Cómo hacer que los robots de Estados Unidos vuelvan a ser grandes

Las fábricas juegan un papel central en el desfile de horrores del Presidente Donald Trump. Según su narrativa, la globalización ha dejado a nuestras fábricas “cerradas”, “oxidadas” y “esparcidas como lápidas por todo el paisaje de nuestra nación”.

Esto es lo que podría llamarse un hecho alternativo: las fábricas de Estados Unidos siguen haciendo muchas cosas. En 2016, Estados Unidos alcanzó un récord manufacturero, produciendo más bienes y servicios que nunca. Pero no se escucha mucho regodeo al respecto porque las manufactureras produjeron todas estas cosas sin mucha gente. Gracias a la automatización, ahora hacemos 85 por ciento más bienes que en 1987, pero con apenas dos tercios del número de trabajadores.

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Esto sugiere que aunque Trump puede intimidar a las manufactureras para que se queden en Estados Unidos, no puede forzarlas a contratar mucha gente. En cambio, las compañías muy probablemente invertirán en muchos y muchos robots.

Y esta historia tiene otra arista: los robots no van a estar hechos en Estados Unidos. Pudieran estar hechos en China.

Los robots industriales — que tienen muchas formas y desempeñan un rango de actividades en las fábricas, desde brazos enormes controlados a precisión que se utilizan para construir autos hasta máquinas elegantes que empacan hojaldres delicados — fueron inventados en Estados Unidos. Pero durante los últimos años el gobierno chino ha gastado miles de millones de dólares para convertir a China en el mundo de las maravillas robóticas.

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En 2013, China se convirtió en el mercado de robots industriales más grande del mundo, según la Federación Internacional de Robótica, un grupo comercial industrial. Ahora, China está trabajando para alcanzar otra meta importante: convertirse en el productor más grande de robots para fábricas, agricultura y una gama de aplicaciones adicionales.

Expertos en la industria robótica dicen que alcanzar esa meta podría requerir una década, pero ven pocos impedimentos para el eventual dominio de China.

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“Si analizamos los comparativos de inversión entre China y Estados Unidos, vamos a perder”, dice Henrik Christensen, director del Instituto de Robótica Contextual de la Universidad de California, en San Francisco. “En China, las inversiones son de miles y miles de millones de dólares. No estoy viendo esa inversión en Estados Unidos. Y sin esa inversión, vamos a perder. Sin duda”, señala.

Hay una forma de abordar este problema, pero es políticamente peligroso: Estados Unidos debería invertir en robots. Mark Cuban, empresario de Internet y deportes (y némesis de Trump), exhortó recientemente al presidente a ofrecer 100,000 millones de dólares en financiamiento para robótica. Frank Tobe, publicista y editor de una revista comercial que se llama “The Robot Report”, dice que la inversión pública es imperativa.

“Más nos conviene hacer algo, o vamos a estar detrás de la pistola”, considera. “Deberíamos estar en el negocio de los robots, no solo ser usuarios de robots extranjeros”, destaca.

Si no lo hacemos, expertos en robots dicen que los planes del presidente de resurgir la manufactura podrían salir contraproducentes. Actualmente, compramos muchas cosas hechas en China por chinos. Mañana, compraremos cosas hechas en Estados Unidos, con robots chinos.

La forma en que China aprendió a sentir amor por los robots es informativa. Durante años, el principal punto de venta de China fue el trabajo barato. Pero durante el último par de décadas, su población ha envejecido y se ha vuelto más rica, y los salarios de sus trabajadores aumentaron más rápido que la tasa de crecimiento económico. A los líderes chinos les preocupó que las manufactureras quedaran afuera por precio. De la misma forma en que Estados Unidos perdió manufactura con China, los manufactureros chinos perderían puestos de trabajo con India, Vietnam y otras economías asiáticas en desarrollo.

