Erdogan en su laberinto

¡Pobre del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en su laberinto!

Es un laberinto grande. Al deambular de sala en sala _ y hay unas mil salas en su nuevo palacio de Ankara _, sin duda Erdogan ha tenido tiempo de reflexionar en los afanes de Turquía y quizá también de ponderar cómo pueden salirse de control los eventos incluso al gobernador más megalómano.

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He aquí una imagen aleccionadora: Erdogan, aspirante a líder del mundo sunnita, después de trece años en el poder, solo en su vasto palacio con su sueño neo-otomano hecho trizas y la sociedad turca polarizada al grado de llegar a la violencia.

Erdogan culpó a “organizaciones terroristas” no especificadas por el vil ataque contra el aeropuerto Atatürk de Estambul, en el que murieron 44 personas. Su primer ministro, Binali Yildirim, tentativamente culpó al Estado Islámico. Esta fue una declaración del gobierno más clara que la de octubre pasado, cuando un ataque terrorista en Ankara, el más mortífero en la historia moderna del país con 103 víctimas, fue atribuido a un “coctel” de islamistas yihadistas y de militantes kurdos, sin especificar lo que eso significa.

En esa ocasión, la mayoría de las víctimas fueron kurdas. El misterio sigue rodeando la explosión.

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Para Erdogan, el término terrorista se refiere básicamente a los militantes kurdos del proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha librado una guerra intermitente contra Turquía desde los años ochenta.

En el sureste de Turquía hay muchos poblados bajo el toque de queda. Erdogan está librando una campaña implacable contra los kurdos, a la sombra de la guerra siria. Las ganancias territoriales de los kurdos y el auto-gobierno en el norte de Siria han despertado al espectro más oscuro de la psiquis turca: un Kurdistán a caballo en sus fronteras.

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En cambio, el Estado Islámico ha sido objeto de ambivalencia. Erdogan ha seguido un doble juego.

Por mucho tiempo, él permitió que los reclutas del Estado Islámico se desplazaran por Turquía y cruzaran la frontera hacia Raqqa, bastión del Estado Islámico en Siria. Puesto a elegir entre los terroristas del Estado Islámico en el norte de Siria y lo que para él son terrorista sirio-kurdos del Partido de la Unión Democrática (PYD), afiliado al PKK, y su milicia asociada, la YPG, el presidente turco no tiene dudas de quién representa mayor amenaza.

Para Erdogan, el Estado Islámico tiene usos anti-kurdos. En cambio, el enclave kurdo en el norte de Siria, conocido como Rojava, solo significa problemas desde una perspectiva turca. El hecho de que la YPG haya sido la fuerza de infantería de Estados Unidos más efectiva contra el Estado Islámico solo complica la posición de Erdogan. Turquía es aliada de la OTAN pero se opone a la alianza de Estados Unidos con los kurdos sirios en contra del Estado Islámico.

¡Bienvenido al Medio Oriente! Espero que todo esté claro en esta sopa de letras kurda (no he querido mencionar al Partido Democrático Popular, HDP, dominado por kurdos turcos, solo por deferencia hacia usted, estimado lector). Pero si todo está confuso, simplemente retenga lo siguiente:

Erdogan se encuentra en un vecindario terrible, con su país desestabilizado por más de cinco años de guerra en Siria y los millones de refugiados que cruzan su frontera. Está frustrado, con toda razón, por la falta de voluntad del presidente Barack Obama de respaldar con una política coherente de declaración de 2011 de que el presidente de Siria, Bashar Assad, debe de renunciar. Pero, a fin de cuentas, el descenso de Turquía por la espiral de violencia es obra del propio Erdogan.

Espinoso y errático, él percibe enemigos por todas partes: en la prensa (cuya libertad ha sofocado), entre sus antiguos aliados de negocios, en la Turquía laica que se opone a sus intentos cada vez más desbocados de promover su programa islamista. Dándole la espalda a los intentos de reconciliación que por muchos años tuvo con los kurdos, ha adoptado para con ellos una brutalidad inflexible. Al ver amenazado su poder, él estuvo dispuesto a aceptar la violencia para crear una atmósfera de miedo en el periodo previo a las elecciones del noviembre del año pasado, para que pudiera presentarse como el hombre fuerte salvador.

Tomando prestado el manual del presidente ruso, Vladimir Putin, Erdogan realizó la maniobra de puestos alternados _ en su caso, pasó de primer ministro a presidente _ a fin de hacer que la constitución se plegara a su apetito de poder. Cambiando la diplomacia por la fanfarronería, él se ha metido en pleitos con Israel, con Egipto y con Rusia, al grado de que la economía turca está tambaleante y recientemente se vio obligado a pedirle disculpas a Rusia y a arreglar sus diferencias con Israel.

Sobre todo, Erdogan se las ha ingeniado para convertir a Turquía _ que todavía no hace muchos años era el modelo de un islam democrático y moderado _ en un país dividido y combustible, donde el culto a la personalidad de Erdogan crece cada día a costa de la libertad. Fue típico del orden de Erdogan que se suspendiera el acceso a Twitter y Facebook durante algunas horas después del ataque en el aeropuerto.

Al hacer todo esto, Erdogan sabe que tiene a Estados Unidos y a Europa donde los quiere tener. Por razones estratégicas (militares en el caso de Estados Unidos, los refugiados, en el de Europa), necesitan a Erdogan más de lo que él los necesita a ellos. Así que puede hacer lo que quiera, aunque las consecuencias sean funestas.

Es curioso que la política exterior de “cero problemas” del “neo-otomanismo” se haya convertido en una realidad muy problemática: Erdogan ha cosechado los frutos amargos de sus maquinaciones.

Me conduelo por las víctimas del ataque terrorista en el aeropuerto Atatürk. En cierto sentido, fue un baño de sangre anunciado.

Roger Cohen
© The New York Times 2016