Californianos vitorean al equipo local, en Tijuana

TIJUANA, México ⎯ El cielo había estado oscuro desde la mañana, el sol de Baja California era un atisbo detrás de los bancos de nubes que se asentaban cómodamente sobre las caóticas colinas de Tijuana. Pero eso no disuadió a cientos de fanáticos de reunirse afuera de los altos muros de concreto del Estadio Caliente del Club Tijuana horas antes de que los Xoloitzcuintles, mejor conocidos como los Xolos, jugaran el primer partido como local de su temporada de invierno.
Para las 4 de la tarde, tres horas antes del inicio del partido, la mayor fiesta de estacionamiento de México estaba en pleno apogeo. Tiendas de campaña habían surgido entre los SUV y minivans que casi llenaban el estacionamiento, y asadores abiertos lanzaban columnas de humo al aire frío y húmedo. Una multitud de maestros locales comían botanas de ceviche y bebían vino tinto mexicano mientras, a pocos espacios de distancia, tres banderas ⎯ la estadounidense, la mexicana y el estandarte negro de los Xolos ⎯ ondeaban sobre una mesa desplegable de pingpong usada para un juego con vasos de cerveza y una pila creciente de latas vacías de Tecate. Músicos errantes tocaban canciones norteñas por unos cuantos dólares la pieza, una tuba sonaba alegremente por encima del sonido sordo de los altavoces colocados en la parte posterior de camionetas pickup.
Era, en muchas formas, exactamente lo que uno podría haber esperado de una fiesta de estacionamiento previa a un partido, la tradición deportiva estadounidense traducida al lenguaje musical y culinario de Tijuana, una de las ciudades fronterizas más bulliciosas del mundo.
Excepto por una cosa: al menos la mitad de los vehículos tenía placas de California.
Uno de los autos pertenecía a Patty Martínez. Se había despertado a las 4:30 de la mañana ese día para hacer el viaje de tres horas desde su casa en el este de Los Ángeles para ver a su equipo de fútbol favorito junto con miembros de su club de fans basado en California, Xolos Forever Forever Xolos (XFFX). (El xoloitzcuintli, o xolo, es una raza indígena de perros, y su imagen destaca en el logotipo del club.)
En los dos años desde que el hijo de Martínez se interesó en los partidos de los Xolos, los otros californianos en el grupo XFFX se han vuelto algunos de los amigos más cercanos, reuniéndose algunas veces cada año para fiestas de baby shower y para ver los partidos en televisión, enviándose mensajes de texto diariamente y viéndose siempre que pueden en los partido en Tijuana.
Martínez, que celebraba su cumpleaños número 53, se había vestido para el partido: una sudadera de los Xolos sobre una playera negra y roja de los Xolos, un look acentuado con un par de aretes personalizados de los Xolos. Al salir de su ciudad esa mañana, Martínez se había detenido para recoger a su hija de 28 años de edad, Lorena, quien le regaló una gorra tejida con los colores de los Xolos: rojo, blanco y negro.
“Incluso me pinté las uñas, ¿está bien?”, dijo, doblando los dedos de la mano derecha mientras con la izquierda dirigía el auto hacia el sur por la I-5, al lado de la fría orilla gris del Pacífico.
Para la 1 de la tarde, Martínez ⎯ conocida en XFFX como Big Mama ⎯ estaba felizmente sentada en una silla plegable roja, con un trago de mezcal en una mano y, en la otra, un taco de delgadas tiras de carne asada y un poco de guacamole hecho en casa. Sus amigos Víctor y Claudia Valadez habían llegado más o menos a la misma hora procedentes de Chula Vista, el suburbio de San Diego que, bromeó Víctor, a veces es conocido como “Chulajuana”.
Ricardo y Rodrigo Rodríguez, gemelos nacidos en Tijuana que han pasado los últimos 17 años viviendo en San Diego, empezaron a asistir a los partidos en 2009 junto con su hermano mayor, Oscar. El estadio aún estaba en construcción en ese entonces, como lo está ahora, y tenía una capacidad reducida.
“En ese tiempo teníamos que usar botas para la lluvia y aún así nos cubríamos de lodo”, dijo Ricardo. “Era”, añadió, haciendo una pausa para buscar un efecto, “interesante”.
