Dos visiones de un país se cruzan en las calles de Washington

WASHINGTON — El jueves por la noche, un día antes de la asunción de Donald Trump, el ambiente de la capital de Estados Unidos se reflejaba casi como un espejo en Joe’s, un restaurante clásico de comida estadounidense a unas calles de la Casa Blanca. En el bar, los eventos de la víspera de la toma de posesión se mostraban en dos pantallas: una con Fox News y otra con CNN.

Valerie Jarret, una de las asesoras más cercanas de Barack Obama, estaba en el restaurante, al igual que un señor mayor que caminaba con bastón y llevaba con orgullo la gorra de Make America Great Again. Cada uno vivía algo distinto: las últimas horas de la administración Obama y la esperanza de la administración Trump.

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La capital de Estados Unidos se despertó el viernes atravesada por dos visiones contradictorias. Antes de las siete de la mañana, docenas de manifestantes se empezaron a organizar en McPherson Square con camisetas que decían “No es mi presidente” y carteles que rezaban “Traidor, estás despedido”, “Resistencia a Trump” y “El títere naranja de Putin”. Ciudadanos de distintos rincones del país habían llegado para alzar su voz en contra del nuevo presidente.

Heather Gatny, de 37 años, viajó con su madre desde Michigan para protestar en contra de la toma de posesión: “Podemos esperar racismo, misoginia y, probablemente, nos lleve a una guerra”, dijo. “Me gustaría que fuera destituido”.

Por las mismas calles pasaban tranquilamente simpatizantes de Trump en dirección a las líneas de metro que los acercarían al Capitolio, y muchos de ellos llevaban su famosa gorra roja.

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Evan Walton, de 45 años, había llegado con su esposa e hija desde Doyleston, Pensilvania, para asistir al evento histórico. “Estoy contento. Espero una mejor economía y una frontera más segura”, dijo, y añadió que le gusta que Trump “sea un hombre de acción, un constructor, un empresario. Es eficiente y ama a Estados Unidos”.

Ni siquiera Cheryl Taylor, una activista de Carolina del Sur de 63 años que asistía a una inauguración presidencial por cuarta vez, podía mantenerse al margen de las emociones que embargaban las calles de Washington. “Barack Obama quería un cambio”, dijo, “pero el país no recibió lo que esperaba”. Taylor apreciaba el hecho de que el nuevo presidente fuera un hombre “que escucha a Dios”.
Al parecer todos querían a Dios de su lado el viernes.

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Walter, por ejemplo, un abogado retirado que viajó desde Florida para manifestarse en contra de Trump, dijo: “Espero que Dios nos ayude en los próximos cuatro años. Solo puedo decir que necesitamos la ayuda de Dios para que nos rescate de este loco; él y Putin son muy peligrosos”.

David Beltran, un joven de 22 años que nació en Colombia pero que ha vivido casi toda su vida en Estados Unidos, estaba marchando por los derechos de los gays y los inmigrantes. “Este hombre no representa mis valores. Ha hablado mal de personas como yo o como mis padres, que han trabajado tan duro para llegar aquí”.

Mientras se aproximaba la hora de la toma de posesión, las calles cercanas al Capitolio se empezaron a llenar de personas con gorras rojas, emocionadas de oír a su nuevo presidente. Los manifestantes, por su lado, se formaban y empezaban a caminar hacia los puntos de entrada para protestar.

Pamela Patrino, de 42 años, dijo con un acento bostoniano que estaba lista para “apoyar a Donald Trump. Es hora de tener a alguien que no sea tan cercano a la arena política. Él no tiene una agenda secreta”. Acompañada de su pequeña hija, Patrino dijo que Trump iba a unir a los estadounidenses: “Los muros que construya no nos van a separar, serán motivo para comunicarnos mejor. El muro, al final, tendrá una puerta y un puente”.

Minutos después, cuando empezaban a caer unas gotas sobre la multitud congregada, Trump reafirmó esas mismas promesas ante un país dividido. No en vano es el hombre que empieza su mandato con los niveles de popularidad más bajos en la historia para un presidente entrante. Según dos encuestas recientes, una de CNN y ORC y la otra de The Washington Post y ABC News, solo el 40 por ciento de los estadounidenses tienen una buena opinión de su nuevo presidente.

Tal vez por eso, su discurso de posesión parecía el de un candidato que sigue en campaña. Con sus eslóganes America First (“Estados Unidos primero”) y Make America Great Again (“Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”), Trump hizo énfasis en sus temas centrales: la economía, los trabajos y el pueblo. Y usó la retórica populista que marcó su candidatura para afirmar que ese era el día en que iba a tomar “el poder de Washington D. C.” para devolvérselo al pueblo.

“Lo hizo muy bien, está concentrado en el pueblo y eso hace años no sucede en el gobierno”, opinó Beth Azor, una mujer de 56 años que había llegado desde Fort Lauderdale para sentarse a pocos metros de Trump, entre una multitud de asistentes bien vestidos. “Va a proteger nuestras fronteras y estoy emocionada porque él va a ser fuerte. Hemos sido muy débiles y hemos mandado a nuestros soldados y nuestro dinero a otros países y no siempre ha sido una relación recíproca”, dijo.

Muffy Opry y Jane Barton, dos mujeres texanas, también se mostraron complacidas con el primer discurso del nuevo presidente. “Fue maravilloso, repitió todo lo que ha prometido en los últimos dos años y era exactamente lo que queríamos oír”, dijo Jane.

“Hay que darle una oportunidad”, afirmó.

Sin embargo, los manifestantes congregados en McPherson Square no parecían estar dispuestos a esperar para confirmar si las amenazas de Trump han sido solo retórica vacía o no. Para mucho de ellos, lo que se vio en la campaña y lo que se conoce del nuevo presidente es suficiente para alzar la voz.

Para Nick Atwell, un hombre de 28 años que vive en Oregon y llevaba puesta una camiseta que decía “No es mi presidente”, Estados Unidos “caminó hacia la oscuridad”. Su única esperanza, dijo, “es que después de esta tragedia que está por comenzar, seremos como los adictos que han tocado fondo”.

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