Kurdos encuentran refugio, más no hogar, en insular Japón

Makiko Inoue contribuyó con información desde Kawaguchi y Tokio.

© 2016 New York Times News Service

- Publicidad-

KAWAGUCHI, Japón – Mahircan Yucel se mudó a Japón hace una docena de años, en la adolescencia, huyendo de violencia sectaria en Turquía. Aprendió japonés, casó, tuvo dos hijos y llegó a amar su patria por adopción. Sin embargo, Japón se ha negado a aceptarlo y podría obligarlo a marcharse.

“La verdad es que he vivido en Japón durante largo tiempo ya”, dijo en una noche reciente en una pequeña sala que también hace las veces de la habitación de su hijo infante. “Todo lo que quiero hacer es trabajar y llevar una vida decente”.

Yucel, de 27 años de edad, es una de aproximadamente 1,300 personas de origen kurdo que se han establecido en Kawaguchi, ciudad industrial al norte de Tokio, y en la vecina ciudad de Warabi. Viven en un limbo perpetuo, buscando protección como refugiados en un país que está entre los más reacios en el mundo a darla.

- Publicidad -

Si bien el gobierno ha emitido permisos temporales que permiten a muchos permanecer durante años, ningún turco kurdo ha recibido alguna vez el estatus de refugiado en Japón, lo cual les permitiría establecerse aquí de manera permanente. Su dura situación ofrece una clara ilustración del enfoque de esta insular nación hacia los refugiados, a medida que enfrenta presión para dar cabida a más en medio de la peor crisis de migración del mundo desde la II Guerra Mundial.

Japón valora la homogeneidad étnica y se ha protegido larga y ferozmente de forasteros. Con base en un informe de Naciones Unidas, los migrantes representan menos de 2 por ciento de la población total, comparado con 14 por ciento en Estados Unidos. Debido a la población menguante y cada vez de edad mayor en Japón, muchos han propuesto que se permita mayor inmigración para darle un buen impulso a su estancada economía. Sin embargo, el gobierno y la población general se han resistido.

- Publicidad -

Al mismo tiempo, números cada vez mayores han buscado asilo en Japón, y casi todos ellos han sido rechazados o les han dicho que esperen. Más de 7,500 personas presentaron solicitudes para el estatus de refugiado en 2015, aumento de 52 por ciento respecto del año anterior. El gobierno solo otorgó asilo a 27 de ellos.

En una aparición de la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre pasado, el Primer Ministro Shinzo dijo que el país necesitaba concentrarse en su economía antes de considerar si acepta o no más refugiados o inmigrantes.

Casi 14,000 personas en Japón están en alguna etapa de un proceso de asilo que suele durar más de tres años y que algunos detractores dicen que está diseñado para disuadir a nuevos migrantes de presentar solicitudes. Buscadores de asilo pudieran trabajar mientras esperan una respuesta, pero a quienes se les niega el estatus de refugiado pueden recibir permisos temporales que les prohíben trabajar mientras no se les da estipendio alguno para vivir.

Yasuhiro Hishida, asistente del director de la Oficina Japonesa de Reconocimiento de Estatus de Refugiados, dijo que oficiales sospechan de abusos generalizados en el proceso de refugiados. La mayoría de los aspirantes viene de países que no son considerados actualmente zonas de conflicto, incluyendo Nepal, Vietnam y Sri Lanka, dijo, sugiriendo que son migrantes económicos en vez de refugiados que huyen de persecución.

Defensores de inmigrantes dicen que el gobierno exagera el número de alegatos sin bases de refugiados. “En realidad, hay muchísima gente que está esperando y enfrenta una vida de peligro”, dijo Shiho Tanaka, portavoz de la Asociación Japonesa para Refugiados.

Con la población japonesa declinando, agregó, “hay empresas que quieren contratarlos y necesitan jornaleros, fuertes”.

Yucel dijo que él y su familia habían huido de Turquía porque temían que el gobierno los catalogara de terroristas y los encarcelara. Ahora, al ver sucesos en Turquía desde lejos, incluyendo una guerra entre el gobierno y milicianos kurdos en el sureste y el reciente y fallido golpe militar, Yucel dice que él nunca podría volver.

