El frágil equilibrio en las relaciones Rusia-Occidente se tambalea más en Bielorrusia

MINSK, Bielorrusia — Durante años, los funcionarios occidentales y medios de noticias han descrito al presidente de Bielorrusia, Aleksandr G. Lukashenko, como “el último dictador de Europa”.

Por lo tanto, a algunos quizá les pareció extraño que el mes pasado, durante un discurso ante un grupo numeroso de legisladores estadounidenses y europeos que asistieron a una conferencia en Minsk, la pulcra pero absolutamente uniforme capital del país, expresara su apoyo a los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho.

- Publicidad-

Sin embargo, para Lukashenko, esa actuación es territorio conocido.

A lo largo de dos décadas, ha perfeccionado el arte de crear tensiones entre Rusia y Occidente. Bielorrusia ha sido un aliado indispensable y custodio del Kremlin, pues depende de subsidios rusos para mantener a flote su economía y actúa como un importante amortiguador para Occidente contra la creciente agresividad militar del Kremlin.

Sin embargo, ahora que Rusia tiene programados importantes ejercicios militares para el mes próximo en Bielorrusia, tanto líderes de oposición como analistas, e incluso las fuerzas armadas estadounidenses, temen que la frágil estrategia de Lukashenko esté en la cuerda floja.

- Publicidad -

Existe el temor generalizado en Minsk de que cuando los militares rusos lleguen a Bielorrusia para los ejercicios, conocidos como Zapad (que en ruso significa “occidente”), se instalen y ya no se vayan. Ese temor se ha recrudecido debido a que algunos informes oficiales revelaron que Rusia rentó 4162 vagones de tren para transportar a solo 3000 soldados y no más de 680 artículos de equipo militar a Bielorrusia.

Las tropas comenzaron a movilizarse para ingresar al país a finales de julio, aunque los ejercicios están programados para mediados de septiembre. Tanto las autoridades rusas como las bielorrusas han declarado en público que las tropas regresarán a casa al concluir los ejercicios.

- Publicidad -

A lo largo de los años, para demostrar su independencia, Lukashenko ha sostenido enfrentamientos frecuentes con el presidente ruso Vladimir V. Putin — problemas orquestados que se han resuelto con rapidez mediante grandes demostraciones públicas de hermandad eslava.

Sin embargo, a medida que las relaciones de Moscú con Occidente han caído a niveles que no se habían visto desde la era soviética, cada vez es más difícil para Lukashenko mantener ese frágil equilibrio. Quizá se vea obligado a elegir entre dos bandos, una decisión que acarrea riesgos claros.

Si toma medidas claras a favor de Occidente, podría incitar una dura reacción del Kremlin, como ocurrió en Ucrania tras la destitución del presidente Viktor F. Yanukovych. De ocurrir algo así, lo más seguro es que Occidente no responda militarmente.

Por otro lado, una total adhesión a Rusia acabaría con la soberanía de Bielorrusia y podría reavivar la ola de manifestaciones que estallaron este año, pues la población ya está furiosa debido al deterioro en sus niveles de vida.

La mayoría de los analistas suponen que, si Lukashenko se viera obligado a elegir, optaría por sus benefactores de Moscú.

“Bielorrusia quizá construya muchos puentes hacia Occidente, pero nunca podrá cruzarlos”, advirtió Artyom Shraibman, en alusión a una conocida frase que describe la relación entre ambas regiones, durante una conversación en la moderna sala de noticias de Tut.by, el sitio de noticias independiente más destacado del país, donde trabaja como editor para temas políticos. “El vector europeo solo es un componente que ayuda a mantener en equilibrio la relación con Rusia.”

Bielorrusia, un país sin litoral ubicado entre Rusia, Ucrania y tres países de la OTAN— Polonia, Letonia y Lituania —ha sido históricamente un corredor para las principales potencias cuando planean alguna invasión. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética estableció varias bases militares importantes ahí, y resguardaba misiles con ojivas nucleares.

En 2015, Bielorrusia rechazó una solicitud presentada por el Kremlin que buscaba obtener permiso para establecer una base militar. Sin embargo, los analistas se preguntan cuánto tiempo más podrá resistir Lukashenko la gran presión que ejerce Rusia.

“Para el Kremlin, es muy importante mantener a sus propias tropas en nuestro territorio, pues así podría intensificar la situación en la región en cualquier momento”, señaló Arsen Sivitski, director del Centro de Estudios Estratégicos y de Política Exterior, un grupo de investigación con oficinas en Minsk. “Para Bielorrusia, es importante contener al Kremlin. De otra forma, Minsk no tendría ningún valor estratégico para Europa”.

Sin embargo, añadió: “el Kremlin puede acabar con este juego en cualquier momento”.

Desde que obtuvo su independencia en 1991, Bielorrusia ha sobrevivido en gran medida gracias a los significativos subsidios que recibe de Moscú, un esquema que un economista local, Sergei Chaly, describe como un intercambio de “petróleo por besos”.

