El muro fronterizo partiría a una tribu y su conexión con tierras ancestrales

SAN MIGUEL, Arizona – Las llamadas telefónicas empezaron casi tan pronto como el presidente Donald Trump firmó su decreto presidencial, haciendo oficial su promesa de construir un muro para separar a Estados Unidos de México.

Verlon M. Jose, el vicepresidente de la Nación Tohono O’odham, cuya reserva se extiende a lo largo de 62 millas de la frontera, supo de personas a las que conocía y de otras de las que nunca había oído hablar. Todas ellas estaban indignadas y ofrecieron lanzarse a cualquiera construcción, que pudiera separar a la gente de la tribu que está en el lado norte de la frontera de la que está en el lado sur, donde viven en seis aldeas dentro de los límites de sus tierras ancestrales.

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“Si alguien llegara a tu casa y construyera un muro en tu sala, dime, ¿qué sentirías?”, preguntó Jose en una entrevista recientemente. Extendió los brazos, como si quisiera abrazar las tierras que se extendían ante él, una superficie accidentada de tierra agrietada salpicada de saguaros, y dijo: “Esta es nuestra casa”.

El plan de Trump para construir un muro de 1,954 millas del océano Pacífico al Golfo de México tendrá que superar la furia de los oponentes políticos y de diversos obstáculos financieros, logísticos y físicos, como las elevadas cordilleras.

Y también están las 62 millas que pertenecen a los Tohono O’odham, una tribu que ha sobrevivido a la fragmentación de su territorio durante más de 150 años y concibe el muro del presidente como la indignación final.

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Un muro no solo dividiría las tierras tradicionales de la tribu en Estados Unidos y México, dicen integrantes. Amenazaría una conexión ancestral que ha perdurado con todo y que las barreras, rejas, cámaras y agentes de la Patrulla Fronteriza se han convertido en parte del panorama.

“Nuestras raíces están aquí”, dijo Richard Saunders, parado junto a una reja fronteriza en San Miguel, por la que pasan su esposa y él – cuando está abierta – para visitar la tumba de los abuelos de ella, 500 yardas dentro de México. “Nuestras raíces, también, en el lado sur de esta reja”.

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Los Tohono O’odham – ellos se llaman “pueblo del desierto” – han estado por aquí desde “tiempos inmemoriales”, como le gusta decir a Jose; sus predecesores fueran nómadas en la región que deambulaban en busca de agua y comida en las montañas y las tierras bajas, como ellos.

Después de la guerra mexicano-estadounidense y, luego, con la Venta de la Mesilla en 1854, se delineó para siempre la frontera y el territorio de la tribu quedó en lo que hoy es Arizona, donde todavía controla 2.8 millones de acres – mientras que un segmento menor se convirtió en parte de lo que hoy es el estado mexicano de Sonora.

La tribu tiene 34,000 miembros registrados, según su presidente, Edward D. Manuel. La mitad vive en la reserva en Arizona, dos mil están en México y el resto se fue a donde eran mejores las perspectivas de empleo. Quienes se han quedado podrían trabajar para el gobierno tribal, su casino Desert Diamond, las escuelas o los negocios, como el café Desert Rain, donde se sirve pollo glaseado con nopales y “smoothies” hechos con la fruta del saguaro, en Main Street, en Sells, la comunidad más grande de la reserva.

La reserva Tohono O’odham (se pronuncia Toh-HO-noh AW-tham) ha sido un popular punto de cruce para inmigrantes no autorizados y uno de los corredores del narcotráfico de mayor movimiento a lo largo de la frontera sur, en parte, porque el gobierno federal reforzó la seguridad en otros sitios. Si bien una barda de acero de 20 pies de altura bordea la frontera en San Luis, Arizona, al oeste; y en Nogales, Arizona, al este, en esta localidad es muchísimo más permeable, protegida con balizas y barreras de Normandía que miden, quizá, unos ocho pies y, en algunas zonas, se hunden en la tierra erosionada.

La erosión es uno de los retos para cualquier muro. La frontera aquí también está partida por las montañas y los lechos secos de los arroyos que se convierten en ríos que corren con fuerza durante las lluvias monzónicas del verano.

