Después del Estado Islámico, fumar abiertamente para sentirse libres

NUEVA YORK ⎯ Él fue el único hombre que vi cuando entramos en la aldea casi vacía en el norte de Irak, la cual recientemente había sido liberada de manos del grupo Estado Islámico. Lo primero que hizo cuando se acercó a nuestro vehículo fue pedir fuego a mi colega. Fue entonces cuando noté la cajetilla de cigarrillos que sobresalía del bolsillo de la camisa de Mohamed Ahmed Saleh.

Apenas una semana después de que el grupo terrorista fuera expulsado de su ciudad natal, Saleh estaba haciendo una declaración visual. Quería que la gente supiera que es fumador, un delito que hasta recientemente le habría hecho merecer 20 latigazos.

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Saleh es un pastor de vacas que vive en Badoosh, un distrito de colinas suavemente ondulantes 24.1 kilómetros al noroeste de Mosul. Lanzó una diatriba contra el Estado Islámico, el cual había impuesto su versión ultra estricta del islamismo en su aldea durante los casi tres años que ocupó el área. Entre sus muchas quejas estaba que el grupo había penalizado uno de sus placeres diarios: fumar.

Yo no soy fanática del tabaquismo y evito los bares porque no puedo soportar el olor del humo de segunda mano, pero era obvio que fumar para este hombre equivalía a libertad.

Saleh describió los esfuerzos que tenía que hacer para conseguir cigarrillos bajo el control del Estado Islámico, también conocido como ISIS o ISIL, y la emoción que le daba romper las reglas.

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Akhtamar Classic, dijo, era la única marca pasada de contrabando al territorio controlado por el ISIS. Un paquete costaba 750 dinares, o 63 centavos de dólar. Bajo los militantes, alcanzó los 20,000 dinares, o 17 dólares. Dijo que él no podía permitirse pagar 17 dólares. Así que él y cuatro amigos de confianza reunían su dinero para comprar una cajetilla de 20 cigarrillos. Me mostró cómo partía cada cigarrillo en tres partes para hacerlos durar más.

Saleh dijo que él y sus amigos acostumbraban ir a los campos con sus vacas y fumar, cubriéndose el rostro para reducir el humo. Luego se cepillaban los dientes y se rociaban unos a otros con perfume antes de regresar. Una vez en un retén, dijo, un guardia del Estado Islámico metió la cabeza por la ventanilla de su auto y los olfateó.

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El día en que el Estado Islámico fue forzado a abandonar el aérea, dijo, fumó un cigarrillo tras otro hasta terminar con cuatro cajetillas. Ahora orgullosamente lleva siempre consigo una cajetilla.

“Simplemente me gusta caminar por ahí llevándolo en la mano simplemente porque puedo”, dijo, mostrando cómo sostiene ahora su cigarrillo entre los dedos.

En la siguiente casa que visitamos, un joven entró con un paquete de la misma marca de cigarrillos. Él, también, describió cómo reunía dinero con cuatro o cinco amigos para poder comprar cigarrillos durante la ocupación. Un paquete costaba más de 100 dólares, lo cual dijo era aproximadamente el salario mensual de un combatiente del Estado Islámico.

Durante mi jornada en el área, entrevisté a seis personas que dijeron que habían fumado en desafío a la prohibición. El joven con el paquete me dijo que fumaba porque era adicto, pero que también fue su propia forma de resistencia.

Rukmini Callimachi
© 2017 New York Times News Service