De Francia a Israel: Cómo vivir con terrorismo

Ben Carey contribuyó con información desde Nueva York.

© 2016 New York Times News Service

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JERUSALÉN – Para muchos israelíes, las horrendas imágenes de un camión pasando por encima de muchedumbres a lo largo de más de un kilómetro y medio en el centro vacacional de Niza, Francia, tocó una fibra macabramente familiar.

“¡Nosotros teníamos tractores!” dijo Ami Zini, de 49 años de edad, quien administra una boutique en el distrito de compras del arbolado vecindario Colonia Alemana de Jerusalén. “Uno de ellos saltó sobre un autobús con su cubo”.

Se estaba refiriendo a un ataque de 2014, por parte de un residente palestino de la ciudad, que mató a un peatón israelí. Niza fue un eco incluso más directo, aunque mucho más letal, de una carnicería de 2011 en la que el camión de un israelí árabe se precipitó sobre una calle de Tel Aviv a lo largo de una milla, matando a una persona y dejando heridas a 17.

A esto siguió una ola de ataques con vehículos de construcción pesada y automóviles como armas en 2008. Y desde octubre, con base en Shin Bet, la dependencia de seguridad interna de Israel, cuando menos 32 palestinos han lanzado vehículos sobre personas en paradas de autobuses, cruceros y retenes militares.

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El primer ministro de Francia dijo que después del ataque en Niza, el tercer asesinato masivo en el país en 18 meses, Francia “debe vivir con el terrorismo”. Eso es lo que han estado haciendo los israelíes durante décadas, mediante los secuestros de aviones en los años 70; los atacantes suicidas de la segunda intifada, o insurrección palestina, que empezó en 2000; y los apuñalamientos y tiroteos de lobos solitarios de los últimos 10 meses.

En Israel, ciudadanos comunes, oficiales de seguridad y expertos sienten que lo han visto todo y dicen que se han adaptado a una amenaza perenne, aunque siempre cambiante. Hablan de mantenerse alerta constantemente, ser cautelosos y acostumbrarse a lo que algunos pudieran ver como invasivos niveles de seguridad, pero, esencialmente, siguiendo adelante.

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“Hubo tiempos en que temíamos detener nuestros autos en un semáforo en rojo y junto a un autobús”, recordó Zini, cuya tienda de ropa se llama Rendezvous, para conferirle un aire de chic francés, de los años en que los autobuses fueron un frecuente objetivo de bombazos. “Vivimos con el terrorismo. Sin embargo, no tememos. Forma parte de nuestra rutina diaria”.

Esa rutina incluye abrir bolsas para una revisión y pasar a través de detectores de metal en estaciones del tren o de autobuses, centros comerciales y complejos de salas de cine. En la cúspide de los bombazos suicidas, los clientes pagaban un pequeño cargo adicional en cafés y restaurantes para subsidiar el costo de un guardia en la puerta. Cientos de guardias civiles armados han sido desplegados para proteger el transporte público en Jerusalén en meses recientes, en medio de la ola de ataques, que han sido glorificados por algunos palestinos en medios sociales. Los guardias se paran en paradas del autobús y el tren ligero, y suben y bajan de un salto de autobuses a lo largo de las rutas principales, con las mismas facultades para cachear y arrestar que la policía.

Israel también ha invertido enormemente en inteligencia, con una evolución de sus tácticas a medida que sus enemigos van cambiando las suyas.

Varios estudios psicológicos en Israel han arrojado que la gente se habitúa rápidamente a amenazas, haciendo ajustes a la vida diaria – por ejemplo, mantener en casa a los hijos, en vez de enviarlos al campamento de verano – y adoptando un humor sombrío con respecto a la aleatoriedad de la amenaza.

“Si no termino estallando, te veré en el centro Dizengoff en alrededor de 45 minutos”, dijo un pasajero del autobús en Tel Aviv a un amigo por el teléfono celular, en una conversación que psicólogos israelíes escucharon casualmente en investigaciones de las consecuencias de la segunda intifada.

El sondeo entre 458 personas, encabezado por Yechiel Klar de la Universidad de Tel Aviv, arrojó que 55 por ciento había modificado su conducta: pasaba menos tiempo fuera de la casa, por ejemplo, o efectuaba menos viajes largos en transporte público. El otro 45 por ciento dijo que no había hecho cambio alguno.

