Con horario de banqueros, observadores europeos se pierden la mayor parte del a guerra de Ucrania

AVDIIVKA, Ucrania _ Cuando las sombras vespertinas se alargan, las criaturas nocturnas empiezan a agitarse. Un gato callejero se levanta de una siesta, se estira y se echa a correr para cazar. Por encima, las golondrinas se abaten en picada y chillan en el crepúsculo cada vez más oscuro.

Pronto, los habitantes humanos de esta localidad en el este de Ucrania comienzan sus rituales nocturnos.

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Los soldados vestidos de verde se ponen sus cascos y cargan sus armas mientras los observadores europeos del cese al fuego vestidos de blanco guardan sus cuadernos, suben a sus autos y se alejan. Y luego comienzan los combates.

Esta rutina improbable entre los soldados y los supervisores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) se lleva a cabo cada noche, e ilustra el triste atolladero de la guerra en Ucrania, que ahora entra en su tercer año.

“Nunca los veo aquí de noche”, dijo Tatyana Petrova, cuyo departamento da hacia un estacionamiento que es un frecuente puesto de observación para los supervisores. “En la noche, me asomo y se han ido, y luego empieza el concierto”.

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Avdiivka, un laberinto de calles secundarias siniestramente descuidadas con vegetación que no ha sido atendida en años, es la zona álgida más preocupante a lo largo de la llamada línea de control que divide a los separatistas respaldados por Rusia y al ejército ucraniano.

Los supervisores desarmados, principalmente diplomáticos europeos destinados a la misión, tienen el poder de escuchar las violaciones del cese al fuego, escoltar a la ayuda humanitaria y negociar treguas locales. Pero patrullan solo durante el día.

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Este cumplimiento de un horario de banqueros y otros signos de debilidad en su mandato están haciendo poco por ayudar a poner fin a la única guerra activa en Europa, en una época en que la seguridad del continente ya está resintiendo el terrorismo y las tensiones en torno a la migración.

Típicamente, la OSCE reporta entre docenas y cientos de violaciones del cese al fuego diariamente. El ejército ucraniano reporta varios muertos por semana, proporcional a las víctima del ejército de Estados Unidos durante la guerra de Irak. Naciones Unidas dice que casi 10,000 personas han muerto en el este de Ucrania desde marzo de 2014.

Cuando andan en patrullaje, siempre que los comandantes militares de cualquier bando objetan su presencia, los supervisores dan la vuelta y se van, sin hacer preguntas. Durante un reciente patrullaje en el que los acompañé, una enfermera militar ucraniana ahuyentó a los supervisores.

El mandato del grupo está limitado a supervisar la paz, no a mantenerla; una distinción importante. Se supone que los equipos que se desplazan por calles llenas de baches en vehículos Toyota Land Cruisers blindados no deben convertirse en escudos humanos que separen a los combatientes, sino más bien que permanezcan lo suficientemente cerca para observar los combates.

“Volvernos el amortiguador, o el escudo, no es nuestro papel y excedería nuestro mandato”, dijo en una entrevista Alexander Hug, el diplomático suizo que encabeza a la supervisión terrestre como subjefe de la misión. La misión tiene unos 600 observadores desplegados a lo largo de la línea del frente, dijo.

Hug afirmó que los casos en que el bando pro ruso les bloquea el acceso a los observadores se habían duplicado en un periodo de reportes de una semana en julio, dejando a la misión poco recurso salvo informar de las obstrucciones.

Sin duda, los supervisores individuales enfrentan graves riesgos por el inequívocamente noble objetivo de asegurar una presencia imparcial a lo largo de la frontera, desalentando el reavivamiento de los combates y salvando vidas de civiles.

La OSCE ha abierto “bases de patrullaje de avanzada” en hoteles en pequeñas localidades más estables que esta, y deja videocámaras que funcionan en la noche. Y recientemente recibió casas móviles pagadas por Suiza, pintadas de azul y blanco, para que los supervisores pudieran pasar la noche en ubicaciones más remotas.

Pero la organización sigue pasando apuros para adaptarse al ritmo circadiano de una guerra combatida mayormente en la noche. Su ausencia después del anochecer es una característica asombrosa del conflicto ucraniano.

“Les llamamos sordos, tontos y ciegos”, dijo la enfermera militar ucraniana que ordenó a los observadores que salieran de su hospital de campo. Ofreció solo su apodo, Romashka, una práctica típica de los soldados aquí. “No saben nada. No ven nada. Son demasiado blandos”.

En una tarde reciente en Avdiivka, cuya población previa a la guerra de 35,000 habitantes ha disminuido en alrededor de la mitad, los supervisores se prepararon para partir a las 5 de la tarde, como es habitual. En general confinados a sus hoteles después del anochecer, los supervisores dicen que pasan el tiempo viendo televisión, navegando en internet o charlando con colegas. Pueden escuchar las violaciones desde dentro de los hoteles.

El sol se puso entre una hermosa capa de nubes rosadas, y luego fue oficialmente de noche. Se escuchó un disparo distante. Muy por encima, pasó zumbando un dron detector rebelde.

Para cubrir el aumento de la violencia después de que los observadores se fueran, esperé el inicio de los combates nocturnos en una trinchera en las orillas del poblado, la cual da a un pantano de carrizos que actúa como zona de amortiguamiento. Los soldados de la 58º Brigada esperaban, fumando. El zumbido metálico de una bala pasó volando por encima de nuestras cabezas.

Muy pronto, estalló el tiroteo, y las balas disparadas desde la línea pro rusa se incrustaban en las casas campestres abandonadas donde los conscriptos ucranianos duermen durante el día. Una ametralladora calibre .50 respondió. Los soldados corrieron, acuclillándose en busca de protección.

El soldado raso Denis Krylov corrió hacia la trinchera usando solo la camiseta militar a rayas en que había estado durmiendo durante el día.

“Llegó para el inicio de la disco”, dijo el sargento Ruslan Pilipenko, el comandante de esta posición, en referencia a los combates nocturnos.

“Todos están hartos de esta guerra”, dijo Krylov. “La gente quiere continuar con sus vidas”. Me dijo, lamentándose, que había dejado sin terminar su comida, un tazón de sopa de remolacha, en la casa que fue atacada.

Los disparos se intensificaron hasta alrededor de las 9 de la noche, cuando la artillería pesada que se supone que ningún bando debería desplegar abrió fuego desde algún lugar en la retaguardia ucraniana, disparando hacia las posiciones rebeldes con estallidos distantes.

Las ambulancias pasaban veloces por las calles, trasladando a los heridos. Los combates, dijeron los soldados, seguían el típico ritmo nocturno, aun cuando este pareció más intenso que lo habitual.

Esa noche, tres soldados ucranianos murieron y 16 resultaron heridos a lo largo de la línea de control.

Andrew E. Kramer
© 2016 New York Times News Service