En esta esquinaaaaaa

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El conflicto desatado desde este fin de semana entre choferes de Uber y taxistas amarillos pone al descubierto una serie de vicios y fallas en Tijuana. Feudos, cotos de poder, falta de regulación pero sobre todo, vacíos de autoridad.
Desde octubre de 2015, el Ayuntamiento que (des) encabeza Jorge Astiazarán vino postergando una mesa de consulta en la que se analizarían las propuestas ciudadanas y el entonces secretario de Gobierno, Bernardo Padilla, informó que el 15 de junio de este año -plazo que se cumplió apenas hace 20 días-, se procesarían los resultados de 4 mil 500 sondeos. Bernardo ya se fue. Astiazarán nunca ejerció su autoridad y Tijuana sigue sin una definición oficial. Para variar, nuestras autoridades le apuestan al olvido.

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Uber se mueve en un terreno oscuro ya que no hay un debido control, tal y como lo marcan los reglamentos. No es lo mismo conducir con una licencia de conductor que con una de chofer, por más que este nuevo sistema anuncie que maneja un sistema de certificación en un Centro de Activación. ¿Qué hay de los seguros en caso de accidente? ¿Qué en el caso del pago de impuestos? ¿Antidoping? Muchas leyendas negras corren ya en torno a esta red de transporte, que por otro lado, son un sustituto del subempleo, muy característico de estos tiempos.

Por su parte, los taxistas amarillos, que ya suman una larga lista de confrontaciones, dicen defender lo que son sus derechos y aunque no son precisamente monedita de oro, tienen razón en al menos un par de casos.
Las inmediaciones de la garita, conocidas como La Pera, fueron su feudo y lo defendieron a capa y espada -mejor dicho a palo y a bat-, frente a los autobuses turísticos como los Mexicoach, los taxistas libres y ahora los Uber.
Hay que destacar que los taxistas libres tienen en el área todo un sitio bien montado -donde esperan un tipo de clientela que procede del otro lado y que por consiguiente, tiene un poder adquisitivo mayor que el de otros fronterizos.
Hace casi 25 años, el ex dirigente Rafael Morales Vizcarra «El Quelite» se enfrentó a los ejidatarios del Francisco Villa, al igual que luego lo haría con los referidos Mexicoach, los taxis libres tan manipulados por los intereses del ex alcalde Jesús González Reyes quien dio placas a cambio de favores recibidos, y otros rivales.
Su hijo y sucesor, Oscar Morales, advierte que no dejará que trabajen los choferes de Uber y para ello arguye que su gremio, Taxis Económicos, paga más de 100 mil pesos por sus correspondientes sitios.

En el reciente conflicto entre ambos bandos, que solo fue la gota que derramó el vaso ante la pasividad de la autoridad para resolver en este tema, no solo se enfrentan los viejos y nuevos esquemas del transporte. Es un choque entre la tecnología del siglo XXI y el corporativismo del sistema. Un choque entre los taxistas de ayer que llegaban a cobrar hasta 20 dólares por un trayecto entre la línea y el centro de la ciudad, y los jóvenes conductores más duchos en el manejo de redes sociales y por consiguiente, en inclinar la balanza de la opinión pública a su favor.

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¿Deben los taxistas amarillos dejar de ejercer labores de autoridad? Sí.

¿Debe Uber estar adecuadamente regulado? Sí.

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El parte informativo indica que la agresión de la mañana del sábado no fueron tal y como se ha difundido.

¿Quién tiró la primera piedra? Nadie admitirá su responsabilidad en este caso. Lo importante es evitar que alguien tire la última.

Tijuana padece un transporte terriblemente deficiente pese a que se manejan millones de pesos en esta red de movilización de pasajeros, dinero que no necesariamente va a dar a las arcas municipales para mejorar nuestras calles y avenidas.
Ese dinero ha servido para forjar fortunas personales y para alimentar una preocupante corrupción.

Las altas tarifas, las unidades obsoletas, la venta de placas de transporte en miles de dólares y otros vicios, reflejan la profundidad del problema.
El transporte público es el esqueleto de un sistema corrupto hasta sus entrañas.
El choque Uber-Amarillos es solo la punta del iceberg.