Entonces, los chinos hicieron lo que los chinos hacen: planificaron centralmente una resucitación. Durante una sucesión de planes económicos de cinco años, el gobierno pugnó por una serie de reformas manufactureras. Una de sus ideas centrales es la automatización. Los gobiernos locales han ofrecido miles de millones en subsidios para que las compañías compren y produzcan robots. El gobierno ha estado especialmente interesado en hacer robots que puedan instalarse en las fábricas de autos de China, que han sido criticadas por mala mano de obra. Robots que hagan carros no solo ahorrarían costos laborales; el gobierno también cree que producirían mejores autos. Xi Jinping, presidente de China, apeló en 2014 por una “revolución de robots”.

Al igual que otras iniciativas centralmente planificadas, las iniciativas robóticas de China no han avanzado en ausencia de problemas. Ha habido sobreinversión y desperdicio, y muchas compañías chinas de robótica no están haciendo robots muy buenos.

“Muchos son de baja calidad, y los estándares de diseño y seguridad no son realmente buenos”, dice Dieter Ernst, miembro sénior del Centro Este – Oeste, una organización que apunta a mejorar las relaciones asiático-estadounidenses. “Supuestamente hay un poco más de 100 compañías chinas de robots. Diría que aproximadamente 50 de éstas podrían sobrevivir”, destaca.

Pero el gobierno chino y sus compañías son persistentes. Ernst espera ganancias lentas y constantes en la industria robótica china. Y de aquí a 5 o 10 años, pronostica, el negocio de robots de China estará produciendo robots industriales a la par que los de Alemania y Japón.

Emprender una resurrección robótica en Estados Unidos sería más difícil que en China, donde no ha habido gran malestar de los trabajadores por la adopción del gobierno de la automatización.

“En China no hay una conversación pública sobre los pros y los contras de la automatización”, dice Scott Kennedy, un experto en China del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. “No hablan sobre los perdedores en la sociedad por la globalización o por la automatización potencial”, destaca.

En Estados Unidos, por otro lado, al parecer de lo único que hablamos es de perder. Trump llegó al poder en parte porque cristalizó una sensación entre los votantes de que hemos perdido nuestra ventaja con China. Prometió que iba a devolver puestos a Estados Unidos. En un clima político provocador sin estómago para los matices, una inversión en robots sería vista como traición para los trabajadores manufactureros que prometió salvar.

Pero eso sería un error. Christensen señala que hasta las fábricas más automatizadas siguen empleando gente. Hasta el grado en que una inversión en robótica pudiera facilitar que las compañías construyan sus fábricas en Estados Unidos en lugar de en China, bien podría crear puestos de trabajo en Estados Unidos.

Lo que es más, Estados Unidos disfruta de muchas ventajas en robótica que China no tiene. Algunos de los expertos en robótica más reconocidos del mundo trabajan en universidades de Estados Unidos. El país tiene una cultura emprendedora que sabe cómo crear grandes compañías nuevas. Y Estados Unidos tiene una ventaja en las tecnologías de robótica más avanzadas. Por ejemplo, compañías estadounidenses son las principales proveedoras de robots quirúrgicos, y están en la vanguardia de la “robótica colaborativa”, donde los robots pueden trabajar lado a lado con humanos.

“Toda esta tecnología robótica fue inventada en Estados Unidos, pero básicamente dejamos que otras compañías nos la quitaran y la hicieran más barata, y ahora se las estamos comprando”, explica Christensen. “De cierta forma, no estamos siendo muy buenos en asegurarnos de seguir siendo competitivos en áreas que estamos encabezando”, subraya.

Y así es como puede ayudar un enorme financiamiento público, consideran los expertos en robótica. Como en China, una infusión de Trump podría hacer que algunas de las ideas más descabelladas en robótica se conviertan en una ventaja estructural para la economía de Estados Unidos.

“Lo que podemos aprender del ejemplo chino es que el gobierno juega un papel en nutrir y fomentar el desarrollo de la industria robótica”, destaca Ernst. “Podemos hacer lo mismo. Debemos hacer lo mismo”, agrega.

Farhad Manjoo
© 2017 New York Times News Service