Franceses se preguntan por qué atacante, conocido como amenaza terrorista, fue dejado libre para matar a sacerdote

Lilia Blaise y Martin de Bourmont contribuyeron con información.

© 2016 New York Times News Service

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PARÍS – La pregunta que inquietaba a Francia este miércoles en vista del ataque de un adolescente que aspiraba a ir a Siria, pero se conformó más bien con cortarle la garganta a un sacerdote, era si el crimen era el resultado de fracasos por parte del gobierno, y qué más podría haberse hecho para prevenirlo.

El impacto del ataque no sofocó las acusaciones políticas, con preguntas surgiendo con respecto a cómo un perpetrador bien conocido por las autoridades fue, no obstante, dejado libre para matar.

Para políticos y buena parte de la población, fue difícil pasar por alto que el crimen fue cometido durante un estado de emergencia que ya le dio al gobierno mayores facultades para contener a terroristas potenciales, y que uno de los perpetradores estaba esencialmente bajo libertad condicional y llevaba puesta una tobillera electrónica al momento del ataque.

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Preguntas que inquietudes similares fueron sacadas a colación en junio, cuando un hombre que había servido una condena en prisión por tener nexos con redes terroristas y era conocido por los servicios de seguridad mató a cuchilladas a un oficial de policía y su compañero en Magnaville, cerca de París.

El ataque de este martes, llegando menos de dos semanas después de la matanza del 14 de julio en Niza, el Día de la Bastilla, donde 84 personas fueron asesinadas por el chofer tunecino de un camión, solo se ha sumado a la ansiedad del país.

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Francia es oficialmente seglar pero el catolicismo está profundamente arraigado en su cultura. Eso ha hecho que el impacto y simbolismo del asesinato del Reverendo Jacques Hamel sea mucho mayor.

Se celebró una misa en la Catedral de Notre-Dame, reservada para las ocasiones de estado más solemnes, por la noche del miércoles en memoria de Hamel, de 85 años de edad, cuyos atacantes lo obligaron a arrodillarse antes de matarlo en la vieja iglesia de piedra de St.Étienne-du-Rouvray, en Normandía. Asistió buena parte del gobierno y dos de los tres ex presidentes vivos de Francia.

Al mismo tiempo, se estaba instaurando una nueva sensación de impotencia. Uno de los atacantes, Adel Kermiche, de 19 años de edad, había intentado viajar a Siria dos veces. Este miércoles, Estado Islámico divulgó un videoclip que, dijo, había sido grabado antes del ataque por parte de él y su cómplice, en el que juraron lealtad al grupo.

Kermiche, como el atacante de Niza, Mohamed Lahouaiej Bouhlel, tenía antecedentes documentados de problemas psiquiátricos, con base en el periódico Le Monde, que filtró sus expedientes judiciales en ediciones del miércoles y cuyo informe fue confirmado por la procuraduría de justicia de París, que conduce investigaciones sobre terrorismo.

Pero, a diferencia de Bouhlel, Kermiche también estaba ya en los libros del gobierno como una amenaza terrorista.

De hecho, apenas cuatro meses atrás un juez lo liberó de su detención, convencido por los argumentos del joven franco-argelino de que él ya estaba listo para una vida normaly no quería ya volverse yihadí.

En esa época, la oficina del fiscal para terrorismo de París apeló a la decisión del juez, argumentando que Kermiche debería permanecer tras las rejas.

El fiscal se mostró despreciativo hacia los argumentos del juez para vigilancia limitada, tildándolos de “perfectamente ilusorios, dado el contexto”, con base en los documentos citados en Le Monde. “Él está alegando un error, y argumentando por una segunda oportunidad. Sin embargo, el riesgo es muy grande”.

Una vez antes, en 2015, después de su primer esfuerzo fallido por ir a Siria, a Kermiche le habían permitido salir libre pero le requirieron registrarse con la policía y autoridades de libertad condicional. Él violó esa orden aproximadamente a las seis semanas, al intentar de nuevo ir a Siria. Esta vez había logrado llegar hasta Turquía, donde fue arrestado por las autoridades.

Cuando fue capturado la segunda vez, fue puesto bajo detención preventiva hasta el 18 de marzo de este año, cuando llegó ante el juez que lo dejó salir a final de cuentas.

Esta vez llevaba una tobillera electrónica, tenía prohibido salir de su departamento local en Seine-Maritime y obligado a reportarse con un oficial de libertad condicional en la estación de policía una vez por semana. Además, le ordenaron que viviera en la casa de sus padres, donde tenía permiso de salir solo entre 8:30 a.m. y 12:30 p.m. entre semana.

Todas esas medidas terminaron siendo inútiles. Eran alrededor de las 9:25 a.m. del martes – dentro de su periodo de libre circulación asignado por el juez – cuando Kermiche y un cómplice irrumpieron en la iglesia armados con cuchillos y mataron a Hamel, dejando gravemente herido a uno de sus parroquianos.

Los oficiales de libertad condicional que lo supervisaban han tenido escaso entrenamiento en caso de terrorismo y tienen una carga excesiva de trabajo, amén que están abrumados, dijo Sarah Silva Descas, secretaria general de la rama de la unión CGT que representa a oficiales de libertad condicional y periodo de prueba. La mayoría de sus casos se relacionan con delincuentes comunes, no aspirantes a terroristas.

“La presión sobre nuestro personal es enorme. Nosotros no estamos preparados para manejar esto”, dijo.

Los oficiales de libertad condicional y a prueba, dijo Silva Descas, están entrenados para ayudar a reinsertar personas en la comunidad, encontrar un empleo y conseguir tratamiento médico si presentan algún problema físico o psiquiátrico con el consumo de drogas.

Sin embargo, en casos de terrorismo, les están pidiendo que funcionen como trabajadores de inteligencia, alertas en busca de señales de radicalización potencial.

Uno de sus colegas, quien fue asignado a seguir a Kermiche, le dijo a Silva Descas que “no había habido falla”.

“Ella se había reportado con él cada semana”, dijo Silva Descas. “Ella había seguido su búsqueda de un profesión. Él había asistido a todas sus reuniones.

“Quizá ella se culpa a sí misma, pero no debería. Uno puede hacer muchas cosas, pero no hay tal cosa como cero riesgos”, agregó.

Alissa J. Rubin and Adam Nossiter
© The New York Times 2016