Editorial: Momento histórico de Hilarry Clinton

© 2016 New York Times News Service

La vida de Hillary Clinton, en muchos aspectos, sigue el arco del progreso para la mujer en la sociedad estadounidense. Su madre, Dorothy Rodham, nació un año antes de que se ratificara la 19 Enmienda, dándoles el voto a las mujeres.

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Ha tomado mucho, mucho tiempo que se vuelva realidad la promesa de esa enmienda de plena participación de la mujer en nuestra democracia. Clinton la llevó un gran paso más cerca esta semana, conforme se convirtió en la primera mujer nominada para la presidencia por un partido grande. E incluso así, esta realidad se sigue sintiendo muy sorprendente, muy impactante para muchos incluso ahora.

La nominación de Clinton – llevando a las mujeres, impedidas primero por la ley y después por la costumbre, al pináculo de la política estadounidense – debe celebrarse como inspiración para jóvenes estadounidenses, y como esperanza para mujeres en naciones y culturas que les siguen negando las oportunidades más elementales. Es prueba ulterior de que abrirles puertas a las mujeres eleva y fortalece a nuestra nación.

En un momento en que el discurso político ha sido divisivo y oscuro, ella reunió optimismo en su llamado por que los estadounidenses trabajen unidos en los desafíos ante nosotros. “Estados Unidos está nuevamente en un momento de estimación”, dijo, en extractos de su discurso por la noche del jueves, divulgado adelantadamente. “Los vínculos de confianza y respeto se están desgastando”, dijo. “Estamos con la mirada clara con respecto a lo que nuestro país enfrenta. Pero, no tememos. Nos alzaremos al desafío, justamente como siempre lo hemos hecho”.

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La fuerza y tenacidad de Clinton se formaron en una era de pocas oportunidades para las mujeres, e incluso así ella formó una carrera que se extendió por el mundo. Su educación y ética laboral le proporcionó muchos sitios para el éxito, pero ella eligió una senda de servicio a la gente con muchas menos opciones de las que ella poseía.

Durante cuatro décadas, Clinton ha trabajado y defendido, escuchado y hablado por los niños, los pobres y la gente sin voz. Ella ha absorbido golpes personales y profesionales que habrían dejado a muchos otros en la lona, y asestado algunos, de igual forma. Pocos políticos, y ciertamente no su oponente, llevan consigo el músculo intelectual que Clinton trae a la contienda por la Casa Blanca.

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Algunos estadounidenses siguen profundamente incómodos con mujeres a la cabeza de corporaciones, ya no digamos el mundo libre. Ninguna mujer es más consciente de esto que Clinton, quien ha luchado como primera dama, senadora y secretaria de Estado para marcar el equilibrio indicado entre lo que la sociedad espera de las mujeres y lo que ella aspira a lograr.

La primera vez que Clinton se postuló para presidenta en 2008, prácticamente pasó por alto la histórica naturaleza de su candidatura; esta vez, ella la ha acogido más plenamente. El incierto esfuerzo por combinar las habilidades de Clinton, su experiencia y feminidad en un paquete ganador fue obvio durante la convención de esta semana, conforme demócratas y su propio marido alternaron torpemente entre presentarla como madre y esposa, y como potencial comandante en jefe.

Cuando Barack Obama tomó posesión como el primer presidente negro de la nación, los historiadores se preguntaron qué combinación de calificaciones, experiencia y personalidad lo hacían a él, de todos los líderes negros, el que rompería esa barrera. Es de la misma forma para Clinton. ¿Es ella la nominada debido a que está más calificada que prácticamente cualquier candidato por la presidencia o porque ella es la esposa de un ex presidente? Escépticos electores han escrutado su edad, voz, tono, incluso su ropa como calificadores para la Casa Blanca. No causa sorpresa que las mujeres integren menos de un quinto del Congreso estadounidense, y solo seis son gobernadoras.

Lo que es seguro es que Clinton ha tenido que trabajar más arduamente bajo el doble de escrutinio. Ahora su desafío radica en compeler a los votantes a juzgarla por sus méritos e ideas, en vez de por su género o el registro de su marido.

El ascenso de Clinton no ha sido suave o particularmente agraciado. Algunas de sus posiciones parecen surgidas más de conveniencia política que de convicción. Ella puede ser sigilosa y defensiva en vista de preguntas y críticas legítimas. Que no logre ofrecer una conferencia informativa abierta durante meses muestra a una renuencia a someterse a preguntas espontáneas. Su candidatura es un acto de coraje, mayor transparencia demostraría que ella no se propone gobernar desde una posición de miedo.

Clinton ha tenido un compromiso de toda la vida con el servicio público, y ahora en el camino a la Casa Blanca, ella sigue una búsqueda por mejorar nuestro mundo.

© The New York Times 2016