¿Por qué Donald Trump insiste en insultar a los judíos?

Cuando algo sucede una vez, es una curiosidad. Si sucede dos veces es una coincidencia. Pero cuando sucede tres o más veces estamos hablando de una tendencia.

Y Donald Trump ha revelado su tendencia de ofender –o por lo menos, de desdeñar– a los judíos. El ejemplo más reciente fue la semana pasada, cuando se negó a presentar sus respetos en un monumento al Holocausto en Varsovia, al que ningún otro presidente estadounidense había dejado de visitar.

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¿Qué está pasando? La respuesta, en mi opinión, no es tan oscura como la podrían presentar muchos de sus detractores. Pero no deja de ser inquietante. Y las metidas de pata de Trump en lo que se refiere a los judíos revelan mucho de sus limitaciones como persona y de sus desventajas como presidente.

Pero primero veamos los antecedentes. Había estado en el cargo apenas una semana cuando llegó el día internacional de conmemoración del Holocausto (el 27 de enero) y su gobierno emitió una declaración en la que curiosamente omitió toda mención específica a los judíos. Los funcionarios del gobierno no solo no se disculparon, sino que explicaron que la Casa Blanca había adoptado un enfoque más “incluyente”, pues en el Holocausto murieron también millones de personas que no eran judías y no había querido referirse a un grupo solamente.

Después hubo ese silencio extraño e incómodo de Trump y sus asistentes sobre una oleada de actos de vandalismo antisemitas y amenazas de bomba en todo el país en enero y febrero.

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En mayo, de visita en Israel, Trump insistió en acortar en mucho el recorrido por Yad Vashem, un importante museo y monumento al Holocausto, que tanto Barack Obama como George W. Bush habían visitado detalladamente. Y se mantuvo en su plan pese a las protestas tanto de israelíes como de judíos estadounidenses. La despreocupación sorda de su enfoque quedó acentuada por el mensaje que dejó en el libro de visitas: “Es un gran honor estar aquí con todos mis amigos; es maravilloso y nunca lo olvidaré.” Yair Rosenberg, periodista de la revista judía Tablet comentó en Twitter que ese mensaje es “básicamente lo que los adolescentes escriben unos a otros en sus respectivos anuarios de secundaria”.

Ivanka Trump fue al monumento en Varsovia en representación de su padre, aunque Trump suavizó ese golpe en cierta medida mencionando en el gran discurso que pronunció en Varsovia, que “los nazis asesinaron sistemáticamente a millones de ciudadanos judíos de Polonia”.

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Ivanka se convirtió al judaísmo para casarse con Jared Kushner, y el importante papel desempeñado por la pareja en la Casa Blanca significa que Trump tiene judíos observantes en el corazón mismo de su presidencia… y de su vida personal.

Pero eso no le impidió hacer comentarios que parecieron ajustarse al estereotipo antisemita, durante un evento de campaña con donantes judíos en diciembre de 2015. “Yo soy negociador… al igual que todos ustedes”, afirmó, para agregar después: “¿Hay alguien en este salón que no renegocie acuerdos? Quizá más que en ningún otro salón en el que yo haya hablado.”

Durante su campaña presidencial, Trump aceptó de buen grado los favores y apoyos de individuos y grupos que trafican con la supremacía blanca. En Twitter reenvió materiales de usuarios orgullosamente antisemitas. Y provocó un escándalo al promover una imagen que mostraba a Hillary Clinton encima de un montón de billetes y una estrella de David con la inscripción “la candidata más corrupta de la historia”.

El sitio Web PolitiFact llegó a la conclusión de que era “improbable de que el equipo de campaña de Trump hubiera tenido la intención de poner la imagen de la estrella de David. De hecho, el equipo actuó para cambiar la estrella por un círculo cuando la imagen recibió mucha atención”. Pero aun así, señaló PolitiFact, Trump tiene la insólita costumbre de “difundir por las redes sociales materiales que provienen de fuentes conocidas por esparcir el racismo, el antisemitismo e ideas de supremacía blanca”.

