibélicas y los hippies contrarios al gobierno. También es “menos desafiante sicológicamente”, dijo, refiriéndose a los efectos que tiene en el proceso de pensamiento de una persona, aunque algunos médicos clínicos argumentarán lo contrario.

Doblin está decidido a evitar la flagrante disrupción del primer movimiento sicodélico, al cual el presidente Richard Nixon reaccionó declarando al LSD una droga de la “Lista 1”, el nivel más alto de las sustancias prohibidas, en 1970. En ese entonces, dijo Doblin, la mayoría de los estadounidenses seguían sin estar familiarizados con el yoga y la conciencia plena, y se resistían a discutir temas como la muerte. Pero “este es un periodo de increíble peligro para la especia humana y para la salud del planeta”, dijo. “Existe esta sensación de crisis y, al mismo tiempo, el reconocimiento de que la solución va a ser espiritual y sicológica, en vez de material”.

Doblin dijo que es imperativo trabajar con el gobierno; aparecer con traje y corbata; asegurarse de que se entienda que su causa, hacer avanzar el uso legal de los sicodélicos, “no es para los hippies, esto no es para los chiflados en California. Esto es para los estados conservadores, esto es para las personas que enfrentan ‘muertes desesperadas’. Esto es para la corriente convencional”.

Doblin y su equipo han estado estudiando el potencial terapéutico de la MDMA para el trastorno de estrés postraumático, para la cual ahora están entrando en la Fase 3, la última necesaria para conseguir la aprobación de la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés). Esperan que la MDMA sea un medicamento de prescripción legal para 2021 que sea usado en terapia. Y la elección del presidente Donald Trump no ha debilitado su optimismo: por el contrario, Doblin sostiene que la antipatía general de Trump hacia la regulación hará más fácil que los medicamentos experimentales consigan la aprobación de la FDA.

Otros personajes desde hace tiempo asociados con el movimiento sicodélico también han recurrido a la ciencia. Amanda Feilding, también conocida como la Condesa de Wemyss y March, es miembro de la vieja guardia del movimiento, tras descubrir el LSD en Inglaterra en los años 60.

Es difícil hablar sobre Feilding sin mencionar el hecho de que en 1970, se hizo un pequeño hoyo en el cráneo para ayudar a “ampliar su conciencia”, una práctica conocida como trepanación. Ahora estaba sentada en una brillante sala de conferencia en Oakland, vestida con sus característicos tonos esmeralda y mostrando una foto tras otra de resultados de neuroimagenología, que mostraban cerebros encendidos con huellas de actividad color neón. Todas eran de la investigación apoyada por la Fundación Beckley, la cual Feidling fundó en 1998 para combatir la estigmatización e ilegalidad de las drogas sicodélicas.

“Estos compuestos se han vuelto un tabú tal que, para reintegrarlos a la sociedad, tenemos que usar la mejor evidencia científica de cómo funcionan en el cerebro, cómo pueden ser benéficos para la humanidad”, dijo, mostrando una fotografía que comparaba la actividad cerebral con LSD con una referencia normal sin droga, para señalar que en los cerebros con LSD hay un gran aumento en la “conectividad”, o el diálogo de las neuronas entre sí, lo que da credibilidad a la idea largo tiempo sostenida de que un viaje de ácido puede conducir a nuevas ideas.

No es que el tenderse en el piso en un estupor de asombro sea para todos, especialmente las personas dedicadas a tareas múltiples del siglo XXI.

Y esto quizá es la razón de que las microdosis ⎯ la práctica de tomar dosis tan pequeñas de un sicodélico que apenas se registre su presencia ⎯ se esté volviendo enormemente popular en todo Estados Unidos, desde los reductos de élite de los innovadores que buscan una ventaja en Silicon Valley, hasta otros que simplemente están tratando de sentirse mejor, trabajar más duro o enfocarse más. Sus efectos son tan sutiles, tan ligeros, que “no asusta a nadie”, dijo James Fadiman, un sicólogo que participó en parte de la investigación original sobre el LSD en los 60.

Cuando la droga fue declarada ilegal, muchos de sus compatriotas como Timothy Leary y Ken Kesey continuaron dedicando su tiempo a la misma, pero Fadiman tomó el buen camino. “No soy un criminal”, dijo. “No podía manejar esas horas”.

Ahora, septuagenario, Fadiman está ocupado recolectando más de mil reportes por escrito de “científicos ciudadanos”, que le escriben desde todo el mundo con descripciones de los beneficios que han derivado de las microdosis de sicodélicos: en el estado de ánimo, la salud, el trabajo e, incluso, en el caso de los calambres menstruales.

Entonces, ¿exactamente por qué estamos siendo testigos de lo que muchos llaman un “renacimiento” en los medicamentos sicodélicos ahora, cuando han existido por tanto tiempo?

Hay muchas teorías, incluidas que las soluciones de las grandes empresas farmacéuticas a las enfermedades mentales no son satisfactorias para todos; que el internet está ayudando a difundir el conocimiento sobre el poder y el potencial de estas drogas; que la ayahuasca ⎯ el té de corteza de árbol administrado por los chamanes ⎯ se ha vuelto tan popular en ciertos enclaves estadounidenses que está ayudando a revivir el interés en otros sicodélicos; o simplemente que los baby boomers que descubrieron las maravillas del LSD en los 60 ahora están enfrentando la muerte, y buscando, de nuevo, formas de ponerse en contacto con su espiritualidad.

Casey Schwartz
© 2017 New York Times News Service