En la China urbana, difícilmente alguien usa efectivo todavía

SHANGHÁI Se está dando un audaz experimento económico en China.

No tiene nada que ver con deuda, gasto en infraestructura o los temas económicos importantes del día. Tiene que ver con el efectivo; específicamente, la forma en que China está deshaciéndose sistemática y rápidamente de los billetes y las monedas.

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Casi todos en las principales ciudades chinas están usando un smartphone para pagar por casi todo. En los restaurantes, el mesero preguntará si uno quiere usar WeChat o Alipay las dos opciones de pago a través de smartphones antes de mencionar el efectivo como una tercera posibilidad remota.

Igual de asombroso es la rapidez con la cual ha sucedido la transición. Hace solo tres años, ni siquiera se cuestionaba, porque todos seguían usando efectivo.

“Desde un punto de vista tecnológico, esta es probablemente una de las innovaciones más importantes que haya sucedido primero en China, y actualmente solo sucede en China”, dijo Richard Lim, director administrativo de la firma de capital de riesgo GSR Ventures.

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Hay ciertas partes del internet chino que tienen que verse para creerse. Al llegar de fuera del país, es difícil comprender que Facebook y Google pueden estar completamente bloqueados hasta que uno se ve forzado a vivir sin ellos. Es difícil imaginar cuán esencial es la aplicación de mensajería instantánea WeChat para la vida cotidiana hasta que la sexta persona del día pide escanear tu código QR una especie de código de barras para establecer una conexión entre los dos.

Lo que está sucediendo con el efectivo en China es similar. Durante los últimos tres años, he estado fuera de la China continental cubriendo la tecnología asiática desde Hong Kong, que tiene una cultura del internet diferente a la parte continental. Sabía que los pagos a través de smartphones estaban extendiéndose en China, ya que las estadísticas eran claras: en 2016, los pagos móviles de China alcanzaron los 5.5 billones de dólares, aproximadamente 50 veces el tamaño del mercado de 112,000 millones de dólares de Estados Unidos, según la firma consultora iResearch.

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Aun así, el cambio cultural acompañante resultó comprensible solo en persona. Recientemente me mudé a Shanghái y sentí el cambio con el efectivo con agudeza porque mis primeras semanas en la metrópolis de más de 20 millones de habitantes las pasé fuera del sistema. Debido a un problema con mi banco, no pude vincular de inmediato mi cuenta con WeChat, el cual se ha convertido en la billetera virtual para tantas personas.

Eso significó que tuve que navegar en China como lo había hecho hace tres años: con un montón de billetes rojos de 100 renminbis.

En cafeterías y restaurantes, detenía las filas mientras sacaba torpemente mi cartera y separaba los billetes para dárselos al cajero. Si tenía hambre, tenía que salir y encontrar un restaurante, mientras tazones de fideos, abarrotes y cafés se materializaban en nuestra oficina, ordenados por mis colegas y pagados a través del teléfono. Si tenía que ir a algún lugar, no podía usar mi teléfono para desbloquear una de las bicicletas ubicuas que son parte de la locura de las bicicletas compartidas de China.

Incluso los músicos callejeros estaban aparentemente más adelantados que yo. Músicos emprendedores que tocan en las calles de varias ciudades chinas han colocado carteles con códigos QR para que los transeúntes puedan simplemente transferirles propias directamente.

“Se ha convertido en la forma de vida estándar ahora”, dijo Shiv Putcha, un analista de la firma de investigación IDC. “Literalmente, todos los negocios y marcas en China están conectados a este ecosistema”.

Algunos países escandinavos también se han librado del efectivo, pero siguen usando tarjetas frecuentemente. En China. El cambio ha sido a los teléfonos. Una amiga no se dio cuenta de cuán dependiente se había vuelto de los pagos móviles hasta que su banco le llamó. Había dejado su tarjeta en un cajero automático tres semanas antes y no había notado su ausencia.

En términos prácticos, esto significa que dos empresas chinas Tencent, que opera WeChat, y Alibaba, cuya filial financiera, Ant Financial, opera Alipay están sentadas sobre una mina de oro de proporciones asombrosas. Ambas compañías pueden ganar dinero con las transacciones, cobrar a otras empresas para usar sus plataformas de pago y, en el proceso, recolectar los datos de los pagos luego son usados en todo, desde los nuevos sistemas de crédito hasta la publicidad.

Hay algunos potenciales problemas futuros con la rápida adopción de China de los pagos en línea. A medida que el país construye toda su economía de consumo en torno a dos plataformas de pagos por smartphones privadas, está excluyendo lentamente a las personas incapaces de entrar en esas redes, y encerrándose en esas compañías.

Al nivel más simple, eso dificulta la vida a los turistas y los viajeros de negocios que tienen poca probabilidad de abrir una cuenta bancaria en China y, por tanto, encontrarán difícil convertir sus teléfonos en billeteras.

Más ampliamente, significa que las cosas se dificultarán más para las empresas extranjeras y locales por igual. Las empresas extranjeras que esperan vender a los consumidores chinos ahora deben tratar con Alibaba y Tencent o correr el riesgo de no poder recibir pagos. Asimismo, las empresas chinas dependientes de Alibaba y Tencent tienen que construir estructuras separadas para tratar con el mundo de Facebook, Google y las tarjetas de crédito que aún dominan en otras partes.

Hay un corolario para lo que pudiera suceder aquí. En Japón, a principios de este siglo, los teléfonos con tapa podían hacer todo, desde transmitir televisión por cable hasta pagar en las tiendas. Pero, como los teléfonos eran demasiado avanzados, Japón fue lento en adoptar los smartphones, y pasó de gigante tecnológico a retrasado tecnológico en 15 años.

Ahora, en Japón, esos teléfonos con tapa, que se siguen usando, son llamados teléfonos Galápagos porque evolucionaron perfectamente para un ambiente aislado.

Sin duda conscientes de esto, Alibaba y Tencent están presionando para ampliarse más allá de China para asegurarse de que su innovación más reciente no siga el camino de los dinosaurios. Sin embargo, muy probablemente tendrán competencia.

“La pregunta del millón de dólares es: ¿Las empresas occidentales decidirán crear un sistema y competir?”, dijo Lim. “La respuesta es: probablemente sí”.

Paul Mozur
© 2017 New York Times News Service