En una anárquica provincia afgana, no hay valor ni justicia para las mujeres

Existen tres versiones de cómo fue que Tabaruk, una madre de seis hijos, murió esta primavera durante un viaje por las traicioneras montañas, cubiertas de nieve, en Afganistán.

A su familia y a ella las habían expulsado de su aldea en la provincia de Ghor porque se dijo que su hija adolescente, Mah Yamsar, les había llevado la deshonra al quedar embarazada sin estar casada.

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La policía en Ghor dice que Tabaruk se cayó del caballo y murió.

Integrantes del consejo provincial y activistas de derechos humanos dicen que la empujaron desde un acantilado, luego la amarraron a un caballo y la arrastraron hasta que murió.

Una tercera versión de la historia es la que el hermano de ocho años, quien viajaba con Tabaruk en ese momento, le contó a Mah Yamsar. “Mataron a mi madre con las balas de una pistola”, fue lo que narró el hermano.

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Si Afganistán es uno de los peores lugares para ser mujer, entonces, Ghor, una provincia con tanta anarquía que la gente se pregunta si, de hecho, existe algún gobierno, quizá, es la capital del país, de la violencia y el maltrato basados en el género. Semana tras semana, hay reportes de mujeres asesinadas en Ghor a manos de hombres que nunca enfrentan a la justicia.

“Ha habido 118 casos registrados de violencia en contra de las mujeres en Ghor, en el último año, y esos solo son los casos que se han reportado”, notó Fawziqa Kufi, presidenta de la comisión de los derechos de las mujeres en el Parlamento afgano, quien hace poco estuvo de visita en Ghor para generar conciencia sobre la falta de justicia. “Y no se ha aprehendido a un solo sospechoso en estos 18 casos”.

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“No se le da ningún valor a las mujeres allá”, añadió Kufi. “Es como si tuvieran merecido morir”.

Con una población de más de 700,000 habitantes, ubicada en el centro oeste de Afganistán, se considera a Ghor como una de las provincias más marginadas del país. Ha recibido poca atención por parte del gobierno en el transcurso de los años, y el Estado de derecho es casi inexistente en ciertas partes del territorio. Ghor también comparte fronteras con algunas de las provincias más violentas donde hay una fuerte presencia del Talibán, lo que la hace ser vulnerable a la insurgencia.

Algunos de los casos en Ghor sacuden brevemente al país antes de diluirse en su prolongada historia de abusos.

A Rujshana, una adolescente a la que forzaron a contraer nupcias previamente arregladas, la atraparon cuando huía con un amante. Una banda de hombres la enterraron hasta la cintura en la tierra y la lapidaron hasta matarla en octubre del 2015; el gobierno dijo que pertenecían al Talibán. Al amante lo azotaron y lo dejaron en libertad.

“De la cintura para arriba, las piedras habían destrozado el cuerpo y algunos pedazos de piedra se le habían incrustado en las costillas”, dijo Hanifa, la madre de Rujshana. “La sangre no paraba. Había otras 12 mujeres en el cuarto ayudándome a lavarla” para prepararla para el entierro, contó.”

A Aziz Gul, de 19 años, la abalearon de noche y la enterraron antes de que sus padres pudieran ver el cadáver.

En los expedientes policiales está asentado que también estaba huyendo con un hombre, según se dice, un amante, para evitar casarse por la fuerza, cuando la atrapó una turba, que la mató en el lugar, en junio del 2016. Sin embargo, sus padres dijeron que la secuestraron de la casa de su tío y una vez que la habían rescatado, los aldeanos la acusaron de adulterio y entonces le dispararon.

“La mataron más o menos a la hora de las oraciones de la noche y yo me enteré de la noticias en las oraciones al amanecer”, dijo su madre Belqis. “Para entonces, ya habían enterrado el cuerpo”.

En el caso más reciente, una mujer de nombre Suraya estaba tratando de huir de lo que dijo eran cuatro años de un matrimonio obligado y de maltrato. Se fue con su amante y una tía de mayor edad, quien los acompañó para evitar sospechas. Aldeanos fuertemente armados los persiguieron y los mataron, a los tres. Los cuerpos calcinados permanecieron al aire libre durante días; los aldeanos amenazaban a cualquiera que llegara a recogerlos.

