En Etiopía, vidas centradas en una hoja

BAHIR DAR, Etiopía Su vida gira en torno de una hoja sicotrópica.

Yeshmebet Asmamaw, de 25 años de edad, ha hecho de mascar la droga un ritual, repetido varias veces al día: cuidadosamente extiende hojas de papiro en el piso de su casa, prepara café y quema incienso fragrante para establecer el estado de ánimo.

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Luego, toma algunas hojas de khat, arrancadas de un potente arbusto nativo de esta parte de África, forma una bola compacta y la coloca en un lado de su boca.

“¡Me encanta!”, dijo la joven, llevándose los dedos a los labios soltando un beso.

Incluso las masca en el trabajo, en la granja de khat donde arranca las delicadas y brillantes hojas de los arbustos. Al salir de un día de trabajo, se veía con los ojos ligeramente desorbitados, mientras los efectos tipo anfetaminas se mostraban en su cara y los sonidos de las oraciones se hacían eco de una iglesia cristiana ortodoxa cercana.

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Los etíopes han mascado desde hace tiempo, pero la práctica tendía a limitarse a áreas predominantemente musulmanas, donde los fieles mascan las hojas para que les ayuden a rezar por periodos largos, especialmente durante los lapsos de ayuno del Ramadán.

Pero, en los últimos años, dicen funcionarios e investigadores, el cultivo y consumo de khat se ha extendido a nuevas poblaciones y regiones como Amhara, que es mayormente cristiana ortodoxa, y al campo, donde los jóvenes mascan sin el conocimiento de sus padres, hablando en código para evitar la detección.

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“Si uno es un mascador en esas partes, es hombre muerto”, dijo Abhi, de 30 años de edad, quien pidió que no se usara su apellido porque su familia “ya no me considerará como su hijo”.

Más alarmante, dicen las autoridades etíopes, es el número de jóvenes en esta nación predominantemente joven que ahora consumen khat. Se piensa que alrededor de la mitad de los jóvenes de Etiopía lo mascan. Funcionarios consideran que el problema es endémico salvo de nombre.

El gobierno del país, que controla a la economía con mano férrea, está preocupado de que el hábito pudiera hacer descarrilar sus planes para transformar a Etiopía en un país de ingresos medios en menos de una década; un esfuerzo nacional que requerirá a un ejercito de trabajadores jóvenes y capaces, afirma.

El khat es legal y sigue siéndolo porque es una gran fuente de ingresos para el gobierno. Pero hay crecientes preocupaciones sobre su extenso uso.

Se piensa que se dedican al khat unas 485,622 hectáreas de tierras, casi tres veces más que hace dos décadas. Y la cantidad de dinero que el khat genera por hectárea supera a todos los otros cultivos, incluido el café, la mayor exportación de Etiopía, dijo Gessesse Dessie, un investigador del Centro Leiden de Estudios Africanos en la Universidad de Leiden.

Ese monto, y la menguante disponibilidad de tierras, ha empujado a miles de agricultores a cambiar al khat, dijo. Los cambios se han dado mientras el gobierno desplazaba a agricultores de tierras que ha concedido a inversionistas extranjeros en los últimos años.

A menudo asociada con las hambrunas y los corredores de maratones, Etiopía está tratando de cambiar su imagen mundial creando una economía de rápido crecimiento, esperando imitar a naciones asiáticas como China. Ha invertido miles de millones de dólares en parques industriales, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos y otros proyectos de infraestructura, incluyendo la presa más grande de África.

En ciudades en todo el país, los rascacielos crecen como hongos, y junto a ellos, clubes de baile, restaurantes y centros turísticos de lujo. Según estadísticas gubernamentales, la economía del país ha estado creciendo a un ritmo de 10 por ciento durante más de una década.

Pero, pese a todas las fanfarrias que rodean a lo que a menudo se describe como el milagro económico de Etiopía, sus efectos a menudo no son sentidos por los jóvenes del país, que conforman alrededor de 70 por ciento de los 100 millones de habitantes de la nación. Simplemente no hay suficientes empleos, se quejan los jóvenes, a menudo expresando dudas sobre las cifras de crecimiento del gobierno.

Es debido a esta falta de empleos, afirman, que consumen khat en primer lugar; para matar el tiempo.

“Es un problema enorme”, dijo Shidigaf Haile, un fiscal público en Gonder, una ciudad en el norte de Etiopía, la cual fue sacudida por manifestaciones violentas en 2016, principalmente por parte de jóvenes que protestaban por la falta de empleos.

Más de la mitad de los jóvenes de la ciudad mascan khat, dijo Shidigaf. Muchos se reúnen en antros de khat lejos de ojos fisgones.

“Se debe a que hay una falta de trabajo”, añadió, y dijo que había numerosos casos de personas que eran tan dependientes de las hojas, vendidas en paquetes, que recurrían a delitos menores.

El gobierno reconoce el problema, afirmó, pero hasta ahora no ha sido enfrentado directamente.

“Es malo para el desarrollo económico de Etiopía porque se vuelven flojos, improductivos, y su salud se verá afectada”, dijo.

Los efectos del khat varían dependiendo de la cantidad consumida y la calidad de la hoja, de la cual hay al menos 10 variedades, según los cultivadores. A algunas personas les sube la temperatura y se agitan. Otras se concentran en cualquier cosa que tengan a la mano a tal grado que bloquean todo lo demás y alcanzan el “merkana”, un estado de dicha casi catatónico. El abuso crónico, advierte el gobierno de Estados Unidos, puede conducir al agotamiento, “un comportamiento maniaco con delirios de grandeza, violencia, depresión suicida o sicosis esquizofreniforme”.

La dependencia del khat es más sicológica que física, según el doctor Dawit Wondimagegn Gebreamlak, quien encabeza el departamento de psiquiatría de la Universidad de Addis Abeba en la capital de Etiopía. Mascarlo es “un fenómeno cultural bastante complejo”, dijo, y añadió que simplemente prohibirlo sería difícil, dado su papel en los ritos culturales entre ciertos grupos religiosos.

Kimiko de Freytas-Tamura
© 2017 New York Times News Service