Los dirigentes de los Tohono O’odham reconocieron que están a ambos lados de una auténtica inquietud de seguridad nacional. Con renuencia, la tribu obedeció cuando el gobierno federal remplazó una vieja valla de alambre de púas con barreras más sólidas que se diseñaron para detener a los vehículos que transportaban drogas desde México. Le cedió cinco acres a la Patrulla Fronteriza para que pudiera construir una base con dormitorios para sus agentes y tener espacio para detener temporalmente a los inmigrantes. Ha trabajado con la Patrulla Fronteriza; apenas si pasa algún día sin que un habitante o un policía tribal reporte la detección de algún contrabandista que va pasando o de un inmigrante en peligro, contó Saunders, el director de seguridad pública.

Es frecuente que la tribu atienda a los inmigrantes enfermos en su hospital y pagó 2,500 dólares, en promedio, por las autopsias practicadas a los cadáveres de inmigrantes que se encontraron en su territorio, los que, en su mayoría, murieron de deshidratación. (Hubo 85 el año pasado, dijo Saunders.)

También ha bajado la cantidad de aprehensiones en la reserva –de 85,000 en el 2003 a 14,000 el año pasado, según el departamento de seguridad pública de la tribu. No obstante, las barreras vehiculares, instaladas en el 2006, crearon nuevos dolores de cabeza. Un ranchero, Jacob Serapo, solía acarrear agua para su familia y su ganado de un pozo a 100 yardas de su casa, pero las barreras lo dejaron del otro lado, en México. Ahora debe manejar cuatro millas, varias veces por semana, hasta la fuente de agua más cercana del lado estadounidense.

“No hay una palabra en O’odham para decir muro”, notó Serapo. (Tampoco la hay para ciudadanía).

Las actuales barreras fronterizas tienen tres puertas que se abren regularmente para reuniones familiares y ceremonias, como la Vikita (se pronuncia UHI-KIH-THA), misma que se celebra cada verano para marcar el nuevo año tribal, y los peregrinajes religiosos a 60 millas dentro de México. Quienes viven del lado mexicano cuentan con credenciales de cruce fronterizo que los autorizan para visitar a la tribu del lado estadounidense, pero no para quedarse o trabajar en Estados Unidos, o salir de la reserva.

La Patrulla Fronteriza tiene retenes en cada uno de los caminos que salen de la reserva, donde se podría detener y deportar a un miembro de la tribu que sea ciudadano mexicano, observó Saunders.

Debido a los derechos tribales, lo más probable es que para la construcción del muro en el territorio de la Nación Tohono O’odham se requeriría de un acto del Congreso, según Monte Mills, el codirector de la Margery Hunter Brown Indian Law Clinic en la Universidad de Montana.

Si Trump buscó construir el muro sin la aprobación del Congreso, el proyecto podría ser más vulnerable a la acción legal, notó Mills. No obstante, muchos nativos estadounidenses vieron la rápida decisión del presidente para reanudar los trabajos en el oleoducto Dakota Access – que el ex presidente Barack Obama había detenido después de las protestas en la reserva indígena de Standing Rock en Dakota del Norte – como un signo de que el nuevo gobierno sería menos diferente hacia su soberanía.

A medida que se ponía el sol el viernes 17 de febrero, docenas de Tohono O’odham llenaron las cámaras del Consejo Legislativo en la Casa Blanca, el edificio en Sells que alberga al gobierno tribal, para realizar una reunión comunitaria sobre el muro fronterizo. Adentro, los voluntarios registraban a las personas para que votaran y las instruían sobre cómo escribir cartas dirigidas a la delegación congresal del estado.

“Si tenemos un muro, separará a nuestro pueblo”, notó la principal organizadora de la reunión, April Ignacio, de 34 años, en una entrevista afuera del edificio.

Entonces, planteó otra posibilidad que la llenó de pavor. “Si nosotros no tenemos un muro y otras partes de la frontera lo tienen, los carteles canalizarán todo por aquí”, comentó. “¿Qué nos hará eso a nosotros?”.

Fernanda Santos
© 2017 New York Times News Service