“Lukashenko ha cumplido una misión histórica importante”, afirmó Chaly. “Ideó el mejor sistema para que un estado creado después de la era soviética logre lidiar con Rusia”.

Minsk podía comprar petróleo de Siberia a un precio reducido, procesarlo en sus dos refinerías, venderlo a Occidente al precio de mercado y embolsarse la diferencia.

De acuerdo con distintos cálculos, durante las dos décadas anteriores, Rusia otorgó subsidios por más de 50.000 millones de dólares a Bielorrusia. Lukashenko invirtió ese dinero en las llamadas fábricas zombi, empresas industriales de lo más anticuadas y en un total estado de deterioro, con tal de alardear por ser el único líder que logró mantener a flote la industria tras la era soviética.

A cambio de esos subsidios, Lukashenko se comprometió a defender la unidad entre los países, y gracias a esto Putin pudo demostrar que contaba con aliados más allá de las fronteras de Rusia. Sin embargo, la relación atravesó momentos de tensión en 2014, cuando Minsk no se decidió a reconocer oficialmente a Crimea como parte de Rusia. Un año más tarde, se presentó el desacuerdo por la solicitud de Rusia para establecer una base militar.

El Kremlin reaccionó con enfado y aumentó los precios del gas natural. Cuando Lukashenko se negó a pagar esos precios, Moscú decidió suspender el suministro de petróleo, sin temor alguno de forzar a Bielorrusia a unirse al bando de Occidente y, en consecuencia, la economía bielorrusa quedó totalmente estancada.

“El Kremlin sabe bien que, a pesar de su trato con Occidente, Lukashenko no deja de ser un dictador, así que no puede desplazar a Bielorrusia a otro espacio geopolítico”, explicó Pavel Usov, director del Centro de Análisis y Diagnóstico Político. “Existe una dependencia tan grande que Rusia puede manipular cualquier proceso político y situación que ocurra en Bielorrusia”.

En algunas ocasiones, esta dependencia se manifiesta de manera extraña.

Por ejemplo, después de que Rusia prohibió la importación de alimentos desde Occidente en respuesta a las sanciones que se le impusieron por la situación de Crimea y la crisis de Ucrania, Bielorrusia se convirtió en un intermediario para darle acceso al parmesano italiano y las manzanas de Polonia. Se marcaban de nuevo los productos con etiquetas bielorrusas y se distribuían a tiendas por toda Rusia.

Las exportaciones de manzanas “bielorrusas” a Rusia aumentaron un 50 por ciento el año pasado, aunque la producción local se mantuvo al mismo nivel. En Bielorrusia, un país que sufre inviernos inclementes, de repente se convirtió en fuente de especies tropicales como piñas, mandarinas y kiwi, además del blanco de un gran sarcasmo.

De cualquier forma, este esquema no generó suficientes ingresos y, como además se redujo la ayuda de Rusia, la economía de Bielorrusia se contrajo por segundo año consecutivo en 2016. En junio, Bielorrusia se vio en la necesidad de obtener un préstamo de 1400 millones de dólares en el mercado europeo, y se encuentra en negociaciones para obtener 3000 millones más del Fondo Monetario Internacional.

Los salarios han bajado más de un 13 por ciento en los últimos dos años y las finanzas del país cayeron, por lo que el país se vio obligado a poner en marcha una de las más sorprendentes leyes fiscales del mundo: quienes no tienen empleo de tiempo completo deben pagar 240 dólares al año por concepto de “compensación” por no generar impuestos.

En vista de que el nivel de vida va en declive, los ciudadanos comunes se lanzaron a las calles a finales de marzo y participaron en la mayor ola de protestas en contra del gobierno que ha habido en varios años.

“Esta situación va a terminar como en Ucrania”, lamentó Aleksandr Konches, un jubilado que participó en las manifestaciones. “Basta con ver quiénes salieron a manifestarse: jubilados, trabajadores, gente sencilla”.

Sin embargo, muchos oriundos del lugar señalaron que incluso si se destituyera a Lukashenko por las manifestaciones en contra del gobierno, dudan que el país adopte una postura antagónica con respecto a Rusia.

Viktor V. Bocharenko ha pasado toda su vida en Redzki, un pintoresco poblado de 150 habitantes en la frontera con Rusia. Después de encabezar una granja colectiva local durante 13 años, ahora disfruta la vida de cualquier jubilado, cultiva papas y algunas veces vende un costal con una buena ganancia en la región rusa de Smolensk.

Bocharenko, de 65 años de edad, dijo que no ha visto que se apliquen controles más estrictos en la frontera, como prometió Moscú para intentar reducir el cruce de alimentos occidentales. “Solo se asoman a mi auto y me dejan pasar”, dijo.

También aseveró: “Lo que ocurrió entre Rusia y Ucrania nunca nos sucederá a nosotros”.

IVAN NECHEPURENKO
© The New York Times 2017