Esos también eran tiempos difíciles en Tijuana. En 2008, la violencia entre los carteles del narcotráfico rivales alcanzó su apogeo al tiempo que la crisis financiera diezmaba a la industria turística, que había sido el salvavidas de la ciudad durante casi un siglo.
“Muchas personas venían aquí solo con la intención de llegar a Estados Unidos”, dijo David Lomelí, un maestro de secundaria local, mientras servía hamburguesas preparadas en un asador ardiente. “La gente no se sentía arraigada. No sentían que este fuera su hogar. Pero los Xolos nos han dado cierta sensación de unión o identidad”.
Esa identidad, al menos desde la perspectiva de los Xolos, no se restringe a los límites de la ciudad. Como el primer equipo en la Liga MX de México en ser bilingüe en sus comunicaciones públicas ⎯ tiene dos agentes de prensa, uno para reporteros de habla hispana, y otra para los de habla inglesa ⎯, los Xolos han cortejado desde el principio a un público estadounidense y a jugadores estadounidenses.
Esos esfuerzos han sido notablemente exitosos. Según Alejandro Serrano, el mánager general del equipo, las ventas de boletos para el estadio de 27,000 asientos lo mantendrán lleno al 90 por ciento de su capacidad durante el resto de la temporada de invierno.
Los Xolos no son el único equipo de la Liga MX con programas de reclutamiento al otro lado de la frontera, por supuesto, pero son una rareza en que tienen a un puñado de jugadores titulares ⎯ Paul Arriola, Joe Corona y Michael Orozco ⎯ que nacieron en Estados Unidos y han jugado para su equipo nacional. Arriola y Corona viajan casi diariamente para los juegos y las prácticas desde su casa en San Diego. Orozco, quien creció en Anaheim, California, ha trasladado a su esposa e hijos a una casa a orillas de la playa en Tijuana, lo cual dijo fue “como venir a casa”.
La transformación de Tijuana es, como el Estadio Caliente, una obra en proceso perenne. Aunque los robos han declinado en los últimos años y los asesinatos teatrales de las guerras de los cárteles en el periodo 2007-2010 han desaparecido en gran medida, la violencia sigue siendo desenfrenada, y 2016 registró el número de homicidios más alto en la historia de la ciudad. Las prostitutas aún merodean enfrente de hoteles de mala muerte en Calle Coahuila, a poca distancia caminando desde la frontera y a 15 minutos en auto al norte del Estadio Caliente.
Para muchos mexicanos, la ciudad sigue siendo una escala para los viajes al note. Pero aunque el desempleo en Tijuana está por debajo del promedio nacional, muchas personas aquí siguen sobreviviendo con ingresos limitados. Eso puede hacer que los boletos más baratos para los partidos de los Xolos, que se venden en 300 pesos (unos 15 dólares), sean un lujo inalcanzable.
José Martín González Mendoza, quien ha trabajado durante cuatro años como guardia de seguridad en el estadio en los días de partido, gana 200 pesos por un turno de 13 horas que se prolonga hasta la medianoche. Para la mayoría de los partidos, trae a su esposa e hijos al estadio, donde ganan dinero extra vigilando los atrezos de la fiesta en el estacionamiento de XFFX mientras Martínez y los otros californianos entran al estadio.
González usó recientemente los ingresos extra para comprar a su hijo mayor anteojos graduados. Su hijo menor, Tomás, dijo que él también esperaba entrar al estadio un día para ver jugar al equipo local. Por ahora, ese sigue siendo un gasto mayor que su familia no puede permitirse.
Esa noche, después de la victoria por 6-2 del equipo sobre el Puebla, los fanáticos satisfechos salieron del Estadio Caliente y regresaron al estacionamiento. Mientras la mayoría de las personas empacaban sus cosas para irse, Patty y Lorena Martínez se tomaron otro trago. Habían reservado una habitación de hotel y emprenderían el largo regreso a casa en Los Ángeles a la mañana siguiente.
Víctor y Claudia Valadez, posponiendo su regreso a Chula Vista para unos momentos después mientras el tráfico menguaba, deambulaban con su hijo de siete años, Gael, que tiene su propio pase de temporada. Él y Tomás vociferaron felizmente sobre el partido en un español salpicado de palabras y frases en inglés.
Patty Martínez soltó una estruendosa y afable risa y se transportó al futuro con los niños.
“Esa es nuestra próxima generación”, dijo. “Nuestros Xolos estadounidenses”.

Michael Snyder
© 2017 New York Times News Service