En medio del desierto Jordano, miles de refugiados sirios desesperan

AMÁN, JORDANIA. En medio de un desierto sin caminos, en el borde de Siria y Jordania, miles de hombres, mujeres y niños sirios han estado viviendo por meses en carpas hechas con mascadas y lonas.

Entre ellos hay escorpiones y ratas, así como un número desconocido de hombres armados. El calor del mediodía rebasa los 38 grados. ¿Y ya dijimos que no hay agua?

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los refugiados, que ahora son por lo menos 60,000, no han tenido alimentos ni medicamento durante una semana, después de que un terrorista suicida se hiciera estallar matando a siete agentes de seguridad jordanos. Solo en tres ocasiones desde entonces, se pudieron acercar camiones con agua.

“Si esto sigue estando como está ahora, pronto habrá hambre y deshidratación, y nos enfrentaremos a muertes prevenibles”, advirtió el miércoles durante una conferencia de prensa en la capital jordana, Amán, Benoit De Gryse, gerente de operaciones del grupo de asistencia Médicos sin Fronteras.

La última vez que los refugiados del campamento recibieron abasto de alimentos para dos semanas fue el 1ª de junio, antes del ataque terrorista y el cierre de fronteras decretado por las autoridades jordanas, aseguraron funcionarios de la ONU. Las organizaciones asistenciales están negociando con el gobierno para que las dejen pasar.

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Al hablar con la prensa en Ginebra, el asesor de asuntos humanitarios de la Organización de Naciones Unidas en las pláticas de paz con Siria, Jan Egeland, aseguró que la situación era “desesperada”.

“Tenemos la confianza y la esperanza de que pueda volver a haber ayuda humanitaria que cruce la frontera, tomando nota de la muy legítima inquietud de Jordania por su seguridad”, agregó Egeland.

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La situación en el campamento refleja uno de los problemas más agudos a los que se enfrentan las organizaciones asistenciales en todo el mundo. El derecho internacional exige que Jordania permita la entrada de quienes buscan protegerse de la guerra. Pero trabajadores asistenciales afirman en privado que han perdido la autoridad moral para defenderlos, en gran medida porque muchos países occidentales se han negado a recibir a sirios y otras personas que huyen de conflictos.

La situación en el campamento se complica por otros problemas. En primer lugar, Jordania tiene una auténtica preocupación por su seguridad, encarnada en el ataque suicida del 21 de junio, cuya responsabilidad se atribuyó posteriormente el Estado Islámico. En segundo lugar, el campamento está en medio de la nada, a más de 130 kilómetros del pueblo más cercano con pozos de agua. Y en tercer lugar, la frontera, reliquia del acuerdo Sykes-Picot de 1916, cuando Gran Bretaña y Francia trazaron la región de una manera que quizá solo ellas entendieron, no está bien delineada.

Desde el principio del conflicto sirio, Jordania ha construido montículos de arena dura, llamados arcenes, y en los últimos tiempos han surgido muchos campamentos al otro lado de esos arcenes, en especial desde que se han intensificado los ataques aéreos lanzados dentro de Siria por Rusia, Estados Unidos y otros países.

En noviembre había unas 5,000 personas acampando en el desierto. Para mediados de junio, según cálculos de las organizaciones asistenciales, el número había crecido a 60,000 en un área llamada Rukban.

Imágenes satelitales tomadas por Naciones Unidas y publicadas en Twitter el martes muestran unos ocho mil albergues temporales, un incremento de 24 por ciento respecto del mes anterior.

No hay árboles ahí; no hay ni siquiera zarzas.

La ONU declaró que el jueves había tratado de enviar camiones con agua, pero que no había podido.

El Comité Internacional de la Cruz Roja publicó en YouTube un video que muestra la dureza del terreno y las dificultades de llevar aunque sea agua al campamento.

Y mientras tanto, la condición de la gente en el campamento ha pasado de precaria a peor.

Antes del ataque del 21 de junio y del cierre de la frontera, los refugiados tenían acceso a cierta ayuda que los mantenía con vida. Las autoridades jordanas les permitían llenar bidones de agua, recibir alimentos y regresar con todo eso a sus tiendas. Las agencias asistenciales también les daban palas para abrir letrinas y los exhortaban a depositar la basura en un punto de recolección, con el ánimo de evitar enfermedades.

Médicos sin Fronteras, que manejó una clínica improvisada poco más de un mes, antes del cierre de la frontera, precisó que casi la cuarta parte de los niños tratados por su personal tenía diarrea aguda y más de 200 niños estaban desnutridos. En la conferencia de prensa del jueves, el grupo hizo un llamado urgente a reanudar la ayuda vital y aseguró que la mera presencia de tantos refugiados desesperados en el inhóspito desierto constituía una condena contra los líderes mundiales.

“¿Por qué están ahí? Porque ningún país les da la posibilidad de establecerse en un lugar seguro”, afirmó De Gryse. “Jordania no puede hacer esto sola. Consideramos que esto es una responsabilidad colectiva y, en consecuencia, vemos esto como un fracaso colectivo de la comunidad internacional.”

Jordania ha permitido que algunos miles de los refugiados más vulnerables crucen los arcenes y los ha mandado a un campamento rodeado de alambre de púas, construido por la agencia de refugiados de la ONU en una zona llamada Azraq. En privado, el personal de la ONU lo llama campo de internamiento.

Pero aun ese reducido flujo ya se detuvo. La frontera está cerrada y se declaró zona militarizada, medida que Amnistía Internacional criticó por violar el derecho internacional.

Jordania ha dado alojamiento a más de 650,000 refugiados sirios registrados. En febrero, en una entrevista con la BBC, el rey Abdullah II de Jordania respondió a las inquietudes por la suerte de los refugiados varados a las puertas de Jordania. “Si ustedes van a querer apegarse a los principios éticos más elevados, nos llevamos a todos los refugiados a una base aérea y nos dará mucho gusto reubicarlos en el país que ustedes nos digan”, afirmó.

Rana F. Sweis and Somini Sengupta
© The New York Times 2016