Después de 13 años de Yemení en Guantánamo, la libertad de su espíritu toma más tiempo

TALLIN, Estonia _ Cuando los guardias llevaron a Ahmed Abdul Qader al avión que lo alejaría de la prisión de la Bahía de Guantánamo hace año y medio, pidió permiso para hacer una pausa antes de abordar. Cerró los ojos y trató de dejar atrás la carga de sus 13 años de cautiverio.

Qader tenía unos 17 años de edad _ un adolescente yemení con sobrepeso sospechoso de ser terrorista _ cuando las fuerzas militares estadounidenses lo trasladaron a Guantánamo. Cuando partió, tenía más de 30 años, su cabello había empezado a escasear y estaba a punto de iniciar una nueva vida en Estonia, un diminuto país báltico del que nunca había oído hablar antes de que decidiera unos meses atrás reubicar a un detenido.

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Un día después, estaba en su nuevo hogar, un pequeño departamento amueblado modestamente en Tallin que le ofreció el gobierno estonio. Pero pronto se dio cuenta de que no era tan fácil escapar del pasado. La nieve caía, y él estaba ansioso por tocarla. Se dirigió a la puerta, luego de pronto entró en pánico, temeroso de que algo _ no estaba seguro de qué _ pudiera resultar mal si salía.

“Cualquier problema en que me meta ahora _ incluso un error honesto _ será cien veces peor que si lo cometiera cualquier persona normal”, dijo recientemente Qader, tratando de explicar cómo esa sensación de parálisis ha persistido en él.

“Pensé que tras dos meses de la liberación regresaría a la normalidad”, dijo. “Pero no puedo vivir mi vida con regularidad. Lo intento, pero es como si una parte de mí aún estuviera en Guantánamo”.

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Qader es uno de los alrededor de 780 hombres que han sido mantenidos en la prisión desde que el gobierno de George W. Bush la abrió después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Una parte esencial de la guerra contra el terrorismo, Guantánamo fue un experimento: usar la detención indefinida sin juicio, un instrumento de las guerras tradicionales, para un conflicto abierto en el cual puede ser particularmente difícil distinguir a los enemigos verdaderamente peligrosos de la gente atrapada en la periferia.

El presidente Barack Obama heredó 242 detenidos cuando asumió el cargo prometiendo cerrar la prisión. Hoy, quedan 76, 32 de ellos con la autorización para ser transferidos a un país estable dispuesto a aceptarlos.

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En el largo y contencioso debate sobre el futuro de Guantánamo, los ex detenidos que han sido transferidos y no causaron problemas han sido en gran medida olvidados. Pero aunque sus expedientes quizá estén cerrados, la ambigüedad que rodeó a su liberación _ considerados lo suficientemente seguros para ser transferidos, pero nunca considerados culpables o inocentes en un juicio _ sigue marcándolos.

Qader me relató recientemente su historia en una serie de conversaciones a lo largo de varios días esta primavera; en su departamento, durante paseos por la medieval Ciudad Vieja de Tallin, y viajando en un autobús municipal hacia el Centro Islámico de Estonia.

Expresó gratitud hacia Estonia por recibirlo. Su programa de refugiados le ofrece el departamento, atención médica, clases del idioma, un pequeño estipendio mensual y un mentor que le ayuda a navegar por la vida cotidiana.

Sonreía a menudo y hablaba con optimismo del futuro cuando conversamos. Pero también caía en el desánimo por la separación de su familia, su juventud perdida, y su “dolor” cuando la gente lo llama terrorista.

Arresto por razones endebles

Qader fue arrestado junto con una docena de otros árabes en una casa de huéspedes en Pakistán en marzo de 2002. Esa noche, la policía paquistaní también hizo una redada en otra casa de huéspedes en la misma ciudad, capturando a un sospechoso de terrorismo prominente, Abu Zubaydah.

La policía mezcló las dos casas, diciendo que albergaban a lo que se pensaba eran células de Al Qaeda. Pero la evidencia que vinculaba al grupo de la casa de Qader, donde muchos residentes afirmaron ser estudiantes religiosos, era más débil.

Qader fue puesto bajo custodia estadounidense, y en ese mes de junio, fue llevado a Guantánamo. Recuerda vívidamente el “largo, largo, largo” vuelo hacia Cuba; con los brazos y piernas inmovilizados, los ojos y los oídos tapados, el destino desconocido.

