Guerra y pillaje no pudieron fracturar a una aldea afgana, pero una economía tambaleante podría hacerlo

ISTALIF, Afganistán _ Para sobrevivir a la última catástrofe, cuando su localidad fue saqueada e incendiada por el talibán, los alfareros de la ciudad afgana norteña de Istalif enterraron los instrumentos de su oficio y huyeron, algunos soportaron años de exilio hasta que finalmente pasó la amenaza.

La aldea ha sido codiciada desde hace tiempo por su belleza rústica y ribereña, ubicada entre franjas de huertos que dominan la reseca Llanura de Shomali, y por su ubicación estratégica en la carretera hacia Kabul, la capital. El resurgimiento de Istalif después de la caída del talibán en 2001 reforzó su reputación de resiliencia, ganada a lo largo de los siglos conforme sobrevivía repetidamente al pillaje de los invasores.

- Publicidad-

Sin embargo, ahora, Istalif está en riesgo de nuevo, y esta vez es más difícil escapar del peligro: impuesto no por saqueadores sino por el descuido, mientras el gobierno de Afganistán hace frente a la violencia que se está acelerando y a una economía que está colapsando, y mientras la presencia extranjera se evapora.

Los afganos que venían de día de campo al río de Istalif o visitaban su famoso santuario han dejado de acudir debido a la creciente inseguridad en todo el país. Como el desempleo es crónicamente alto, quienes vienen de visita gastan poco en la distintiva alfarería color turquesa de la ciudad o las chucherías de producción masiva que los tenderos ofrecen para sobrevivir.

También se han ido los extranjeros que acudieron a la localidad durante la última década, en ocasiones en viajes de un día desde Kabul, con abundante efectivo. Las oficinas de varias organizaciones internacionales que buscaban ayudar a la aldea y sus residentes se han ido, como ha sucedido en gran parte del país, dejando detrás solo letreros oxidados que detallaban las ambiciones elevadas y ahora abandonadas de los extranjeros.

- Publicidad -

En letras desteñidas por el sol, un letrero de un grupo belga llamado Madres para la Paz anuncia proyectos que incluyen clases de inglés y alfabetización, una clínica materno-infantil, educación agrícola y una “sección de alfarería”. Más allá del letrero, un edificio vació y con candado es un vestigio del interés occidental pasajero en este lugar.

Las tiendas de la calle principal de Istalif estaban abiertas en una mañana reciente, pero vacías de compradores. “He olvidado cómo se ve un dólar”, dijo Mir Golom Rasool, un tendero de 70 años de edad, exagerando para generar un efecto, pero solo un poco.

- Publicidad -

Istalif, que es realmente un agrupamiento de varias aldeas más pequeñas, atrajo alguna vez una cantidad de interés inusual de parte de las organizaciones extranjeras. Era considerada un “microcosmos de la vida rural” a menos de una hora en auto desde Kabul, según Scott Liddle, el director para Afganistán de Turquoise Mountain, un grupo no gubernamental que capacita a artesanos afganos. La localidad se benefició de algunos proyectos de desarrollo internacionales que le proporcionaron clínicas, escuelas y electricidad, dijo Liddle.

Una organización sin fines de lucro diferente fundada por una pareja estadounidense ofreció financiamiento para la restauración de más de 100 tiendas en Istalif y, para 2007, los reportes noticiosos elogiaban a la aldea como una historia de éxito afgana.

Pero, aun cuando el desarrollo mejoró la vida de las personas, una de las bases de la localidad _ su producción de alfarería con siglos de historia _ estaba pasando apuros. En los últimos años, el mercado local para la alfarería ha sido “destruido”, dijo Liddle. “Difícilmente algún extranjero va ahí, y muypocos afganos”.

Turquoise Mountain, que alguna vez tuvo una filial en Istalif, sigue tratando de conectar a los artesanos de la localidad con los mercados internacionales, y recientemente incluyó su alfarería en una exhibición emblemática en el Instituto Smithsoniano; donde sus vasijas fueron los artículos de mayor venta, dijo Liddle.

Pero, de las varias artesanías afganas que el grupo estaba tratando de promover, que incluyen joyería y trabajos en madera, “la cerámica es la más desafiante y la más difícil de comercializar internacionalmente”, debido a la dificultad para transportar piezas delicadas y asegurarse de que la calidad de la cerámica esté a la altura de los elevados estándares de los compradores en Londres o Nueva York, dijo Liddle.

La pérdida de actividad pareció un giro especialmente cruel para un lugar que se las ha ingeniado para sobrevivir a sacudidas mucho más devastadoras.

Mohamed Islam Malekzada, quien administra un negocio de alfarería iniciado por su abuelo y habló en su tienda en la calle principal, pasó años en una prisión del talibán después de que los insurgentes incursionaron en Istalif a fines de los 90. Fue detenido junto con otros residentes y golpeado “después de que quemaron nuestras casas”, dijo.

“Fue una época muy oscura”, dijo.

La familia regresó a Istalif después de la caída del talibán y revivió su negocio de alfarería, con ayuda de Turquoise Mountain, que trabajó para mejorar la calidad de la cerámica y revivió un distintivo vidriado natural; medidas que se suponía ayudarían a los artesanos de Istalif a comercializar sus artículos de cerámica en el extranjero.

Sin embargo, Malekzada dijo que difícilmente había recibido pedidos internacionales. “Hubo un envió a Estados Unidos, de 25 piezas, hace unos dos meses”, dijo. Mientras el apoyo internacional está desapareciendo, el gobierno de Afganistán no ha intervenido para apoyar a la industria de la alfarería en problemas, dijo.

Mientras hablaba, una familia se detuvo, revisó las piezas más costosas antes de decidirse por una gran olla no vidriada que costaba menos de un dólar.

“No vamos a darnos por vencidos”, dijo Malekzada. “Mantuvimos el negocio en los días malos, y seguiremos el mayor tiempo que podamos”.

Frente al puesto de Malekzada, otro tendero, Abdul Jabar, también estaba tratando de aprovechar cualquier oportunidad, entregando a un joven una pequeña cacerola de barro que el chico dijo que necesitaba para alimentar a su perdiz, con la promesa de que el padre del muchacho pagaría después.

Abdul Jabar se remontó a la historia de Istalif en las épocas recientes de Afganistán, recordando la ocupación del talibán, cuando él se ocultó en Kabul mudándose de una casa a otra hasta que pudo reiniciar su negocio. Años después, la aldea prosperó mientras Afganistán se volvía más segura, y “la gente venía de todo el país a hacer días de campo”, dijo.

Ahora, como otros alfareros en la calle, Abdul Jabar y su familia están sufriendo, haciendo frente al resurgimiento del talibán y a una sensación más amplia de que el país _ o su rincón del mismo _ ha sido abandonado. “No recibimos la ayuda que esperábamos”, dijo, reflexionando sobre el papel de los grupos extranjeros en Istalif. Y el gobierno, añadió, “fracasó en hacer algo bien”.

Al otro lado de la calle, hombres enfriaban piezas de cerámica en una cubeta rosa llena de agua, continuando con su ritmo de trabajo, incluso sin que haya compradores, como lo habían hecho durante generaciones.

“No sabemos qué más hacer”, dijo Abdul Jabar.