“Si ve mi país, hay mucha intimidación y gente siendo asesinada”, dijo, agitándose visiblemente. “Ya ni siquiera puedo hablar”.

Yucel casó con una mujer japonesa-brasileña que tiene residencia permanente, pero eso no le permite trabajar en Japón legalmente. Las autoridades detuvieron a uno de sus hermanos mayores esta primavera después de haber excedido un permiso temporal, y Yucef teme que él pudiera ser el siguiente.

Los kurdos empezaron a llegar por primera vez de Turquía y en busca de asilo a Japón a comienzos de los años 90, mientras el gobierno turco combatía a una insurgencia de milicianos kurdos. Japón era una destino fácil ya que los nacionales turcos no necesitan visa para viajar aquí. A medida que siguieron familiares y amigos, se establecieron alrededor de Kawaguchi y Warabi. Residentes locales llamaron a la comunidad “Warabistán”.

Con el tiempo, algunos contrajeron matrimonio con ciudadanos japoneses, lo cual les confirió derechos de visa a largo plazo, y algunos abrieron sus propios negocios. Hay unos pocos restaurantes pertenecientes a kurdos en Kawaguchi, y muchos de los inmigrantes trabajan en empresas de construcción y demolición pertenecientes a kurdos.

Sin embargo, la mayoría de los kurdos aquí, como Yucel, están atascados en permisos temporales que necesitan renovarse cada seis meses. Quienes no tienen permiso para trabajar van consiguiendo empleos fuera de los libros, lo cual los pone en riesgo de ser detenidos durante meses o deportados.

“Quiero que el gobierno japonés entienda que verdaderos refugiados están en problemas”, dijo Eyyup Kurt, de 29 años, periodista kurdo que solicitó asilo hace un año y medio. Dijo que había sido arrestado cinco veces en Turquía y que lo había baleado un integrante de Estado Islámico, mientras investigaba un sitio de entrenamiento.

La población japonesa alberga sentimientos encontrados con respecto a los refugiados. Algunos dicen que el país tiene la responsabilidad moral de darles la bienvenida a quienes huyen del peligro en sus países natales en tanto otros temen que los recién llegados pudieran traer un aumento de la delincuencia o quitarles empleos a trabajadores japoneses.

“Ves lo que está ocurriendo en Europa: terrorismo, crímenes, muchísima agitación social”, dijo Emi Aoi, una fundadora de Yaezakura no Kai, grupo que se opone a recibir más refugiados o inmigrantes. (Emi Aoi es el nombre que ella usa profesionalmente, diferente a su nombre de nacimiento, dijo, porque las opiniones del grupo no eran “bien aceptadas”.)

Los kurdos han trabajado arduamente por integrarse. Muchos toman lecciones del idioma japonés en la asociación cultural, que también maneja patrullas vecinales para asegurarse que los kurdos no estén molestando a sus vecinos japoneses. Este año, después de que un terremoto sacudiera Kumamoto en la isla sur de Kyushu, un grupo viajó al sur para ayudar a despejar los escombros.

Algunos japoneses siguen recelosos. Funcionarios de la ciudad en Kawaguchi dicen que reciben quejas sobre reuniones ya entrada la noche y basura en barrios kurdos. Jóvenes hombres kurdos suelen congregarse afuera de alguna tienda de autoservicio cerca de la estación del tren en Warabi, y comerciantes dicen que asustan a algunos clientes.

“A veces veo que se meten en peleas, y la policía tiene que venir”, dijo Hiroe Hokiyama, de 21 años, estudiante universitario. “Da un poco de miedo”.

Otros se muestran más accesibles. Shori Nishizawa, de 57 años, el propietario de una tienda de electrodomésticos a pocas cuadras de Happy Kebab, restaurante perteneciente a kurdos en la localidad, dijo que veía con frecuencia a jóvenes madres kurdas caminando con sus hijos en la calle frente a su tienda.

“Japón es un país sumamente pacífico”, dijo Nishizawa. “No deberíamos pensar en países, sino en el mundo. Todos somos ciudadanos del mundo, ¿cierto?”

Motoko Rich
© The New York Times 2016