Un estudio aparte, en la Universidad Ben Gurion, arrojó que los residentes cerca de sitios de ataques – en este caso, aquellos que viven en asentamientos israelíes en la Franja de Gaza – informaron de una menor sensación de amenaza personal y tensión que aquéllos en otras dos comunidades, una en un suburbio de Tel Aviv y otra en un asentamiento mayor cerca de la ocupada ciudad de Hebrón, Cisjordania. La investigación sugirió que el fervor religioso de los residentes de Gaza pudiera haber sido un factor clave.

Algunos políticos israelíes han estado despotricando con respecto a lo que ven como negligencia europea en cuestiones de seguridad. Después de los ataques en Bruselas en marzo, por ejemplo, un prominente ministro, Israel Katz, dijo que Bélgica no sería capaz de combatir el terrorismo islámico “si los belgas siguen comiendo chocolate y gozando de la vida y pareciendo grandes demócratas y liberales”.

En una entrevista radial este domingo, Yaakov Perry, ex jefe de Shin Bet actualmente en el Parlamento, recomendó supervisión más profunda de inteligencia de barrios “donde viven musulmanes, refugiados y partidarios de Daesh de varios tipos”, usando un acrónimo árabe para referirse a Estado Islámico. Además, sugirió que la policía francesa era complaciente, refiriéndose a informes de prensa en el sentido que el chofer en Niza les había dicho a oficiales que estaba entregando helado. “Si el chofer dice que lleva helado, abran el camión y revisen que traiga helado”, dijo Perry.

Que el ataque haya ocurrido en una reunión masiva por el Día de la Bastilla, el día nacional de Francia, puso a los israelíes a menear la cabeza. Micky Rosenfeld, un portavoz de la policía israelí, dijo que para asegurar un importante evento como las celebraciones por el Día de la Independencia, cuando decenas de miles de personas se reúnen a lo largo de la costa de Tel Aviv para ver un despliegue aéreo y naval, los oficiales reunirían inteligencia durante semanas previas, erigiendo después un cerco de 360 grados del área, con varias capas de seguridad alrededor del perímetro.

Los caminos principales típicamente estarían bloqueados con filas de autobuses, y calles laterales más pequeñas con autos patrulla. Además de una gran presencia de la policía uniformada y encubierta, equipos de contraterrorismo serían colocados estratégicamente para suministrar una rápida respuesta, si hiciera falta.

Para reunir datos de inteligencia, el Shin Bet ha usado un método de “cobertura básica”, que involucra dirigirse a un vecindario en particular o sector poblacional que sea considerado un potencial riesgo de seguridad. Después, la dependencia construye un íntimo sistema de vigilancia y una red de informantes locales que pueden apuntar a cualquier señal de actividad sospechosa o inusual.

Lior Akerman, alguna vez jefe divisional en Shin Bet, dijo que si bien un ataque como el de Niza ciertamente podría ocurrir en Israel, “debería hacerse énfasis en que los franceses, como el resto de los países europeos, no se conducen, en cuanto a inteligencia, de esta manera ni en lo más mínimo”.

Shaul Shay, ex subjefe del Consejo de Seguridad nacional de Israel, dijo que los israelíes en el ámbito nacional y el extranjero estaban mejor preparados en general para el terrorismo que los ciudadanos de otras sociedades occidentales. “Aquí estamos viviendo con eso desde la infancia”, destacó.

Aquí, mucha gente dijo que incluso si el aparato de seguridad de Israel no pudiera haber prevenido un ataque como el de Niza, imaginan que habría terminado mucho antes… y con muchas menos bajas.

“Sería imposible aquí porque hay buena seguridad”, dijo Muhammad Anati, de 18 años de edad, residente palestino del campo de refugiados Shuafat, en el oriente de Jerusalén.

Inbal Berner, de 37 años, bibliotecario escolar de Israel que estaba bebiendo un café helado en una parada del autobús cerca de ahí, dio voz a la nueva normalidad que los franceses pudieran enfrentar.

“Veo a mi alrededor; no voy a lugares atestados sino tengo que hacerlo”, dijo. Ha sido así “desde siempre”, agregó Berner, o cuando menos desde los bombazos de autobuses de hace más de 10 años. Debido a que si bien la gente sí se acostumbra al terrorismo en cierta medida, dijo, “algo siempre permanece”.

Isabel Kershner and James Glanz
© The New York Times 2016