Eric Underwood, la estrella estadounidense del Ballet Real

LONDRES Lo más impactante sobre Eric Underwood, la estrella de origen estadounidense del Ballet Real en Londres, no es que tenga un tatuaje de dragón que se asoma de su ombligo. No es que haya sido fotografiado frontalmente desnudo por David Bailey para una revista de modas o por Mario Testino en su mayor parte sin ropa con Kate Moss para la Vogue italiana.

No es que disfrute de una noche en el Box, un cabaret atrevido aquí, y que se le conozca por engullir hamburguesas y papas fritas de vez en cuando.

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Todos estos son elementos establecidos de la fama de Underwood, de 33 años de edad, como una persona atípica inmensamente simpática en el rígido mundo del ballet clásico. Lo impactante sobre él es lo que hace en casa.

En esas noches en que no está actuando en la Royal Opera House, o en escenarios en todo el mundo, a menudo puede encontrársele en el sofá de su casa en Camden llevando a cabo disputas unilaterales con los jueces de “Strictly Come Dancing”, el equivalente de BBC One del programa televisivo “Dancing With the Stars” de la cadena ABC.

“Estoy obsesionado”, dijo Underwood.

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Tan obsesionado está, de hecho, que pasó una mañana reciente comprando arbustos en el Covent Garden Market para crear una pantalla de privacidad que proteja a la ventana de su sala de estar de una línea ferroviaria que corre paralela a su casa.

“En este momento, la gente puede ver a este loco gritándole a su televisor”, dijo.

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Estábamos sentados en una banca tapizada de piel en el bar del Colony Grill Room en el Beaumont Hotel en el distrito londinense de Mayfair. El Beaumont ha sido uno de los lugares favoritos de Underwood desde que pasó una noche ahí, en una suite llamada “Room” diseñada por el escultor británico Antony Gormley.

Underwood, aunque musculoso, delgado, atlético y al parecer hecho para la disciplina, cayó en el ballet en la adolescencia casi por accidente cuando, después de fallar en una audición para una escuela de artes escénicas, vio una clase de movimiento que tenía lugar cerca y entró blofeando.

“No sabía nada de ballet, pero ya sabía bailar”, dijo Underwood.

La afirmación parece innecesariamente jactanciosa a menos que uno considere lo esencial que es para la misión de Underwood normalizar y desmitificar su profesión elegida. Las barreras técnicas para entrar en la danza clásica son lo bastante estrictas para desalentar a muchos talentos potenciales de siquiera intentarlo. Y, sin embargo, más que mera técnica, la destreza dancística se crea a partir de la suma de experiencias de vida, dijo.

En su caso, esa experiencia incluye notablemente los viernes por la noche pasados en su casa en un suburbio de Maryland, donde su madre, una secretaria, acostumbraba empujar los muebles hacia las paredes para que ella y sus tres hijos pudieran bailar con la música de Al Green, Teddy Pendergrass y Marvin Gaye.

Fue en gran medida una niñez feliz, añadió Underwood. Aunque muchos relatos de su vida han enfatizado la trillada narrativa de cómo escapó de la violencia rampante y los crímenes violentos de un barrio pobre cerca de la capital de Estados Unidos, no es así como él la recuerda.

“Cierto, había pandillas en la escuela y había tiroteos, pero nosotros éramos amados y apreciados en casa”, dijo. “Mi madre nos crió con esa actitud estadounidense de ‘Pueden hacer cualquier cosa que quieras si te esfuerzas lo suficiente’. Ella tenía este refrán: ‘Es solo un obstáculo. Supéralo’”.

Su ascenso en las filas del mundo del ballet clásico, aunque difícilmente carente de obstáculos, sería la envidia de la mayoría en la profesión de Underwood: al inicio de sus estudios en la adolescencia con la maestra de ballet Barbara Marks en el Centro para las Artes Visuales y Artísticas de la Preparatoria Suitland en Maryland, le concedieron una beca de la Fundación Philip Morris para estudiar en la Escuela del Ballet Americano en Nueva York.

Tras graduarse entró en la compañía del Dance Theater of Harlem, donde fue ascendido al final de su primera temporada a solista, y se unió al American Ballet Theater en 2003. Cuando se le ofreció un sitio como primer artista en el Ballet Real tres años después, se mudó a Londres, y rápidamente fue elevado a solista, convirtiéndose en favorito de coreógrafos como Christopher Wheeldon y Wayne McGregor.

“No quiero que la gente piense que no soy agradecido”, dijo Underwood, “pero siempre he tenido la creencia de que sucederá lo que yo haga que suceda”.

Si hay un hilo conductor crítico consistente en los elogios al desempeño de Underwood, es su desenfrenada alegría de movimiento. “Los mejores momentos en mi vida dancística son cuando ustedes simplemente me ven bailar, en vez de que yo actúe para ustedes”, dijo Underwood.

El dominio técnico a menudo robótico que caracteriza a ciertos bailarines de su generación viene a costa de la destreza, dijo: “Tengo mucho más que ofrecer que un salto y una bonita pirueta”.

Es un alborotador despreocupado que tiende a saltarse los convencionalismos, un artista magnético en igual medida para los coreógrafos y la gente de la moda, y uno cuyo ascenso a las filas de los solistas han cambiado drásticamente varios estereotipos, no todos ellos referentes a la raza.

Comparándose en el mejor de los casos con los apasionados y no autoconscientemente expresivos niños del salón de baile que pelean por la supremacía en los oscuros concursos de moda o los aficionados al tango y al vals cuya pasión por estilos de baile anacrónicos ha recibido atención gracias a programas como “Strictly Come Dancing”, dijo: “Estoy listo para mi siguiente fase”.

Esa fase, según explicó Underwood, involucra su meta de convertirse en el anfitrión de un programa de baile muy similar a los que ve en casa, un foro para jóvenes que quizá nunca hayan considerado que el elitista mundo del ballet podría darles una oportunidad.

“Nunca quise ser el bailarín ‘negro’”, dijo Underwood. “Quería ser un gran bailarín. El desafío fue que no veía a nadie que se pareciera a mí”.

Incluso al inicio en su carrera profesional, dijo, algo le quedó claro: “Si no iba a tomar el camino de Nureyev o el camino de Baryshnikov, tendría que encontrar mi propio camino”.

Guy Trebay
© 2017 New York Times News Service