De la obsesión del ajedrecista

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El ajedrez es un juego apasionante. Millones de jugadores, de todos los niveles, de todas las fuerzas, juegan en torneos abiertos, ven los problemas que se publican en revistas y libros, analizan las partidas de los grandes jugadores, están en el ambiente ajedrecístico tanto como la vida se los permite y disfrutan incluso analizando en la soledad de la noche, un problema artístico.

¿Pero qué tan obsesivo es el ajedrecista? Todo dependerá de qué tan fuerte le haya sido inoculado el virus del ajedrez. Esto viene de una narración de Mijaíl Tal, que menciona en su estupenda autrobiografía, en donde dice que cuando se tiene contacto con el ajedrez es como cuando de pronto nos cae el virus de la gripe. En el caso del juego ciencia, jugamos unas partidas y en el transcurso a casa ya el virus está en acción, como el de la gripe. Nosotros estamos contentos, pero ya vamos “enfermos”, por decirlo de alguna manera.

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Los ajedrecistas más obsesivos son, desde luego, aquellos que dedican muchísimo tiempo al tablero y estos son -en general- los grandes jugadores del mundo. Por ejemplo, Fischer estudiaba aún después de haberse convertido en Campeón Mundial, todas las noches. Cuando vivió en Taxco, México, por unos seis u ocho meses, el excampeón se retiraba a su habitación a las nueve de la noche y salía de ella a las tres de la tarde. Estudiaba toda la noche, hasta las cinco o seis de la mañana y entonces dormía. Y que conste, ya Bobby Fischer estaba retirado de los tableros.

Por ejemplo, Boris Gelfand -de acuerdo con las palabras de Karjakin, el gran maestro más joven de la historia- habla de cómo es la vida del ajedrecista ruso, con nacionalidad israelí ahora: “Para desayunar se toma unos ejercicios de táctica, después da un paseo para solucionar problemas de ajedrez a la ciega, en la cabeza. Para almorzar se toma un pincho de partidas de sus próximos oponentes y para cenar se toma el menú completo de análisis y estudios duros de sus propias partidas”.

Pero quizás debamos hablar de los exponentes más notables del ajedrez: los campeones del mundo. Garry Kasparov, por ejemplo, estudiaba incansablemente ajedrez. Boris Spassky, en contraste, decía que era flojo para agarrar los libros, pero es claro que eso es una broma. Nadie a ese nivel de ajedrez es flojo. Tal vez frente a las horas que le dedicaba al ajedrez, Spassky era flojo con respecto a Kasparov, pero evidentemente cada ajedrecista de esos tamaños dedica mucho, prácticamente todo el tiempo al ajedrez.

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La viuda de Geller dice que su esposo, por ejemplo, murmuraba jugadas de ajedrez mientras estaba durmiendo. El propio Karjakin hace esta revelación: A la pregunta expresa: ¿Cuánto ha durado el período más largo en el que Ud. no ha pensado en el ajedrez? La respuesta asombra: Tres días. Fue en enero, después del torneo en Wijk aan Zee. Después he participado en una sesión de entrenamiento que ha terminado hoy.

Así pues, que sean estas meras muestras de lo que hacen los ajedrecistas obsesivos. El ajedrez, lo decía Víctor Korchnoi, es la vida y no parece ser nada más una frase ingeniosa. De hecho, Korchnoi consagró su existencia al tablero de ajedrez y dejó de jugar pocos meses antes de morir, cuando ya las enfermedades lo agobiaban.