El candidato de Siberia

© 2016 New York Times News Service

De ser elegido presidente, ¿Donald Trump sería el hombre de Vladimir Putin en la Casa Blanca? Esta debería de ser una pregunta ridícula y ultrajante. Después de todo, Trump es patriota y para demostrarle usa gorros que prometen hacer grande a Estados Unidos de nuevo.

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Pero estamos hablando de un candidato ridículo y ultrajante. Y la reciente conducta de la campaña de Trump ha puesto a bastantes expertos en política exterior a preguntarse qué tipo de control tiene Putin sobre el candidato republicano y si esa influencia va a continuar en caso de que gane.

No estoy hablando meramente de que Trump admire el desempeño de Putin; está impresionado por la “fuerza” del dictador de facto y quiere amular sus acciones. Más bien estoy hablando de indicaciones de que, una vez en el cargo, Trump seguiría una política exterior favorable a Putin, a costa de los aliados e incluso de los propios intereses de Estados Unidos.

Con esto no quiero negar que Trump efectivamente admira a Putin. Por el contrario, él ha alabado en repetidas ocasiones al hombre fuerte de Rusia, incluso en términos extravagantes. Por ejemplo, cuando Putin publicó un artículo en el que atacó el excepcionalismo estadounidense, Trump aseguró que se trataba de una “obra maestra”.

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Pero la admiración del putinismo no es algo raro en el partido de Trump. Mucho antes de la candidatura de Trump, en la derecha ya se habían generalizado las ganas de ser como Putin.

Para empezar, Putin es de los que no se preocupan por fruslerías como el derecho internacional cuando decide invadir un país. Él es “lo que se llama un líder”, como declaró Rudy Giuliani después de que Rusia invadió Ucrania.

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También está claro que la gente que coreó “¡Encarcélenla!” _ por no hablar del asesor de Trump que pidió el fusilamiento de Hillary Clinton _ encuentra mucho qué admirar en la forma en que Putin trata a sus rivales políticos y a sus críticos. Por cierto, aunque el servicio secreto está investigando los comentarios sobre la ejecución de Clinton, lo único que el equipo de campaña de Trump ha tenido que decir al respecto es que “no está de acuerdo con esas declaraciones”.

Y muchos elementos de la derecha también parecen tener una admiración extraña, rayana en lo escalofriante, por el estilo personal de Putin. Rush Limbaugh, por ejemplo, declaró que mientras hablaba con el presidente Barack Obama, “Putin probablemente se había quitado la camisa para practicar tai chi”.

Todo esto es profundamente perturbador. O debería de serlo. ¿Qué estarían diciendo los medios informativos si las principales figuras del Partido Demócrata sistemáticamente alabaran a los dictadores izquierdistas? Pero lo que estamos viendo en Trump y sus asociados va más allá de la emulación y empieza a parecerse más al servilismo.

Primeroestuvo la cuestión de Ucrania, en la que la dirigencia republicana adoptó una línea dura y criticó a Obama por lo que consideró su falta de acción. John McCaine, por ejemplo, acusó al presidente de “debilidad”. Y la plataforma del Partido Republicano iba a contener una declaración para reafirmar esa línea, pero fue diluida hasta la insulsez a instancias del representante de Trump.

Después vino la entrevista de Trump con The New York Times, en la que, entre otras cosas, él declaró que aunque Rusia atacara a algún miembro de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, él saldría en su ayuda solo si ese aliado _ que Estados Unidos está comprometido a defender mediante el tratado _ hubiera “cumplido sus obligaciones para con nosotros”.

Ahora bien, parte de esto se debe a la profunda ignorancia de Trump respecto de la política, su evidente incapacidad de entender que no se puede manejar el gobierno de los Estados Unidos como él ha manejado su ruinoso imperio comercial. Sabemos por muchas fuentes que ha incumplido con sus proveedores, que ha sacado provecho de las empresas que declara en bancarrota, que considera que un contrato es una mera propuesta, y que obligaciones financieras perfectamente definidas son meros puntos de partida de las negociaciones. Y sabemos que considera de ese mismo modo a la política fiscal; ya ha hablado de renegociar la deuda de Estados Unidos. Entonces, ¿por qué nos sorprendemos que vea las obligaciones diplomáticas de la misma manera?

Pero, ¿hay más fondo en este asunto? ¿Hay algún canal específico de influencia?

Sabemos que Paul Manafort, director de la campaña de Trump, ha trabajado de asesor para varios dictadores; por años estuvo en la nómina de Viktor Yanukovich, ex presidente de Ucrania y aliado de Putin.

Y también hay razones para preguntarse sobre los intereses financieros del propio Trump. Recordemos que no sabemos nada sobre la verdadera situación de sus negocios y que él se ha negado a dar a conocer sus declaraciones de impuestos, lo cual puede ser bastante revelador. Lo que sí sabemos es que tiene una implicación sustancial, si bien turbia, con rusos acaudalados y con empresas rusas. Podría decirse que estos son agentes privados, no del gobierno, pero en el paraíso de capitalismo por compadrazgo de Putin, esa es una distinción insignificante.

En cierto nivel no deberían de importar los motivos de Trump. Pero debemos de horrorizarnos ante el espectáculo de un candidato a presidencia por uno de los partidos importantes que propone, como de paso, que podría abandonar a los aliados de Estados Unidos. Así como debemos de horrorizarnos cuando ese mismo candidato declara que podría retractarse de las obligaciones financieras del país. Hay algo muy extraño y muy perturbador en todo esto que no debemos de pasar por alto.

Paul Krugman
© The New York Times 2016