¿Cómo deshacernos de Trump?

Llevamos apenas un mes de presidencia de Donald Trump y ya muchos se están preguntando cómo podríamos ponerle fin.

Una encuesta de Sondeos de Políticas Públicas encontró que la idea de someter al presidente Donald Trump a juicio político encuentra tanto favor entre los estadounidenses como oposición: 46 por ciento a cada lado. El sitio de apuestas Ladbrokes muestra posibilidades parejas de que Trump renuncie o que abandone el cargo debido a un juicio político antes de que termine su mandato.

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Sky Bet es otro sitio que recibe apuestas de que Trump ya no estará en su cargo para julio de este año.

La semana pasada hubo más de mil referencias a Watergate en los medios informativos, según el sitio de archivos Nexis. Algunos conservadores incluso han llamado a Trump a renunciar o advertido que podría ser obligado a hacerlo. Dan Rather, ex periodista de CBS News que cubrió el escándalo de Watergate, asegura que el escándalo por los lazos de Trump con Rusia no está al nivel de Watergate pero podría alcanzar sus dimensiones.

Quizá las cosas se aplaquen. Pero lo que es sorprendente de Trump no es solo el mal funcionamiento de su gobierno, sino también las acusaciones de que su equipo de campaña cooperó con Vladimir Putin para robarse las elecciones; acusaciones que, por supuesto, él niega vigorosamente. Lo que también es diferente es la preocupación generalizada de que Trump sea tanto inadecuado para el cargo como peligrosamente inestable. El otro día, el líder de un país extranjero pro-estadounidense me llamó y, ahorrándose las preliminares, me preguntó a quemarropa: “¿Qué diablos está pasando en su país?”

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Así, pues, investiguemos. ¿Hay alguna salida?

Trump sigue teniendo un significativo apoyo político, por lo que los obstáculos para sacarlo de la Casa Blanca serían colosales. La forma más limpia y rápida para deshacerse de un presidente pasa por la sección 4 de la enmienda 25, cosa que nunca se ha hecho. Esta enmienda establece que el gabinete, por simple mayoría de votos, el gabinete puede despojar al presidente de sus poderes y pasarle el cargo de inmediato al vicepresidente. El problema es que el presidente depuesto puede objetar y, en ese caso, el Congreso debe de aprobar la destitución por dos tercios del voto de cada cámara. En caso contrario, el presidente recupera el cargo.

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El camino de la enmienda 25 es el que hay que seguir cuando el presidente es “incapaz” de llevar a cabo sus tareas. Le pregunté a Laurence Tribe, profesor de derecho constitucional de Harvard, si eso podría significar no solo incapacidad física sino también inestabilidad mental. O, digamos, la mancha de haberse coludido en secreto con Rusia para robarse la elección.

Tribe señaló que, en su opinión, la sección 4 podía usarse en esa situación.

“En el improbable caso de que Pence y la mayor parte del extraño gabinete de Trump tuvieran las agallas necesarias para hacer lo correcto con el proceso establecido en esa cláusula, seguramente estaríamos en una situación en la que una gran mayoría del pueblo, incluso un porcentaje sustancial de simpatizantes de Trump, respaldarían, cuando no insistirían en que se tomara esa medida”, afirmó Tribe. “En esas circunstancias, no puedo imaginar que Trump y sus abogados lograran que interfirieran las cortes federales.”

El camino más conocido es la impugnación o juicio político. Pero por el momento es difícil imaginar que la mayoría de la Cámara de Representantes votaría en favor de la impugnación. Y aun menos concebible que dos terceras partes del Senado votaría para condenar y destituir a Trump. Aún más, el proceso de impugnación en la Cámara y el juicio en el Senado duraría meses, dejando paralizado al país y a Trump en la Oficina Oval con el dedo en el gatillo nuclear.

Mi impresión es que, a menos que las cosas empeoren muchísimo, la destitución solo será una fantasía liberal. Los progresistas nunca pensaron que Trump lograría la nominación ni que ganaría la elección. Sobrevivió a la cinta de “Access Hollywood” y a incontables crisis que los analistas pensaron que lo hundirían, así que no se ve por qué los republicanos lo abandonarían ahora que es el presidente.

Hay quienes creen que las elecciones intermedias de 2018 serán tan catastróficas pare el Partido Republicano que todo mundo estará dispuesto a deshacerse de él. Yo tengo mis reservas. En el Senado, el mapa es desastroso para los demócratas en 2018: los republicanos solo van a defender ocho asientos del Senado, mientras que los demócratas estarán defendiendo 25.

Así pues, aunque los demócratas rechinen los dientes, a los republicanos les corresponde decidir destituir o no a Trump. Y eso no va a suceder a menos que vean que está arruinando a su partido así como al país.

“El único incentivo que tienen los republicanos para actuar –con o sin el gabinete– es el mismo que tuvieron en 1974 para insistir en la renuncia de Nixon”, me dijo Larry Sabato de la Universidad de Virginia. “El incentivo es la sobrevivencia.”

Trump tiene una debilidad y es paralela a la que tuvo Nixon. Los republicanos del Congreso estuvieron dispuestos a destituirlo en parte porque preferían al vicepresidente Gerald Ford, así como los legisladores republicanos de ahora prefieren a Mike Pence.

Si tuviera que apostar, yo diría que estamos atorados con Trump por cuatro años. Pero como observa Sabato: “Muchas de las cosas de la elección de Trump y los primeros días de su presidencia han sido impresionantes. ¿Por qué para ahora?”

¿Y qué dice eso de una presidencia que, apenas un mes después de iniciada, ya estamos analizar si se puede terminar antes?

NICHOLAS KRISTOF
© The New York Times 2017