En 2009, un equipo de trabajo de revisión de casos de detenidos, conformado por seis agencias, reevaluó la situación de Qader y, según alguien que leyó su informe, concluyó que él no había realizado o facilitado ninguna actividad terrorista contra Estados Unidos o sus aliados.

Esa conclusión, dijeron funcionarios, se repitió en muchos informes sobre detenidos de bajo nivel, y es ambigua: pudiera significar que era inocente o, aunque parte del enemigo, no hizo nada específico. De cualquier manera, el equipo de trabajo lo consideró de un riesgo lo suficientemente bajo para ser transferido.

En 2014, el gobierno de Obama dejó de esperar a que Yemen se estabilizara y empezó a presionar a otros países para que reubicaran a los yemenís varados. Después de que Rusia intervino en Ucrania, Estonia _ otra ex república soviética, y miembro de la OTAN _ aceptó recibir a uno.

‘Como un recién nacido’

Al principio, recordó, procesó todo en su nuevo país “como un recién nacido”, sin saber que su transferencia era polémica.

Qader recordó haber pensado: “Creo que nunca seré libre hasta que mi nombre quede limpio. Siempre seré ‘ese tipo que estuvo en Guantánamo’”.

Decidió mantener un perfil bajo, rechazando entrevistas y contando a pocas personas su pasado.

Ese verano, una tienda en Tallin aceptó a Qader como aprendiz. El dueño luego me dijo cómo llegó a sospechar que el refugiado era el detenido de Guantánamo del que había leído en los medios noticiosos.

Encontró el expediente en línea pero concluyó que sus acusaciones sobre terrorismo eran “puras tonterías”. Una mañana, le dijo a su aprendiz que era “famoso”. Qader reconoció que lo era, y esperaba que le dijeran que se fuera.

En vez de ello, el dueño lo invitó a visitar a su madre en una isla estonia. Qader _ nervioso por salir de Tallin _ titubeó durante días, pero fue.

Estonia recientemente le extendió su permiso de residencia por dos años. Pero su población de 1.3 millones de habitantes incluye solo a unos cuantos miles de musulmanes y pocos árabes. La comida halal es escasa, y Qader interpreta las miradas en el autobús como hostiles.

Le gustaría regresar a casa, pero dijo que temía que las fuerzas de seguridad yemeníes o estadounidenses pudieran decidir erróneamente que estaba trabajando con terroristas y lo encarcelaran de nuevo; o lo mataran con un dron.

Estonia permite las visitas familiares, pero obtener documentos de viaje ha resultado difícil. Su padre, quien sufrió un ataque cardiaco después de descubrir que él estaba en Guantánamo, le llama diariamente, su madre le ha enseñado a cocinar a través de Skype.

El año pasado, la familia de Qader le ayudó a arreglar su compromiso con una de las amigas de sus hermanas. Estonia permite que los cónyuges se unan a los refugiados, así que un juez yemení los casó en diciembre vía Skype. Ahora hablan diariamente, dijo, pero su esposa tampoco ha podido venir aún.

En teoría, él pudiera visitar países europeos _ se supone que debe consultar a funcionarios estonios primero _ pero no se ha atrevido a salir. Consolado por la idea de que el gobierno estonio lo está monitoreando, teme que si viaja al extranjero y estalla una bomba cerca, pudiera ser incapaz de probar su inocencia y se convertiría en un chivo expiatorio y lo encarcelarían de nuevo.

Al preguntarle qué piensa de Estados Unidos, Qader dijo que entendía por qué, después del 11 de septiembre, lo detuvieron. Sin embargo, dijo, deberían haberlo liberado después de uno o dos años; encarcelarlo por tanto tiempo “me perjudicó mucho”.

Enfatizando que no busca “venganza”, “rogó” a funcionarios estadounidenses que consideraran ayudarlo a avanzar en la limpieza de su nombre.

“Ahora me dejaron ir”, dijo. “Muchas gracias. No guardo resentimientos. Pero simplemente déjenme libre en serio. Digan: ‘Este tipo, lo retuvimos todo este tiempo y nos equivocamos, lo sentimos’, y muestren a la gente la verdad”.

Pero Lee Wolosky, el enviado especial del Departamento de Estado para el cierre de Guantánamo, puso objeciones, diciendo que “ninguna disculpa está justificada” por haber detenido a Qader, dadas las circunstancias.

“Estados Unidos estuvo en lo correcto al detenerlo cuando y donde lo hicimos y retenerlo por un periodo de años”, dijo. “También tuvimos razón al final al liberarlo sujeto a garantías de seguridad”.

Charlie Savage
© 2016 New York Times News Service