Kenianos asiáticos buscan ser declarados su propia tribu

NAIROBI, Kenia ⎯ El censo nacional de Kenia acostumbraba clasificarlos como “Otros”.

Ahora, los kenianos de ascendencia india y paquistaní, muchos de cuyos ancestros ayudaron a construir la nación y a combatir al colonialismo pero que a menudo han sido excluidos de la vida keniana convencional, están demandando el reconocimiento oficial por primera vez.

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Los “Otros” quieren convertirse en el grupo étnico número 44 de Kenia.

Eso, al menos, es la ambición de personas como Shakeel Shabbir, el primer parlamentario de ascendencia asiática de Kenia, quien apoya al naciente movimiento para lograr que los kenianos asiáticos sean clasificados oficialmente como un grupo étnico. Los asiáticos, un término que en Kenia se refiere a los originarios del subcontinente indio, han disfrutado desde hace tiempo del éxito económico, pero muchos se sienten excluidos de la vida política y social del país, dijo Shabbir.

A diferencia de los Kikuyu o los Kamba, los Massai o los Samburu, los kenianos asiáticos no pertenecen a una “tribu”, como el censo se refiere oficialmente a los distintos grupos étnicos. En la política, también, los asiáticos carecen de representación. Solo hay cuatro legisladores kenianos asiáticos en el Parlamento nacional, y Kenia nunca ha tenido un ministro de gobierno asiático.

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“Hemos estado aquí 100 años”, dijo Shabbir, cuyo bisabuelo vino de Punjab en India en 1917 para trabajar en un ferrocarril británico, llamado la “Línea lunática” porque su construcción costó la vida de miles de trabajadores, afectados por la malaria e incluso atacados por leones. Su abuelo combatió contra los colonialistas británicos y fue encarcelado por sedición contra la reina.

“Es nuestro derecho pedir esto”, afirmó. “Necesitamos un hogar”.

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Kenia, un país de 45 millones de habitantes, es una constelación de 43 afiliaciones étnicas. Representan, en el mejor de los casos, la diversidad y, en el peor, la fragmentación de la población en una forma atrincherada de política de identidad; 43 piezas de ajedrez que los políticos mueven sobre el tablero en época de elecciones.

En sí mismo, ser reconocidos como tribu normalmente no significa ventajas específicas excepto en el caso del pueblo Makonde que carece de Estado, cuyo reconocimiento como la Tribu No. 43 rápidamente les dio el beneficio de la ciudadanía keniana.

Para los kenianos asiáticos, no hay nada concreto que ganar por ser la No. 44, admitió Shabbir, el político. Ya tienen la ciudadanía y tienen dinero, propiedades y negocios a tal grado que a menudo provocan el resentimiento de los kenianos que son menos ricos. Los asiáticos incluso se las arreglaron para convencer a la oficina de estadísticas de Kenia de finalmente clasificarlos adecuadamente, en 2009, un paso hacia el reconocimiento oficial.

Lo que falta, dijo Shabbir, es algo más difícil de comprender: “que compartimos el sueño y el trabajo duro del pueblo keniano”.

Sudhir Vidyarthi, un magnate editorial cuyos ancestros imprimían periódicos que se oponían al régimen británico, dijo que los kenianos asiáticos, quienes tendían a mantenerse juntos, habían estado tan aislados de la sociedad keniana que su única prueba de existencia era “un terreno de 4,000 metros cuadrados en el que viven con un letrero en la puerta que dice: ‘Cuidado con el perro’”. Se refería a una sensación de inseguridad nacida del hecho de que los asiáticos, conocidos por su riqueza, frecuentemente son el blanco de los ladrones.

Ser considerados una tribu es “sentirse parte del sistema”, dijo Shabbir, aun cuando ese sistema étnicamente delineado ⎯ en su peor combinación tóxica de política, dinero y fragmentación ⎯ sea, a largo plazo, nocivo para un sentimiento de unidad nacional.

Los intereses étnicos están tan atrincherados en Kenia que a algunos les preocupa que el país nunca forje una sensación de identidad nacional que iguale a la de la vecina Tanzania, cuyo padre fundador, Julius Nyerere, hizo un gran esfuerzo por conjuntar a 120 grupos étnicos en una sociedad cohesiva.

