Escuche ‘Ten Thousand Birds’ y las aves cantoras que la inspiraron

NUEVA YORK ⎯ La Ciudad de Nueva York no es considerada habitualmente un paraíso para los naturalistas. Pero John Luther Adams, un compositor ganador de un Premio Pulitzer y ex activista ambiental, no tuvo que caminar lejos de su departamento en Harlem para deleitarse en Morningside Park y Central Park con los coros de petirrojos, gorriones, pájaros carpinteros, cenzontles y, finalmente, un zorzal maculado, con su penetrante canción de “iolei”.
“Ese fue el que inició todo para mí, hace cuarenta y tantos años”, dijo Adams, de 64 años de edad, mientras hacía una pausa en un sitio moteado por el sol en el North Woods de Central Park para saborear la melodía del zorzal maculado.
Las aves cantoras son un elemento crucial en la música de Adams, cuyas aclamadas obras (“Become Ocean”, de 2013, ganó un Pulitzer y un Grammy) enfrentan directamente el cambio climático en sus evocaciones del mundo natural. “Aparentemente se nos está agotando el tiempo como especie”, dijo. “Y, sin embargo, qué más opción tenemos sino seguir intentándolo, y seguir en contacto con esos ritmos más antiguos y más profundos que nos recuerdan dónde estamos y cómo encajamos en toda la comunidad de la vida en la Tierra”.
Este es un gran momento en Nueva York para dos de sus más recientes piezas de inspiración ornitológica: “Ten Thousand Birds”, que evoca a las especies de cada región donde se interpreta, tuvo su estreno neoyorquino el 14 de mayo en una actuación gratuita en el Morningside Park, la culminación de la residencia de una semana de Adams en el Espacio Sinfónico. Y una grabación de “Canticles of the Holy Wind”, su etérea obra coral basada en los zorzales, los gorriones, los búhos y un virtuoso cenzontle, fue lanzada por Cantaloupe Music el 12 de mayo.
Las aves han inspirado a los compositores (humanos) a lo largo de la historia, desde la antigua Grecia hasta el Papageno de Mozart en “La flauta mágica”, el Ave del Bosque de Wagner en “Siegfried”, el Ruiseñor de Stravinsky en “Le Rossignol”, y en las aves cantoras de Messiaen. Fue el “iolei” de un zorzal maculado, el cual Adams escuchó por primera vez en 1974, el que lo hizo tomar los dos caminos que llegaron a definir su vida: la composición y el ambientalismo.
Se había graduado recientemente del Instituto de las Artes de California con un título en música, y estaba trabajando como jornalero en Georgia, cuando quedó embelesado por el cántico, el cual escuchaba cada mañana y al anochecer. Empezó a escribir lo que escuchaba. Tuvo sentido, dijo, cuando se enteró de que la canción del zorzal maculado era también la canción favorita de uno de sus ídolos, Henry David Thoreau.
“Me golpeó el rayo musical”, dijo. “Pienso que fue el principio del trabajo de mi vida. Había estado componiendo, había estado en la escuela de música, pensaba que era compositor o podía ser compositor.
“Pero después de estudiar con James Tenney”, dijo, refiriéndose al teórico musical pionero, “las aves fueron mis maestras”
Ese encuentro resultó en “songbirdsongs” para flautines y percusiones (1974-80), una primera obra formativa. Pero su creciente interés en las aves cambió su vida en otras formas también: se unió a la Sociedad Audubon, convirtiéndose en presidente de su capítulo local, y pronto se estaba oponiendo a un proyecto hidroeléctrico en el río Flint en Georgia. (Recuerda haberse reunido con el gobernador, Jimmy Carter.) Se mudó a Alaska para trabajar en una campaña de conservación de la tierra, y se convirtió en director ejecutivo del Centro Ambiental del Norte de Alaska.
Por mucho tiempo llevó una vida doble como compositor y activista. Pero finalmente decidió dedicarse a la música, pues llegó a creer que el arte puede importar tanto como la política y el activismo.
Adams no ve su música como política ⎯ “con mucha frecuencia, el arte político falla como arte y falla como política”, dijo ⎯ pero puede ser difícil escuchar sus piezas, y el retrato de la tierra que pintan, sin pensar en los casquetes glaciares que se derriten, las aguas que se elevan, los desiertos que se extienden, las tormentas violentas y el destino del planeta.
Pero se enfureció por una reciente descripción de su música como ideológica.
“Si Arvo Part es un compositor ideológico, si Messiaen fue un compositor ideológico, entonces soy culpable”, dijo, invocando a dos cuyas obras han estado profundamente arraigadas en su fe religiosa. “Pero parece que la religión organizada no es una ideología, pero alguien cuya obra está profundamente arraigada en la tierra es ideológico”.
Después de sus primeros esfuerzos para tomar el “dictado” de las aves, se dio cuenta de que no cantan en el vacío, y empezó a trabajar en evocar sus entornos también. Y abandonó por completo a las aves por un tiempo ⎯ no queriendo que fueran vistas como un truco ⎯ y compuso música que conjura a fuerzas elementales como los incendios forestales, las tormentas y los glaciares que se desploman en el mar. Empezó a escribir música que ya no es simplemente sobre un lugar, sino que crea un lugar imaginario: como sugiere su título, “Become Ocean” (Volverse océano) se siente menos como escuchar el mar que como estar dentro de él. Y escribió una serie de obras destinadas a ser interpretadas al aire libre, incluyendo “Inuksuit”, una pieza para entre nueve y 99 ejecutantes.
Su obra ha cobrado más urgencia en los últimos meses, ya que Estados Unidos se ha retirado de sus esfuerzos para frenar el calentamiento global.
“He sentido desde esos primeros días de las aves cantoras que, en mi forma muy particular y muy limitada, de lo que trata mi obra es de imaginar y hacer lo que yo pueda para ayudar a producir una nueva cultura, la cual nunca viviré para habitar”, dijo, mientras el paseo por el parque se volvía serio.
“Eso es mucho”, añadió, “para surgir del cántico de una pequeña ave”.

Michael Cooper
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