Jugando por ‘nosotros mismos’, estrellas del cricket afganas regresan a casa como héroes

KABUL, Afganistán ⎯ Algunos de los niños caminaron durante dos horas. Otros pagaron unos 30 centavos de dólar para ir en autobús. Algunos salieron de casa con sus uniformes azules desteñidos y sus mochilas, pero faltaron a la escuela para no correr el riesgo de perderse algo.

Ahora están aquí, en el Campo de Cricket Internacional de Kabul, entre una multitud de unos 300 asistentes que están viendo la final de una liga local, con un premio en juego de 15,000 dólares.

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La mayoría de las personas de más edad en la multitud están sentadas en las gradas, a la sombra de marquesinas. Pero no estos niños. Ellos están apoyados en el barandal azul, con los ojos apenas por encima de las puntas tipo lanzas, y solo por debajo del alambre de navajas colocado supuestamente para evitar que alguien entre al campo.

No son solo fanáticos del cricket; son fanáticos, imitadores de comentaristas, enciclopedias de datos a menudo imaginados sobre sus jugadores favoritos. Y simplemente niños curiosos y demandantes. Durante horas, permanecen atentos a cada jugada, regresando casi de inmediato al barandal cada vez que son ahuyentados hacia las gradas por un guardia que porta una Taser.

Muchos de los jugadores enfrente de ellos son estrellas: celebridades catapultados por el juego desde aldeas y polvorientos campamentos de refugiados al más elevado escenario nacional, e incluso internacional. Así que cuando los fanáticos lo demandan, ellos los complacen. Este es el amor por el que juegan.

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“Oye, Shafaq, firma esto ¿sí?”, grita un niño, extendiendo su gorra a través del barandal a Shafiqullah Shafaq, miembro el equipo nacional del país que está jugando de jardinero ahora para un equipo local. Shafaq pasa por encima de la cuerda que marca el límite y firma gorra tras gorra sobre su rodilla levantada.

Cuando el partido se reanuda, suelta la pluma y corre tras la pelota.

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“Shafaq, ¿te tomarías una foto?”, pide otro joven fanático.

“Después de esta pelota”, dice Shafaq. Le entregan teléfono tras teléfono mientras extiende su brazo, sonríe y se toma autorretratos con los niños detrás del barandal, y luego regresa los teléfonos.

“Jugar en nuestra propia nación, para nuestra propia gente, me hace feliz”, dijo Shafaq después del partido, el cual su equipo perdió por un pequeño margen.

El cricket ha tenido un notable auge en Afganistán, después de que nació su primer equipo, hace más de una década, con jugadores que regresaban a casa desde los polvorientos parques de un campamento de refugiados en Pakistán. Ahora, el equipo de Afganistán se clasifica consistentemente entre los 10 principales del mundo.

“Una travesía muy larga, en muy corto tiempo”, dijo Shukrullah Atif Mashal, presidente del Consejo de Cricket de Afganistán. “Pienso que es un gran ejemplo, para todas las instituciones en Afganistán”.

En el documental, “Desde las cenizas”, que capta bellamente el ascenso del equipo de cricket afgano, un jugador recita un par de frases que describen la filosofía del equipo, y el escape que este juego improbable continúa significando para una nación cansada y traumatizada:

Arremánguense y bailen

La felicidad de los pobres solo se da de vez en cuando.

Después de cada victoria, cada ascenso en la calificaciones, el equipo es, de hecho, recibido en casa con canciones y danzas. Los fanáticos y funcionarios esperan en el estadio con flores y música. Los jugadores son paseados por Kabul en la parte posterior de camionetas, con el trofeo en mano y destellantes sonrisas.

Los rostros de los jugadores están en anuncios espectaculares y comerciales. Los canales de televisión transmiten sus partidos en vivo; las estaciones de radio compiten por los comentarios. En la pequeña provincia de Khost, cuatro canales de televisión locales y ocho de los 10 canales radiales locales transmiten los partidos en vivo, en ocasiones incluso los partidos provinciales.

