Capturando imágenes de esperanza en ciudad donde surgió Boko Haram

MAIDUGURI, Nigeria _ Su ciudad natal, lugar donde surgió Boko Haram, está llena de historias tristes.

Fati Abubakar vaga por las calles en busca de las felices.

No siempre es fácil.

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Con una cámara colgada del hombro, Abubakar, de 30 años de edad, documenta a la gente de Maiduguri, una capital bulliciosa en el noreste de Nigeria, decidida a mostrar al mundo que la vida continúa pese a años de una violencia que ha causado la muerte de miles de personas, muchas dentro de los límites de la ciudad.

Inspirada por cuentas de Instagram como @humansofny, que captura la vida de los neoyorquinos “una historia a la vez”, Abubakar toma retratos de vendedores, refugiados y estudiantes, y los publica en Instagram en la cuenta @bitsofborno con citas o pies de foto que los describen.

Boko Haram ha afectado en alguna forma a casi todos los que fotografía.

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“Cuando dicen que hay insurgencia aquí, la gente supone que no hay nada más que muerte y desesperación”, dijo Abubakar. “Quiero cambiar esa imagen. Usted puede verlo, la vida cotidiana continúa”.

En Maiduguri, ella se ha convertido en una especie de celebridad. Los miembros de la milicia vigilante civil apostada en la ciudad para protegerla contra Boko Haram cuidan de ella, haciendo retroceder a los niños que se arremolinan a su alrededor cuando sale a trabajar.

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“¡Bits of Borno! ¡Bits of Borno!”, le gritaron este mes varios muchachos que siguen su cuenta de Instagram mientras ella pasaba frente a la mesa de billar donde estaban reunidos. Sus fanáticos le piden que los retrate; ella felizmente los complace.

Abubakar recorrió con gracia el atestado y caótico Mercado de los Lunes en el centro de la ciudad como si tuviera ruedas en vez de pies bajo su largo vestido anaranjado y amarillo. Las carretas rebosaban de cebollas, melones, cacahuates, barras de jabón y palomitas de maíz.

Se detuvo a tomar una instantánea de un hombre que vendía harina desde una carretilla, con manchas blancas en el rostro y las manos.

“Nunca recibimos nada del gobierno”, se quejó el vendedor. “Ni agua ni electricidad”. El viento levantó y sopló parte de su harina. Abubakar siguió adelante.

Fotografió a dos niños, ambos llamados Abba, que usaban gigantescos sombreros de paja. Luego se acuclilló para hablar con un mendigo, un anciano con una túnica blanca satinada que estaba sentado en un puente sobre un lecho de río seco cubierto de basura.

Ella anota todas sus historias con una letra garigoleada en su cuaderno cuadrado después de que hace la misma pregunta sencilla: ¿Cómo es la vida en Maiduguri?

“Todo está caro”, dijo Zanab Abubakar (sin parentesco con Fati Abubakar), una clienta en el mercado que acudió a comprar alimentos para revenderlos en otra parte.

Fati Abubakar le tomó una foto y suspiró, dejando de lado su cuaderno.

“Ese es el tema general que escucho”, dijo. “Aun cuando esté buscando historias felices”.

Regularmente, las historias más felices provienen de los niños. Y por ello @bitsofborno, llamada así porque Maiduguri es la capital del estado de Borno, está repleta de fotos de niños que juegan en un columpio, sonríen vestidos con ropa recién donada y están de pie junto a un amigo pasándose mutuamente el brazo sobre los hombros.

Abubakar, una mujer delgada con una voz suave y puntos de vista agudos, recuerda el Maiduguri de su juventud como un lugar feliz donde ella iba a la escuela, a bodas y fiestas con sus vecinos.

“Era una pequeña ciudad muy pacífica y pintoresca”, dijo.

Pero a mediados y finales de la década del 2000, cuando tenía poco más de 20 años de edad, la insurgencia empezó a apoderarse de Maiduguri. Un agitador llamado Mohammed Yusuf había estado predicando en uno de los barrios, y sus discursos que denunciaban a la educación occidental se volvieron cada vez más radicales. Abubakar recuerda cómo las mujeres empezaron a vestirse más conservadoramente, con vestidos que llegaban hasta el suelo. Las prédicas de culto de Yusuf formaron el origen de Boko Haram.

Los vecinos mataban a sus vecinos. Los hijos huían para unirse a los militantes, mientras otros hijos eran asesinados por el grupo. Los tiroteos y las explosiones eran comunes en toda la ciudad.

Los soldados nigerianos respondieron con gran fuerza, acribillando al grupo y eventualmente dispersando a gran parte del movimiento en 2009. Yusuf, el fundador del grupo, murió mientras estaba bajo custodia policial. Parecía que Boko Haram había sido derrotado.

Pero la insurgencia estaba lejos de haber terminado. Miembros de Boko Haram huyeron de Maiduguri, que en ese entonces tenía unos dos millones de habitantes, hacia el campo. Los aldeanos que buscaban protegerse del grupo empezaron a llegar, según algunas estimaciones duplicando la población de la ciudad. Los desesperados recién llegados acamparon en grandes grupos en hospitales y campus universitarios, donde permanecen, viviendo en la miseria. La ciudad nunca sería la misma.

Durante los periodos más violentos de la insurgencia en Maiduguri, los padres de Abubakar _ su madre es servidora pública, su padre es hombre de negocios _ la enviaron a Londres a estudiar. Mientras estuvo ahí, daba seguimiento obsesivamente a las noticias. Escuchar lo que la gente estaba diciendo de su ciudad natal era deprimente.

“Todos se enfocaban en el trauma”, dijo. “Estaban etiquetándonos como civiles con estrés postraumático. Pero cuando vine a casa, vi a la gente recuperándose”.

Cuando regresó, Abubakar quiso mostrar la humanidad en Maiduguri. Sus fotos cuentan historias de las difíciles travesías de los residentes desde sus aldeas de origen en busca de seguridad y las dificultades de vivir en la atestada Maiduguri, donde hay pocos empleos.

Pero muchas publicaciones son optimistas.

“He estado viviendo en Maiduguri por 30 años. Me encanta la ciudad por lo pacífica que era antes de la insurgencia. Pero debido a los ataques, ha perdido parte de su naturaleza pacífica. Muchos han muerto”, dice el largo pie de foto bajo una imagen de una mujer identificada solo como la señora Chidinma, retratada encorvada en su vestido brillante. “Pero, aun así, olvídese del tema de la insurgencia por un minuto, nos encanta este lugar. Amamos a la gente”.

Conforme crece su número de seguidores, el trabajo de Abubakar está empezando a generar ayuda para las personas a las que fotografía. Algunos de sus seguidores han enviado en las últimas semanas donaciones de efectivo y ropa a sujetos cuyas historias cuenta.

“Se puede ver cómo sale algo bueno de esto”, dijo.

Dionne Searcey
© 2016 New York Times News Service