Efrentando un vacío dejado por el odio

OLATHE, Kansas ⎯ Sunayana Dumala trató una vez más de entrar en la sala de oración que ella y su esposo, Srinivas Kuchibhotla, habían creado en su casa para las oraciones diarias. Kuchibhotla había construido a mano un intrincado sagrario de madera dos años antes, una pequeña estructura donde se arrodillaban cada mañana. Meses después de la muerte de su marido, se convirtió en un lugar donde lo honraría.

Un miércoles por la noche en febrero, un hombre con una pistola semiautomática y una idea distorsionada del orgullo estadounidense convirtió a personas comunes en víctimas de disparos y sobrevivientes, y convirtió a Dumala en viuda.

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Kuchibhotla, un ingeniero nacido en India, fue confrontado sobre su estatus de inmigración en un bar, luego recibió disparos mortales. Para cuando llegó la policía, Kuchibhotla estaba moribundo, y su amigo cercano Alok Madasani estaba herido. Otro cliente que trató de detener el ataque también fue alcanzado por los disparos.

Tres meses después del asesinato de su esposo, Dumala estaba de pie en la entrada de la sala de oración sola, mirando hacia una ventana que enmarcaba nubes de tormenta. Se dio la vuelta.

“Todo en esta habitación, todo en esta casa”, dijo después, “me recuerda a mi Srinu”, el apodo que ella le dio durante su cortejo.

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Fue en la quietud de la mañana siguiente que Dumala, de 32 años de edad, decidió que ese sería el día en que entraría en la sala de oración. Lo que había sido insoportable justo el día anterior parecía superable, aunque solo porque era el siguiente paso doloroso.

Así que subió las escaleras, pasó despacio frente al collage enmarcado de sus fotos de boda, y entró en la habitación. Limpió cada una de las figuras de deidades con agua tibia. Luego oró por la paz en un susurro apenas audible por encima del sonido de los niños que jugaban en la escuela primaria vecina.

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En cierta forma, lo que un hombre gritó enojado y una mujer murmuró pesarosa capturan una de las encrucijadas más inquietantes de Estados Unidos.

“¡Váyanse de mi país!”, gritó el atacante, antes de abrir fuego contra los dos hombres indios de quienes posteriormente dijo que creyó que eran originarios de Irán.

“¿Pertenecemos aquí?”, preguntó la viuda en una publicación de Facebook seis días después del tiroteo.

El episodio sucedió a la hora de la cena en un bar de barrio, parte de un espasmo de odio que parece estar manifestándose en pequeñas localidades y grandes ciudades en todo el país, y en número creciente.

“Hemos leído muchas veces en periódicos que se da algún tipo de tiroteo”, dijo Dumala en una conferencia de prensa en febrero en las oficinas centrales de Garmin, donde Kuchibhotla era ingeniero de sistemas de aviación.

“Y siempre nos preguntamos, ¿estamos seguros?”

El darse cuenta de que su esposo fue asesinado debido a la intolerancia, porque no nació en Estados Unidos, es lo que la obligó a salir de su infierno privado y personal. Pensó que si la gente conocía las consecuencias de un crimen de odio, el vacío del tamaño de un cráter y las incesantes preguntas dejados atrás, si las víctimas eran presentadas como tridimensionales, quizá habría menos temor, menos odio.

“Mi historia necesita difundirse”, dijo sencillamente. “La historia de Srinu necesita ser conocida. Tenemos que hacer algo para reducir los crímenes de odio. Incluso si podemos salvar a otra persona, pienso que eso daría paz a Srinu y a mí me daría la satisfacción de que su sacrificio no fue en vano”.

En la mañana de su muerte, Kuchibhotla partió al trabajo antes que su esposa. “Adiós”, dijo, pasando apresuradamente a su lado, una despedida casual que obsesionaría a Dumala por su brevedad y finalidad.

Justo antes de las seis de la tarde, Dumala le envió un mensaje de texto y llamó a Kuchibhotla para hacer planes para la noche. Su celular estaba apagado. Ella esperaba que pudieran pasara un rato esa tarde en su patio, bebiendo té y observando descender al sol en el horizonte.

Dumala hizo llamadas a sus amigos buscando a su esposo. Quizá había ido a tomar unos tragos a Austins Bar & Grill, su lugar favorito para ir después del trabajo, con Madasani. Pero el teléfono de Madasani también estaba apagado.

Empezó a revisar Facebook. Una noticia apareció en su muro: les dispararon a tres personas en Austins.

“Me empecé a asustar, alguna especie de sensación me recorrió. Estaba totalmente sola”, dijo. “Así no se comporta habitualmente mi Srinu, me digo. Él me habría contactado de algún modo para hacerme saber que está bien”.

