La cooperativa de prostitutas que busca combatir la explotación

ÁMSTERDAM — En muchas ventanas de esta ciudad no hay cortinas. Prácticamente cualquiera puede echarle un vistazo a la sala de alguien desde la calle. Se vende marihuana y hachís de forma completamente legal en cafés autorizados.

En la zona roja de la ciudad se puede ver a las prostitutas detrás de grandes vitrinas, con su lencería blanca que brilla bajo las luces. En los Países Bajos, la prostitución fue legalizada en el 2000.

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Sin embargo, a pesar de toda esa libertad de expresión, la ciudad ha tenido que combatir la trata de blancas y otros tipos de explotación dentro de la industria de la prostitución; durante la última década, el gobierno local se ha dedicado a limpiar los sectores criminales del barrio rojo.

Este año, con la ayuda de un alcalde de ideas progresistas, un grupo de prostitutas retiradas y algunas activas se ha embarcado en un nuevo proyecto: establecer su propio burdel llamado My Red Light el cual, aseguran, es un experimento que busca empoderar a las trabajadoras sexuales.

My Red Light busca convertirse en la primera cooperativa oficial de prostitutas en los Países Bajos, un espacio donde puedan opinar sobre los horarios de trabajo, el diseño de las habitaciones e, incluso, capacitarse en temas administrativos.

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“Una de las cosas que hemos cambiado en los últimos años es que, en lugar de hablar sobre lo que es bueno para las prostitutas, se lo hemos preguntado a ellas”, explicó Jasper Karman, portavoz del alcalde de Ámsterdam, Eberhard van der Laan.

No a todos les gusta esta idea; en el grupo hay quienes desconfían de la participación del gobierno de la ciudad. Sin embargo, My Red Light ha llamado la atención de distintos sectores, por ejemplo, de premiados diseñadores de mobiliario e interiores de los Países Bajos que han colaborado para amoblar las habitaciones.

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Sentado en una colchoneta de vinilo color azul sobre una plataforma, con una bañera color rojo encendido en una esquina y un banco rojo de piel de Richard Hutten cerca de la ventana, Lyle Muns, un trabajador sexual que se encuentra en el consejo de administración del burdel explicó recientemente que este proyecto, inaugurado en mayo, sigue en proceso.

“En verdad me apasiona la idea y creo que puede funcionar, pero también es un experimento, ¿no?”, señaló. “No habremos logrado nuestro objetivo hasta que My Red Light sea totalmente administrado por trabajadores sexuales y genere ganancias”.

La primera vez que se habló de esta idea fue en 2007, cuando la ciudad intentaba combatir el crimen en el barrio mediante el Proyecto 1012, cuyo nombre se refiere al código postal de la zona central del barrio rojo.

Finalmente, las autoridades cerraron cerca de 125 vitrinas donde las prostitutas se exhibían, lo que hizo que muchas de las personas que trabajan en el sector pensaran que las están apartando para que el gobierno pueda gentrificar el área histórica que alberga algunos de los inmuebles más valiosos de Ámsterdam.

Las protestas lograron que se implementaran reuniones regulares entre el gobierno y los activistas, así como un estudio de viabilidad que generó la idea de My Red Light. El municipio colaboró para que un fondo de inversión social comprara cuatro edificios que actualmente le renta al burdel.

Tan pronto como el fondo adquirió los edificios a fines del año pasado, se cortaron todos los lazos con el gobierno. En la actualidad, My Red Light opera de forma oficial como una fundación. “Esperamos que, en uno o dos años, seamos completamente dirigidos por trabajadores sexuales activos o retirados”, manifestó Justine Le Clercq, portavoz del proyecto.

Cuando el burdel empiece a generar ganancias, explicó, planean invertir ese dinero en talleres y otros programas como capacitación en temas de negocios y clases de idiomas.

El grupo también piensa invertir en algo similar a un seguro de compensación para que quienes se enfermen o lastimen puedan recibir algún apoyo financiero.

Tres meses después de su debut, My Red Light todavía intenta ganarse la confianza del resto de los burdeles y construir una comunidad de trabajadoras sexuales.

Cerca del 75 por ciento del total de las prostitutas vienen de Europa del Este o de Europa Central —fuera de la Unión Europea— y el 25 por ciento restante proviene de Países Bajos y Centro o Suramérica, según los informes de la alcaldía. Esto hace más difícil la cooperación.

Helen Driessen, quien ha trabajado en Ámsterdam como asesora y abogada de trabajadores sexuales durante las últimas dos décadas, comentó: “En muchas ocasiones son asuntos entre las mismas prostitutas pues tienen distintas nacionalidades y no hablan el mismo idioma, falta desarrollar confianza en My Red Light a menos que su mentalidad sea: ‘Solo quiero irme a casa a las seis, volver a Ecuador en unos meses y no involucrarme en este tipo de proyectos’”.

El proyecto ha sido criticado por miembros de la única red oficial de prostitutas de la ciudad, Proud, la cual ofrece de todo, desde clases de idiomas hasta asesorías con abogados. Algunos miembros incluso amenazaron con demandar al nuevo burdel después de que no lograron obtener unos puestos directivos que, según afirmaron, les habían prometido. My Red Light respondió que esas mujeres tenían ciertos antecedentes y, si las contrataban, el burdel podría perder su licencia.

“Solo es otro burdel”, opinó Yvette Luhrs, portavoz de Proud. “Realmente no le pertenece a las trabajadoras sexuales ni son ellas quienes lo manejan”. Además, el espectáculo mediático al respecto se ha convertido en una burla para los demás burdeles”.

Explicó que lo que las prostitutas quieren es que se les permita dirigir el negocio fuera de sus casas, sin que la policía las moleste. El gobierno de la ciudad afirma que, para controlar la trata de blancas y proteger el bienestar de las prostitutas independientes, la policía debe realizar inspecciones regulares.

“Pierdes control de todo lo que está pasando si permites que las trabajadoras sexuales laboren fuera de casa, sin ninguna regulación, así como así”, declaró Jolanda de Boer, fiscal general, quien ha estado colaborando en casos de tráfico de personas en Ámsterdam durante los últimos diez años.

Señaló que cree que el municipio quiere ayudar a proteger y brindarle apoyo a las prostitutas, pero después de 10 años de atender tantos casos de abusos, se siente un poco escéptica sobre la regularización de esta actividad.

“Dejen de decir que es la profesión más vieja del mundo”, pidió. “Las mujeres y la población vulnerable siempre han sido explotadas, y deberíamos aceptar este hecho”.

Le Clercq, portavoz de My Red Light, señaló: “Por supuesto que hay conexiones entre el tráfico de personas y la prostitución, sin embargo, también hay relación de la industria de las flores con el crimen y de la industria de la construcción con el crimen. Hay personas que de verdad quieren dedicarse a esto, así que déjenlas trabajar”.

Gisela Williams
© 2017 New York Times News Service