Kufi, la legisladora, dijo que la violencia tiene sus raíces en las riñas tribales y la práctica persistente de casar a las niñas a edades muy tempranas para conseguir dotes cuantiosas. Para cuando el futuro marido junta el dinero, a menudo después de años de trabajar en Irán, la chica ya creció y desarrolló sentimientos por alguien más. Lo que también juega un papel crucial en la violencia, señaló Kufi, es la falta de un Estado de derecho y que existe un sentido absoluto de impunidad.

Cuando se presiona a los funcionarios de seguridad para que hablen sobre la situación en Ghor, comentó Kufi, dicen que tienen que equilibrar la justicia con la seguridad; y que si persiguen a los responsables, ésos van a tomar partido por los talibanes que ya están ganando terreno en la provincia.

Este sentido de que la misoginia y la injusticia en la provincia se tolerarían como un compromiso por la estabilidad quedó subrayado cuando el presidente Ashraf Ghani decidió no apoyar a una gobernadora a la que mandó a la provincia después de que ella tuvo que encarar la resistencia. A la gobernadora Sima Yoienda, la destituyeron, a los seis meses de haber llegado, y es posible que esa medida haya cimentado un sentimiento de impunidad entre los fundamentalistas.

Hay otros episodios que plantean interrogantes sobre el compromiso del gobierno con tratar de detener, o al menos castigar, el asesinato de mujeres en la provincia.

Mulah Saadiar, uno de los líderes extremistas mencionados en los documentos de la policía como el que ordenó el apedreamiento de Rujshana, hace poco llegó a tratarse una enfermedad a la capital provincial de Ghor, Chaghcharan, pero el gobierno no lo aprehendió.

Tampoco se ha enjuiciado a nadie por la muerte de Tabaruk.

En los meses antes de que la mataran, Tabaruk, quien, como muchos afganos solo usaba un nombre, estaba concentrada en proteger a su hija porque era casi seguro que moriría.

La hija, Mah Yamsar, dice que se encontraba en su casa el año pasado cuando la violó su vecino Sayed Ahmad. Les ocultó el incidente a todos, hasta que su cuerpo empezó a cambiar y se dio cuenta de que estaba embarazada. Su madre se convirtió en quien guardó su secreto y la ayudó. En el medio rural de Afganistán, es común que tales embarazos terminen en asesinatos por el honor.

Ahmad hizo que le llevaran píldoras para provocarle un aborto a Mah Yamsar, lo cual ocurrió en el séptimo mes del embarazo.

Mah Yamsar fue al hospital, estuvo allí durante ocho noches y requirió dos transfusiones de sangre.

Cuando la dieron de alta y retornó a su aldea en el distrito de Dawlat Yar, en Ghor, los mayores se reunieron en el consejo para decidir el destino de la familia. Estuvieron presentes Tabaruk y su esposo, al igual que Ahmad, el acusado de la violación, pero no así Mah Yamsar.

“El dijo: ‘No voy a jurar sobre el Corán, pero yo no la violé’”, contó Mah Yamsar que le dijo su madre sobre las palabras de Ahmad en la reunión.

El consejo de la aldea, al que controlaban los poderosos familiares de Ahmad, dijo que la familia de Mah Yamsar había deshonrado a la aladea. “Carguen sus cosas y abandonen este lugar”, le dijeron a la familia.

A Mah Yamsar, quien todavía estaba en recuperación por el aborto, la subieron a una motocicleta. Su madre montaba un caballo, mientras que su padre, su hermano y dos mayores de la aldea, ambos hombres, la iban siguiendo atrás.

Mah Yamsar llegó antes que su familia a Jarsang, también en Ghor, donde la familia tenía planeado iniciar una vida nueva. Su madre nunca llegó.

En un principio, su padre dijo que Tabaruk llegaría. Luego dijo que se había caído del caballo y había muerto.

Sin embargo, su hermano dijo que su padre estaba diciendo mentiras. Su padre y dos mayores de la aldea se llevaron lejos a Tabaruk y a él le dijeron que se quedara donde estaba. Cuando regresaron, su padre dijo que Tabaruk se había caído del caballo.

Sin embargo, el chico le dijo a Mah Yamsar que oyó disparos.

MUJIB MASHAL y ZAHRA NADER
© 2017 New York Times News Service