La verdad, no estoy convencido de que Trump sea antisemita, como tampoco estoy convencido de que sea homofóbico. (Que sea racista y sexista es otra cosa.) Pero pienso que él ansía y se embriaga tanto con cualquier muestra de afecto que le llegue que es reacio a rechazarla sin importar de dónde provenga.

Un destacado judío republicano lo dijo muy claro: “Yo creo que Trump es un narcisista tan patológico que no puede hacerse a la idea de decir que rechaza a alguien que dice quererlo”, me comentó, interpretando el razonamiento de Trump de este modo: “¿Qué de malo pueden tener? ¡Ellos están en mi favor!”

Trump se muestra reacio a criticar a cualquier grupo de electores o táctica que lo eleve en el trono, del que él está seguro de que es su lugar. El resultado valida el ascenso aun más horrible y causante de divisiones.

“Yo no creo que él esté incitando a esa gente ni asociándose con ella por compartir sus opiniones”, agregó el judío republicano. “Lo que pienso es que él es tan insensible a la presidencia –respecto de las responsabilidades del líder del mundo libre– que no se da cuenta de que no basta decir una o dos veces que él no está de acuerdo con ella. Él no se da cuenta de que tiene que dejar las cosas muy claras.” Y no se da cuenta de que está validando y animando a esa gente. O quizá simplemente no le importa.

Él no entiende el mensaje que está enviando cuando decide recorrer de prisa el museo de Yad Vashem, cuando sus predecesores lo visitaron cuidadosamente, porque él está menos preocupado por el peso de su cargo que por los caprichos y la comodidad de la persona de Donald Trump. Todo gira en su torno, todo se refiere a él siempre. Y si él en el fondo está convencido de que es bueno con los judíos, entonces no necesita demostrárselo a nadie.

Repasemos el berrinche en miniatura que protagonizó durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca en febrero, cuando el reportero de una revista judía le preguntó si estaba prestando la atención debida a las amenazas de bomba antisemitas. Trump interpretó la pregunta como una condena no a su actuación sino a su propio ser: “¡Yo soy la persona menos antisemita que haya visto en toda su vida!”, proclamó. Y después dirigió la discusión hacia los medios de comunicación que, como él siempre ha dicho, son malos con él. Olvídense de la persecución de los judíos. De lo que tenemos que hablar es de la persecución que sufre Donald Trump.

Podemos ser considerados con los demás solo en cierta medida cuando no dejamos de considerarnos a nosotros mismos. Y la cultura de la presidencia trumpiana, que es extravagantemente anticonformista, tiene sus lados negativos. Este gobierno se ha desentendido y ha hecho a un lado ciertos rituales y sutilezas que son importantes para la gente en general y, con ello, se ha distanciado de ella.

Por ejemplo, el mes del Orgullo Gay vino y se fue sin generar siquiera la declaración de reconocimiento más banal en la Casa Blanca. Así pues, aunque a Trump le gusta cacarear de manera alucinatoria que los gais lo adoran, lo único con lo que tuvieron que conformarse en junio fue con un tuit de su consciencia subcontratada, con lo que naturalmente me refiero a su hija Ivanka.

Parte de todo esto se lo debemos a Steve Bannon y a su ralea. Su idea de nacionalismo es helada en el reconocimiento de subgrupos, entre los que por supuesto están los judíos estadounidenses.

Otra parte de esto se reduce a la ausencia de profesionalismo. Trump no está siguiendo la respetuosa coreografía de otros presidentes porque en su círculo interno no hay nadie que conozca el baile. Kushner, Bannon, Stephen Miller y Reince Priebus son todos bisoños en un trabajo de este tipo y nivel. Carecen de memoria institucional, además de que no tienen ningún pudor por la facilidad en que estos puntos ciegos se convierten simplemente en insensibilidad.

Definitivamente, no puedo saber exactamente lo que siente Trump por los judíos, los gais o por cualquier otro grupo. Pero sí puedo ver con claridad su torpeza y su auto-absorción y sé que eso es causa suficiente para sentir alarma.

FRANK BRUNI
© The New York Times 2017