Los instintos de Dumala se confirmaron. Los buenos amigos estaban en Austins en su mesa habitual en el patio, la más cercana a la puerta.

El agresor se acercó. Testigos recuerdan que usaba una playera blanca con broches estilo militar, la cabeza envuelta en una pañoleta blanca. Tenía intención de descubrir una cosa: ¿Los hombres en la mesa pertenecían al país?

Adam W. Purinton, un veterano de la Armada blanco, se volvió hacia los dos hombres de piel oscura, los cuales vivían en Estados Unidos desde hacía años, y demandó saber su estatus de inmigración.

“De la nada viene este caballero de apariencia extraña, digo de apariencia extraña porque su rostro reflejaba ira”, dijo Madasani, de 32 años, ingeniero de sistemas de aviación en Garmin. “No escuché lo que decía al instante, pero vi cambiar drásticamente el gesto en el rostro de Srinivas. Miré a Adam y él caminó hacia mí, se me acercó y dijo: ‘¿Estás aquí legalmente?’”

Madasani no respondió. En vez de ello, entró en busca del gerente. Ian Grillot, de 24 años de edad, y otro cliente pidieron a Purinton que se fuera y lo escoltaron a la salida. Pero no se fue lejos, caminó de un lado a otro en el estacionamiento.

Madasani dijo que él y Kuchibhotla habían decidido irse, pero se detuvieron porque, uno a uno, los demás clientes se disculparon. Un tipo pagó su cuenta; el gerente del bar les sirvió una ronda de cerveza y pepinillos fritos, los favoritos de Kuchibhotla. “Todos seguían acercándose a nosotros y diciendo que esto no es lo que nos representa, ustedes pertenecen aquí”, dijo.

Eran las 7:15 de la noche. El sol invernal ya se había puesto, pero el clima era poco característicamente cálido, más de 21 grados centígrados. Acababa de terminar el medio tiempo del partido de basquetbol de la Universidad de Kansas contra la Universidad Cristiana de Texas. Austins estaba lleno de fanáticos de los Jayhawks además de sus clientes habituales.

Kuchibhotla y Madasani estaban de regreso en su mesa conversando.

Según las autoridades, Purinton regresó al bar con una pistola. Se paró en la puerta del patio y apuntó el arma a los dos hombres.

De pronto, el sonido de los disparos. “Pop, pausa, luego, pop, pop, pop”, dijo Tim Hibbard, dueño de una compañía de software que estaba sentado en el bar bebiendo una cerveza Blue Moon. “No fue como en las películas donde los disparos son largos y demandan atención”.

Mientras las personas se dispersaban, Vincent Baird, quien se dirigía a la estación de gasolina al otro lado de la calle, corrió hacia el caos para ayudar. Con cuatro años de experiencia como médico del Ejército, fue directo hacia Kuchibhotla, quien respiraba con dificultad.

Baird pudo ver una herida de disparo en su pecho. Con ayuda de otros dos, dijo Baird, cortó un pedazo de una bolsa de basura sin usar y taponeó la herida.

Kuchibhotla dejó de respirar en un par de ocasiones, dijo Baird. Cada vez, realizó compresiones en su pecho hasta que Kuchibhotla empezó a respirar de nuevo y llegó una ambulancia. Kuchibhotla fue declarado muerto en el Hospital de la Universidad de Kansas.

Purinton había huido en medio del caos. Terminó a 128 kilómetros de distancia en un bar en Clinton, Missouri, donde le dijo a un cantinero que había disparado contra “dos iraníes”.

Purinton, de 52 años de edad, fue acusado formalmente de asesinato premeditado en primer grado y dos cargos de intento de asesinado premeditado. También se le acusó de cargos federales de crimen de odio.

El término “crimen de odio” estaba siendo usado una y otra vez por la policía, los periodistas y los políticos para describir la muerte de su esposo. De pronto, Kuchibhotla era una estadística de los crímenes de odio, un ejemplo para impulsar la legislación contra el odio.

Dumala estaba horrorizada, perpleja por el hombre que le arrebató a su esposo. “Ese tipo, pienso que estaba herido, no sé quién lo hirió”, dijo. “¿Qué pretendía hacer al aniquilar esta vida? ¿Le sirvió a su propósito? ¿Se redujo su ira? Incluso yo tengo ira ahora, pero eso no me da el derecho de ir y quitarle la vida”.

Un martes por la tarde en Hyderabad, el cuerpo de Srinivas Kuchibhotla fue colocado en una pira de troncos. Su funeral se celebró nueve días antes de que cumpliera 33 años.

Audra D.S. Burch
© 2017 New York Times News Service