Bibi Ferreira, la gran dama del escenario brasileño, no puede dejar de cantar a los 94 años

NUEVA YORK _ Bibi Ferreira habla con la voz cultivada, teatral, de la viuda de algún noble inglés, resultado de su instrucción británica cuando era niña. No es el sonido que uno esperaría que saliera de la boca de una actriz, cantante y directora a la que los brasileños han llamado su mujer viva más grandiosa en el escenario. Sin embargo, en sus interpretaciones, Ferreira es un camaleón conocido por sus sondeos, descripciones en capas psicológicas y la grandeza absoluta de su canto, por no hablar de su energía. Por haber trabajado sin parar desde la edad de tres años, ya se ganó un descanso, pero la ambición persiste a los 94 años.

Cuando cumplió 40 años, la gente empezó a hacer observaciones sobre su edad, recordó Ferreira en la habitación de un hotel en Manhattan. “Luego tuve 50 años. Luego tuve 60. Luego tuve 70 y pensé, bueno, es tonto. Yo me siento muy bien”, contó. “La gente se preocupa por mí, y no debería ser así. Ahora, tengo 94 años y canto mejor cada día, entiendo mejor las cosas, soy mejor con las personas. Todavía puedo hacer mi espectáculo”.

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A los 90 años, hizo un concierto de debut en Nueva York _ algo que no había podido hacer porque estaba muy ocupada, dijo. Regresó en septiembre para dos presentaciones de su espectáculo más reciente de una sola mujer, “Bibi por cuatro”, en el que saluda a Frank Sinatra; Edith Piaf; Amália Rodrigues, la reina del fado portugués, y Carlos Gardel, el Sinatra del tango, en el Symphony Space.

Le gusta prender los reflectores sobre sus pares. Sin embargo, en una entrevista con NPR, Maria Bethânia, una cantante a quien Ferreira había dirigida antes, proclamó la importancia de su mentora: “Todo lo que ella hace ha ayudado a Brasil con su identidad”.

Cuando dirigió su propia compañía teatral en los 1940, Ferreira defendió las nuevas obras de teatro audaces. Llevó obras de teatro a la televisión brasileña y, en sus propios programas de entrevistas, presentó a artistas. En 1975, durante la dictadura en el país, estelarizó una obra de teatro musical, “Gota d’âgua” (Gota de agua), una parábola de la pobreza y la injusticia brasileñas, basada en “Medea”; la escribió Paulo Pontes, su esposo en ese entonces, con música de Chico Buarque, un enemigo de los censores. En el 2003, la saludaron en el desfile del carnaval. Ocho años después, le pusieron su nombre a un premio teatral.

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Hoy, claro, necesita más ayuda que antes. Ferreira, quien vive en Río, se apoya muchísimo en un equipo de asistentes, encabezado por su productor, gerente y, a veces, compañero de canto, Nilson Raman, quien fuera modelo. Mientras hablaba, agarraba el medallón de Jesús que le colgaba del cuello.

Su fragilidad desaparece en el escenario. Según el escritor y autoridad musical brasileño Zuza Homem de Mello, “La gente no cree que ella todavía pueda hacer un espectáculo de dos horas con bastante voz, con el aspecto de una mujer alta y hermosa”, dijo. Agregó: “No ves en ningún país a una mujer de su edad que haga las cosas que hace ella”.

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Traía en los genes la ambición instintiva. Lo sacó de su padre portugués, Procòpio Ferreira, a quien aclamaron como el más grande actor de Brasil; y su madre, Aída Izquierdo, una bailarina española. “Mi madre odiaba la palabra ‘nada’”, dijo. “‘Bibi, ¿qué estás haciendo?’. Nada. ‘¿Nada? Tienes un piano que tocar, un violín que tocar y ¿dices que no tienes nada qué hacer? Por favor, te pones a estudiar’. Yo bailaba, cantaba, tocaba cinco instrumentos, hablaba cinco idiomas”. Se rio. “Eso no quiere decir que los tocara bien, ni que los hablara bien”.

En un libro de 2013, “Bibi Ferreira. Una vida en el Escenario”, de Raman y Marcus Montenegro, se detallan los logros y reconocimientos que siguieron. Su habilidad para adoptar una extensa gama de disfraces brillaron en toda la producción brasileña de “Mi bella dama”, en la que interpretó el papel protagónico de una vendedora de flores “cockney”; después estelarizó como una viuda estadounidense metiche en “¡Hello Dolly!, y a una prostituta española en “El hombre de la Mancha”.

Sin embargo, para muchos críticos, su gloria suprema fue un homenaje, minuciosamente escenificado, a Piaf, su ídolo, que empezó en 1983. “Ella fue la voz verdadera”, dijo Ferreira, “cantando en las calles, nunca aprendió música. Solo le importaban dos cosas: el amor y el amor”.

Abrirle espacio en su propia vida ha sido un desafío. Como Piaf, Ferreira fue un imán para los hombres apuestos. Según su versión _ los detalles son vagos _, se casó con cinco. La última de estas uniones, la de Paulo Pontes, terminó después de ocho años, cuando él murió de cáncer estomacal a los 36 años. Los anteriores se desmoronaron pronto.

“Yo nací para estar casada”, explicó. “Pero tengo una falla enorme. Soy muy celosa. Y eso hizo que las cosas fueran muy difíciles para todos”. Su fama y su ambición no molestaban a sus esposos, contó. “Después de todo, yo siempre los levanté. No fue al revés”. Hizo una pausa, luego pensó la oración del remate: “Bueno, el matrimonio no debería durar mucho”.

El trabajo, admitió, es todo lo que realmente le importa a ella: “¡Todavía le sigo preguntando a todos cómo estuve! Tiene que salir bien. Tengo que trabajar muy duro. Tengo que poner atención a cada cosita”. Cuelga las críticas de su director de música, Flávio Mendes. “Me impulsa. El dijo: ‘Tú crees que estás cantando bien esa nota. No es así. Ese diafragma que tienes ahí, ¡úsalo!’”.

“Al final”, añadió, “solo hay una cosa en la que puedes confiar y esa es el aplauso”.

James Gavin
© 2016 New York Times News Service