La divisiones étnicas de Kenia están arraigadas en la política de división y régimen de la Gran Bretaña colonial.

Miembros de los Kikuyu y los Luo, los grupos étnicos más grandes, trabajaron como administradores y servidores público para los británicos. Hoy, conforman una gran parte de la élite del país: el presidente Uhuru Kenyatta es Kikuyu; su oponente en la elección presidencial, Raila Odinga, es Luo.

En teoría, la Constitución de Kenia requiere que el gobierno incorpore a empleados de diferentes antecedentes étnicos, incluso en el Gabinete. Pero la regla rara vez se cumple.

Cosechar los beneficios de la afiliación étnica depende de si la tribu de la persona está en el poder. La proximidad puede hacerle conseguir acuerdos de negocios, empleos o puestos escolares en el extranjero para sus hijos. Los empleados gubernamentales temen ser desplazados bajo un gobierno de un grupo étnico diferente.

Los políticos “hipnotizan a su propia tribu y calculan a quienes más captar para que les ayuden a propulsarse al poder”, dijo Ekuru Aukot, abogado y presidente de la Alianza de la Tercera Vía, un partido naciente que pretende desmantelar lo que describe como una “etnicidad negativa”.

“Cuando la afiliación tribal se juega a nivel político, da la falsa esperanza a la gente de que están, o estarán, mejor”, añadió Aukot, “aun cuando la tribu misma ni siquiera se beneficie”.

Peter Nderu, un Kikuyu, dijo que planeaba votar por Kenyatta en la próxima elección. ¿Él ganaría algo con su reelección? “No”, dijo, encogiéndose de hombros. “Pero es un buen hombre”.

Así como los indios en el subcontinente a veces describen a sus conciudadanos de acuerdo a su casta o lugar de origen, muchos kenianos atribuyen estereotipos informales a los pertenecientes a otros grupos étnicos.

Dependiendo de cómo se les vea, indica la caricatura, los Kikuyu son empresarios inteligentes o taimados. Los Luo son considerados intelectuales, pero también “les gusta pelear”, según Isaac Motuku, quien estaba sentado en el tráfico en Nairobi. Él, dijo orgullosamente, es de los Kamba, un grupo étnico, quienes son considerados “muy trabajadores”.

Los Luhya tienen al menos dos papeles. “Se nos conoce por ser cocineros y vigilantes”, dijo Samson Ogina, un periodista, “pero principalmente vigilantes”.

Los kenianos asiáticos se consideran muy trabajadores y emprendedores. Algunos kenianos dicen que son ricos y poco amigables.

Sin embargo, pese a las quejas sobre sentirse privados de derechos, los asiáticos también han tenido discretamente un papel en la política keniana.

“Los asiáticos respaldan mucho a los partidos gobernantes, pero no están en la mesa”, dijo Vidyarthi. “Al final, el hombre que sostiene el látigo es dueño del toro”, dijo, citando un proverbio indio, no keniano, insinuando que los indios ejercían una forma de influencia más sutil.

Quienes se oponen a la idea de que los kenianos asiáticos se conviertan en grupo étnico dicen que pueden ejercer influencia en la sociedad sin dejarse enredar en la política de la identidad. Insistir en los intereses de los grupos étnicos, dicen, obstaculiza la formación de la nación.

En el Diamond Plaza, un centro comercial en Nairobi donde muchos kenianos asiáticos hacen sus compras, sobreviven vestigios de la propia forma de tribalismo de India, como el malayalí de voz suave del sur de Kerala que cautelosamente observa a los punyabís astutos para los negocios que, a su vez, escudriñan a sus competidores originarios de Gujarat.

Rasna Warah, una escritora, dijo que ser asiático keniano significaba tener tres identidades: haber nacido en África, de ascendencia india y con un legado colonial británico.

“Los asiáticos no deberían jugar el mismo juego tribal”, dijo Warah. “Eres keniano o no lo eres. ¿Dónde está mi patria? Esto es todo lo que tengo”.

Kimiko de Freytas-Tamura
© 2017 New York Times News Service