El camino de Wigan a la “BREXIT”: enojo, pérdida y resentimientos de clase

WIGAN, Inglaterra _ Después de desempeñar tareas como recolector de basura, panadero y ahora empacador en una fábrica de alimentos enlatados, Colin Hewlett, como la mayoría de las personas en Wigan _ una arenosa ciudad inglesa del norte _, se enorgullece muchísimo por sus credenciales en la clase obrera. Juega billar inglés y bebe pintas en el club Working Mens, al otro de lado de la calle, en frente de su casa de ladrillos rojos, y ha votado por el Partido Laborista en cada elección de la que tiene memoria, como lo hizo su padre antes de él.

El gobernante Partido Conservador, que la última vez que ganó en unas elecciones en Wigan fue en 1910, es “para cabrones ricos y de segunda clase, que buscan sacar tajada”, explicó.

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El 23 de junio, no obstante, Hewlett rompió los hábitos de toda una vida y se rebeló contra la línea laborista. Ignorando la posición de que la Unión Europea es buena para Gran Bretaña, él votó por escaparse del bloque europeo junto con 64 por ciento de la población en la ciudad que, según Will Patterson, un activista local del Partido Verde, normalmente “habría votado por una vaca si el Laborista la postulaba en unas elecciones”.

El voto arrollador a favor de la “brexit” aquí _ mucho más alto que el 52 por ciento que votó por salirse en el ámbito nacional _ fue una aguda reprimenda a la dirigencia del Partido Laborista en Londres, pero también a sus políticos locales. Tienen 65 de los 75 escaños en el Consejo Distrital e hicieron campaña, aunque con poco entusiasmo, por la posición para quedarse.

El Partido Conservador, cuyo dirigente era el exprimer ministro David Cameron y que igual hizo campaña para quedarse en Europa, también recibió una patada en el trasero, como les pasó al presidente Barack Obama y a legiones de otras prominentes figuras en Gran Bretaña y otros países que exhortaron a los votantes, como Hewlett, a no hacer olas.

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Sin embargo, hacer olas, sin importar los riesgos, era, precisamente, lo que querían hacer él y millones de otros británicos _ quienes, a pesar de su verdadera situación económica, se ven como parte de la “clase trabajadora” oprimida. Para ellos, se trató de un último y desesperado esfuerzo por restablecer el mundo perdido del empleo y las comunidades seguras, que era muchísimo más duro en la realidad de lo que es en los recuerdos.

Su voto fue evidencia cruda de cómo los resentimientos de la clase trabajadora, motivados por la sensación de que se la está ignorando y dejando sin anclaje en un mundo que cambia rápidamente, están alimentando al nacionalismo y otros esfuerzos por reclamar un sentido de identidad, cambiando drásticamente los supuestos ideológicos, y tensando los vínculos con los partidos políticos y otras instituciones.

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En efecto, la bien documentada eliminación de los tradicionales empleos de la clase trabajadora en Wigan y el resto de Gran Bretaña no ha terminado con el apego de las personas a la idea de que pertenecen a un proletariado que se siente explotado. Con una encuesta sobre las actitudes sociales que el NatCen Social Research, un grupo británico de investigación, dio a conocer hace poco, se encontró que mientras solo 25 por ciento de los británicos tenía empleo que implicara una labor rutinaria o manual, los marcadores tradicionales de la pertenencia a la clase trabajadora, 60 por ciento de los británicos se percibió a sí mismo como parte de ella.

Sin grandes expectativas

Esta desconexión entre los empleos que tiene la gente y sus lealtades de clase es un fenómeno que los investigadores denominaron “clase trabajadora de la mente”. Ayuda a explicar que en tanto que solo una pequeña minoría de británicos comparten la verdadera inseguridad y pobreza de los trabajadores como Hewlett, muchos otros sienten que les están dando un trato injusto; y quieren echarle la culpa a quienes están en el poder, ya sea en Bruselas o en Londres.

“No creo que cambie mucho. Pero tenemos que darle la oportunidad”, comentó Hewlett, de 61 años, sentado junto a su esposa, quien padece la enfermedad de Alzheimer, en una sala abarrotada, cuyas paredes descoloridas estaban tapizadas con fotografía de sus seis hijos y 14 nietos. La vida, dijo, “está de la patada” y las culpables son las intromisiones de fuera. “No me gusta que la gente nos diga qué hacer a millas de distancia”.

En tan solo tres años, explicó Hewlett, su salario neto se había caído de más de 665 dólares a la semana a solo 318 dólares. Peor, agregó, es que su contrato del empleo antes seguro, de tiempo completo, se ha transformado en “un contrato de cero horas”, según el cual su empleador decide qué tanto trabaja y cuánto le paga, dependiendo de lo que necesite en un día en particular.

“Básicamente, es trabajo de esclavos”, añadió Hewlett. Se quejó de que una afluencia de trabajadores entusiastas de partes más pobres de la Unión Europea, que fueron comunistas, significa que los empleadores ahora no tienen ningún incentivo para ofrecer un contrato fijo o más del salario mínimo por el trabajo de baja cualificación.

La cantidad real de inmigrantes que viven y trabajan en Wigan es muy reducida, con solo 2.9 por ciento de la población que nació fuera de Gran Bretaña, en comparación con la cifra de 11.5 por ciento para el ámbito nacional, dice la Oficina de Estadísticas Nacionales. Solo 1.7 por ciento de quienes viven en Wigan nacieron en otros países de la Unión Europea. La tasa de desempleo, dice el consejo local, es de solo cinco por ciento, ligeramente por debajo del nivel nacional y la mitad de la proporción en los países europeos que utilizan el euro.

“Esta isla con cetro”

Los defensores del libre mercado aclaman la llamada flexibilidad laboral, asegurada con los contratos de horas cero, es una maldición; así como, una de las razones por las cuales los británicos menos instruidos y mas pobres votaron abrumadoramente para salirse de la Unión Europea.

El que los burócratas sin rostro en Bruselas no tuvieran ningún papel en darle forma al mercado laboral de Gran Bretaña _ eso lo hicieron, en Londres, formuladores de políticas elegidos cuando el país luchaba por conservar su competitividad en medio de las presiones de la globalización _, no hizo nada por afectar en algo a la perspectiva generalizada que hay aquí, en Wigan: que abandonar la Unión Europea podría, de alguna forma, hacer que el país cambiara de carril, de preferencia a uno en el que se recuperen la seguridad y el sentido de pertenencia que había en el pasado y que se perdieron.

Patterson, el activista del Partido Verde, recordó cómo había batallado, en vano, durante la campaña del referendo para convencer a los electores de Wigan de que sus intereses estaban alineados con los de los “trabajadores de Stuttgart y de Gdansk”, y que necesitaban hacer causa común con ellos en contra de los gobiernos de derecha por toda Europa, que impulsan la austeridad y las políticas laborales a favor de los negocios.

Cuando presentó este argumento en un debate en Wigan, recordó, una mujer se puso de pie de un salto y gritó: “A mí no me interesa Stuttgart. A mí solo me interesa Wigan”.

Andrew Higgins
© 2016 New York Times News Service