Granjas eólicas de México trajeron prosperidad , pero no para todos

© 2016 New York Times News Service

LA VENTOSA, México – De noche, Juan Piñeda López oye el zumbido de una turbina de viento que gira a casi 300 metros de su casa de adobe. A veces percibe la peste de lubricante que arroja hacia abajo el mástil de la turbina.

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Más allá de eso, dijo Piñeda, el bosque de turbinas que ha surgido en las planicies locales del estado sureño de Oaxaca en años recientes a duras penas le afecta.

Y ese es el problema.

Ocho años después de que México acogiera la lucha en contra del cambio climático, desatando una fiebre de la energía eólica en el istmo de Tehuantepec de Oaxaca, personas en comunidades pobres e indígenas están divididas con respecto a los beneficios de la revolución verde.

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Algunos incluso están rechazando proyectos eólicos. Más de 1,000 residentes de Juchitán de Zaragoza, ciudad principalmente de indígenas zapotecas aproximadamente a 32 kilómetros del hogar de López en La Ventosa, han obstruido planes para construir una de las mayores granjas eólicas de América Latina cerca de la ciudad.

El caso pone de relieve la necesidad de equilibrar la rebatinga por energía limpia con las inquietudes de aquellos cuyas tierras la producen, dijo Beatriz Olivera, ingeniera que encabezó durante varios años la campaña del cambio climático por Greenpeace México.

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Agregó: “Queremos energía eólica, pero no a cualquier precio”.

En La Ventosa, apacible poblado de 4,000 residentes y vientos tan potentes que a veces pueden volcar una camioneta, el auge de energía ha dejado su huella. Más de una docena de pequeñas empresas de la construcción que construyen infraestructura para las granjas eólicas han surgido en los últimos ocho años. En muchas calles, estupendas casas de dos pisos se mezclan con viviendas más descuidadas.

Iberdrola, la empresa española de energía que posee la granja eólica detrás de la casa de Piñeda, ha pavimentado caminos y construido drenajes, parte de proyectos sociales en la región que han costado más de 1 millón de dólares, informó un portavoz de la empresa.

Cosme Vera, agricultor que alquila 40 hectáreas a Iberdrola por 2,900 dólares mensuales, ha renovado su casa principal y compró aparatos de aire acondicionado para las habitaciones. Vera, de 69 años de edad, dijo que su alquiler de Iberdrola equivalía a cuatro veces lo que él gana sembrando sorgo.

“Ahora, mi trabajo es ir al banco una vez al mes para recoger el dinero”, dijo.

Sin embargo, no todos han prosperado. Las granjas eólicas crean un estallido de empleos durante la construcción, pero mucho menos después de eso, dijeron expertos y residentes.

Quienes no poseen tierra no reciben alquiler, incluyendo al jornalero Piñeda. Su calle no está pavimentada y su casa de dos habitaciones no tiene agua corriente. Se atrasó tanto con los pagos de la luz que el proveedor corto el servicio hace ocho meses.

“Nosotros creímos que todos saldrían beneficiados, tuvieran o no tierra”, dijo Piñeda, de 52 años.

Ondeó una mano para imitar al viento. Los frutos de las turbinas “pasan volando y no dejan nada”, dijo. Objeciones a las granjas eólicas van más allá de la vista arruinada, notaron expertos. En una de las regiones más pobres de México, han profundizado la desigualdad.

Empresas mexicanas y extranjeras de energía han sobornado a intermediarios locales de poder para que incluyan a terratenientes, con base en abogados y activistas. Pero en algunos casos, el dinero que ellos habían donado para proyectos sociales se evaporó en las manos de oficiales municipales.

“Hemos tenido años de proyectos eólicos, pero la pobreza sigue igual”, dijo Andrea Cerami, abogada por el Centro .Mexicano de Derecho Ambiental en Ciudad de México.

Liliana López, de 40 años de edad, quien estaba recogiendo buganvilia afuera de su casa, cerca de la de Piñeda, dijo que la granja eólica había sido “bueno para la comunidad para no para nosotros”. Su marido e hijos trabajaban en la ciudad de Oaxaca, dijo, porque no pudieron encontrar trabajo más cerca.

Al igual que otros residentes, ella enumeró los malos efectos que se rumorea sobre las granjas eólicas: personas que terminan con sarpullido y tos, agua freática agotada y vacas que no paren. Los precios de bienes básicos – desde alimento hasta carretillas – han subido, dijeron los residentes. Los vecinos se han vuelto codiciosos, dijo López, agregando: “Todos quieren una rebanada del pastel”.

“Desde 2004, inversionistas han inyectado 9,000 millones de dólares a granjas eólicas en México, dijo Leopoldo Rodríguez, el presidente de la Asociación Mexicana de Energía Eólica. La capacidad de energía de las granjas eólicas de Oaxaca, que yacen en un radio de 32 kilómetros de La Ventosa, se dispararon de 160 megavatios en 2008 a 2,360 megavatios en 2015, suficiente energía para alimentar cientos de miles de hogares cada año. Se proyecta que la capacidad en Oaxaca suba a más de 5,500 megavatios para 2018.

Esos objetivos llegaron a un retroceso en octubre, después de que se otorgara a integrantes de la comunidad de indígenas zapotecas en Juchitán un requerimiento para impedir que Energía Eólica del Sur, consorcio que abarca al Fondo Macquarie de Infraestructura Mexicana que forma parte de un banco de inversiones de Australia, construya una granja eólica de 400 megavatios en tierra rural en las afueras de la ciudad.

Lucila Bettina Cruz Velázquez, activista opuesta al proyecto, dijo que algunos residentes temían que la granja eólica dañara al ganado, aves migratorias y murciélagos y que ellos no querían turbinas encerrando la ciudad.

“Ellos vienen a cambiar nuestro paisaje”, dijo. “A talar nuestros árboles. A perturbar nuestra agricultura”.

En la demanda se argumentó que el gobierno no había consultado de manera apropiada con el pueblo indígena de Juchitán con respecto al proyecto eólico, obligación bajo una ley de hidrocarburos de 2014. El gobierno rompió esta ley al darle permisos a Eólica del Sur durante la consulta, se afirmaba.

Abogados y académicos por los derechos humanos dijeron que la consulta era defectuosa de otras formas: Las reglas no eran claras; no todos los documentos fueron traducidos al zapoteco; y activistas habían sido amenazados por personas aliadas con políticos locales o con el consorcio.

Un representante de Eólica del Sur en Ciudad de México no respondió a peticiones para comentar al respecto. Katya Puga Cornejo, directora de evaluación de impacto social por la secretaría mexicana de Energía, dijo que los funcionarios habían sostenido más de 40 reuniones públicas durante ocho meses para debatir el proyecto.

La granja eólica fue aprobada con una presentación de manos en una reunión de julio de 2015, dijo.

La suerte de Eólica del Sur ahora depende de las cortes. Un juez falló a favor del gobierno en junio, y el grupo indígena apeló. Un juicio final pudiera llevar semanas o meses, según dijo Ricardo Lagunes, abogado involucrado en el caso.

Algunos residentes, incluyendo a José López de la Cruz, de 52 años de edad, esperan que el proyecto sea revivido. López, ingeniero en La Ventosa que ha trabajado en granjas eólicas desde 2008, perdió su empleo, al lado de otros 70 trabajadores, cuando el proyecto se congeló.

“La gente es muy pobre”, dijo. “Muchos esperaban ingresos de Eólica del Sur”.