Hay una gran cantidad de dinero en juego. El Consejo Internacional de Cricket, el organismo que rige al deporte, da a Afganistán unos 1.4 millones de dólares al año, alrededor de 33 por ciento del presupuesto general de la disciplina deportiva, dijo Mashal. El resto proviene de patrocinadores privados, y su número aumenta con la popularidad del juego.

Como casi todo lo demás en Afganistán, el deporte no está privado de acusaciones de sesgos étnico y connivencia con ciertos grupos políticos. Pero Mashal, el presidente, dice que está empeñado en un desarrollo igualitario del juego en todo el país.

En estos días, un destacado jugador del equipo nacional pudiera ganar hasta 10,000 dólares mensuales, con todo incluido, desde salario hasta comisiones por partido, según Mashal. Esa es una suma enorme en un país donde el salario mensual de un agente policiaco es de unos 200 dólares. Luego están las ligas privadas con ingresos por bonificaciones.

A un jugador como Shafaq, por ejemplo, le pagan unos 1,000 dólares por jugar una semana en un torneo privado como este. Otras ligas ofrecen hasta 500 dólares por partido.

Algunos jugadores afganos destacados también juegan en las ligas internacionales más grandes del deporte, en Pakistán, Bangladesh y el Caribe. En estos días se habla de dos jugadores que recibieron contratos en la lucrativa Liga Premier India, el escenario privado más elevado para el deporte. La estrella adolescente afgana Rashid Khan recibió un asombroso contrato por 600,000 dólares, y un veterano, Mohammed Nabi, recibió 46,000 dólares; todo por jugar unas seis semanas.

En las noches, los partidos televisados de la Liga Premier India son un gran espectáculo en la ciudad.

En esta pequeña tienda de comida rápida y dulces en el barrio de Macroyan de Kabul, Sediqullah Khan está pegado a su televisor Samsung. Habitualmente cierra el negocio a las 9 de la noche, pero en una reciente noche de miércoles estaba esperando el final del partido.

“No sabía qué era la Liga Premier India antes de esto, pero ahora la veo porque están jugando Nabi y Rashid; no me he perdido un solo partido”, dijo Khan. “Tengo un televisor en casa también, pero no es tan grande y no puedo verlo con esta buena calidad”.

En el campo de cricket, con los picos de las montañas cubiertos de nieve de fondo en la distancia, los niños curiosos detrás del barandal se ocupan de todo tipo de temas, incluido el partido de la Liga Premier India de la noche anterior en el cual estaba jugando Khan, la joven estrella afgana.

“¿Quién ganó anoche?”, pregunta Bismillah, de 13 años de edad. Se quedó dormido después de que el partido fue interrumpido por lluvia.

Antes de que siquiera escuchara la respuesta, ve a Mohammed Ibrahim, uno de los jugadores en el campo frente a él, bebiendo de una botella de agua durante un descanso.

Bismillah le pregunta a un amigo a su lado el nombre del jugador, y luego le grita: “Oye, Ibrahim, ¿me puedes dar algo de esa agua?”

Ibrahim, alto y atlético, salta sobre la cuerda para entregarle la botella a través del barandal.

“Lánzala aquí de vuelta después de que bebas, es la única botella que tengo”, dice Ibrahim.

La botella pasa de mano en mano. Los niños beben de ella uno tras otro. No regresa a Ibrahim en el campo.

Con sus labios resecos por el sol ahora húmedos, Bismillah hincha el pecho y empieza un comentario del partido que se desarrolla frente a él como si estuviera en la radio: “¡Qué tiro tan glorioso! ¡La pelota corre hacia el límite!”

“Deberían darme una lista de los nombres de los jugadores y un altavoz”, dice Bismillah, satisfecho con su propia actuación. “Pero no lo harán”.

Durante el descanso entre entradas, el famoso jugador del equipo nacional Mohammed Shahzad sale de la sala VIP en jeans y con sandalias. Recientemente fue suspendido del partido por un breve periodo por el consejo internacional por usar una sustancia prohibida.

Los niños han decidido que irá a la cárcel.

“Simplemente no es una cárcel común”, dijo Bismillah. “Es una habitación agradable y también tiene un televisor”.

Mujib Mashal
© 2017 New York Times News Service