El blues mercado alcista

© 2016 New York Times News Service

Al igual que la mayoría de los economistas, yo no tengo mucho que decir sobre las acciones. Las acciones son muchos más susceptibles que otros mercados a las falsas ilusiones y a la locura de la chusma. Por lo demás, el precio de las acciones generalmente tiene mucho menos que ver con el estado de la economía y sus perspectivas futuras de lo que piensa mucha gente. Como señaló el economista Paul Samuelson: “Los índices de Wall Street han previsto nueve de las últimas cinco recesiones.”

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Como sea, no debemos de pasar por alto el precio de las acciones. Es digno de señalarse el hecho de que últimamente la mayoría de los índices hayan alcanzado nuevas alturas; el Dow, por ejemplo, ha aumentado 117 por ciento respecto del nivel en el que estuvo en marzo de 2009. Pero, ¿qué nos están diciendo estos índices de Wall Street?

Yo propondría que la respuesta no es enteramente positiva. De hecho, en cierto sentido, las ganancias del mercado de acciones reflejan debilidades económicas, no fortalezas. Y saber cómo funciona eso podría ayudarnos a verle sentido al preocupante estado en el que está la economía estadounidense.

Muy bien, pues, empecemos con el mito que Samuelson estaba desbancando, que el precio de las acciones es la medida de la economía en su conjunto. Ese mito era muy popular en la derecha política y prominentes economistas publicaban artículos con títulos como “El radicalismo de Obama está matando al Dow”.

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Sin embargo, por extraño que parezca, empezamos a escuchar ese argumento mucho menos una vez que los precios de las acciones se recuperaron y empezaron su enorme repunte; esto empezó, recordémoslo, seis semanas después de que el presidente Barack Obama asumiera el cargo. (Pero las encuestas indican que la mayoría de republicanos siguen sin notar ese repunte y creen que las acciones se han hundido durante el mandato de Obama.)

En cualquier caso, la verdad es que existen tres grandes puntos de deslizamiento entre el precio de las acciones y el éxito de la economía en general. Primero, el precio de las acciones refleja ganancias, no ingreso bruto. Segundo, también refleja la disponibilidad de otras oportunidades de inversión o la falta de estas. Por último, la relación entre el precio de las acciones y la inversión real que expande la capacidad de la economía se ha vuelto muy tenue.

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Sobre el primer punto: medimos el éxito de la economía por la medida en que genera aumento de ingresos para la población. Pero las acciones no reflejan ingresos brutos; solo reflejan la parte del ingreso que aparece como ganancias.

Esto no importaría si la participación de las ganancias en el ingreso bruto fuera estable, pero no lo es. La participación de las ganancias en el ingreso nacional es variable pero en años recientes ha sido mucho más alta que en el gran repunte accionario e los años noventa. Esto quiere decir que hemos tenido un auge de ganancias sin un auge económico equivalente, lo que hace que la relación entre las ganancias y la prosperidad sea débil, en el mejor de los casos. La verdad es que no parrandeamos como si estuviéramos en 1999.

Sobre el segundo punto: cuando los inversionistas compran acciones, están comprando una porción de ganancias futuras. Lo que eso valga para ellos dependerá de las demás opciones que tengan para convertir dinero de hoy en ingresos de mañana. Y actualmente esas opciones son bastante malitas, con las tasas de interés de los bonos gubernamentales de largo plazo no solo muy bajas, conforme a criterios históricos, sino prácticamente de cero o por debajo de cero una vez que se ajustan a la inflación. Por ende, los inversionistas están dispuestos a pagar muchos más por los ingresos futuros y de ahí los elevados precios de las acciones en cualquier nivel de ganancias.

Pero, ¿por qué están tan bajas las tasas de interés a largo plazo? Como ya he dicho antes, la respuesta básicamente es la debilidad del gasto en inversión, a pesar de las bajas tasas de interés también a corto plazo, lo que indica que dichas tasas se van a mantener bajas por mucho tiempo.

Sin embargo, esto parecería representar una paradoja. Si el sector privado no considera que tiene muchas oportunidades de buenas inversiones, ¿cómo pueden ser tan altas las ganancias? La respuesta que yo daría es que estos días, las ganancias parecen tener muy poca relación con la inversión para ampliar la planta productiva. Más bien, las ganancias vienen de una especie de poder de mercado: posición de la marca, las ventajas de una red establecida o un monopolio simple y declarado. Y las empresas que tienen ganancias de dicho poder pueden tener acciones de precio alto y, al mismo tiempo, muy pocas razones para gastar.

Consideremos el hecho de que las tres compañías más valiosas de Estados Unidos son Apple, Google y Microsoft. Ninguna de esas tres gasta grandes sumas en ladrillos y cemento. De hecho, las tres están sentadas sobre una enorme reserva de efectivo. Cuando bajan las tasas de interés, no tienen grandes incentivos para gastar en ampliar su negocio; simplemente siguen acumulando sus ganancias y la gente en general está dispuesta a pagar más por conseguir una porción de esas ganancias.

En otras palabras, aunque los precios sin precedentes de las acciones desmienten la afirmación de que el gobierno de Obama ha estado en contra de la empresa, no son evidencia de una economía sana. En todo caso, son señal de una economía con muy pocas oportunidades de inversión productiva y demasiado poder monopólico.

Así que, cuando lea los titulares sobre el precio de las acciones, recuerdo esto: Lo que es bueno para el Dow no necesariamente es bueno para Estados Unidos, y viceversa.

Paul Krugman
© The New York Times 2016