Iraquíes secuestrados por el grupo EI consiguen por fin escapar

Cientos de civiles bajan a toda prisa por una colina agotados pero contentos de haber escapado de los yihadistas, que los usaban “como escudos humanos” tras haberlos secuestrado en la ciudad iraquí de Mosul.

“Los combatientes del EI nos amenazaron con un arma para hacernos salir de casa”, declara Hasan Mohamed, de 47 años, que huyó con su mujer y sus siete hijos.

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Al igual que él, varios habitantes de Mosul aseguran que los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) los secuestraron a medida que estos se veían obligados a replegarse en el barrio de Al Mansur por el avance de las fuerzas de seguridad iraquíes.

“Éramos escudos humanos”, dice Abdel Razak Ahmed, un funcionario de 25 años. Los habitantes lograron escapar del grupo EI aprovechando que las fuerzas de seguridad ganaban terreno en su ofensiva para reconquistar el oeste de Mosul. En enero se hicieron con el control del este de la ciudad.

Una vez en los suburbios, bajan la colina hacia los autobuses y camiones policiales que los llevarán hasta campamentos instalados en zonas desérticas cercanas.

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Son familias enteras que transportan escasos enseres en bolsas de tela o de plástico. Mujeres que se levantan el ‘niqab’ (velo musulmán que las cubre de arriba abajo, dejando sólo a la vista los ojos) impuesto por el grupo EI, hombres con barba y ancianos transportados en carretas o sillas de ruedas.

En medio de la muchedumbre, un joven con una venda sucia en la frente se desmaya. “Un obús lo hirió”, grita su madre. “Denle pan”, suplica a un oficial. “Hemos vivido días terribles”.

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60 latigazos

Colocan al herido en un minibús. Un joven que tira de una oveja negra con una cuerda también espera su turno. “¿Dónde vamos a meterla a ésta?”, bromea un policía antes de hacerlos subir. Le precede una niña con la cara sucia y una muñeca en la mano.

Los combates en el oeste de Mosul han causado más de 50.000 desplazados, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Rayan Mohamed, de 18 años, se siente aliviado de haber escapado del grupo EI. “Huyeron como cobardes”, declara. El joven afirma haber recibido 60 latigazos por no asistir a la oración.

Además le metieron una semana en la cárcel. “Si te paraban con un teléfono móvil, con música…”, se lamenta, sin acabar la frase. “Dejaba el teléfono en casa, tenía miedo de sacarlo”.

“No nos quedaba nada que comer ni beber”, declara Mohamed, un estudiante de 22 años. Él soñaba con ser profesor, pero tuvo que dejar la universidad cuando los yihadistas del EI entraron en la ciudad, en 2014. Trabajó vendiendo hortalizas en una carreta. Ahora quiere retomar sus estudios.

Ahmed pasó cuatro meses retenido en una escuela de Al Mansur, tras ser secuestrado por combatientes del EI junto a su mujer y sus nueve hijos.

“Llegó un hombre armado”, recuerda. “La vida era difícil, pasábamos hambre, sólo comíamos pan y ‘tahiné’ (pasta de sésamo)”, añade. A su lado, su hija mayor y su mujer, que lleva en brazos a un bebé de año y medio, se quitan el velo que les tapa la cara y sonríen.