Si la temperatura aumenta , estamos fritos

© 2016 New York Times News Service

Una de las cien ideas más locas de Donald Trump es que el cambio climático es un engaño inventado por China para dañar a Estados Unidos.

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“El concepto del calentamiento global fue creado por los chinos a fin de hacer que las manufacturas estadounidenses no sean competitivas”, pontificó Trump en Twitter.

Pero posteriormente dijo que era una broma lo que había dicho de China, cosa que no convenció a nadie, aunque hizo énfasis en que no creía en el cambio climático y que acabaría con las campañas serias para impedirlo.

Esa obstinación se enfrenta a una nueva ola de investigaciones que demuestran que el cambio climático no solo es real, sino que es mucho más dañino de lo que habíamos imaginado.

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Hasta ahora, la atención había estado en la elevación del nivel del mar, en la intensificación de los huracanes, la acidificación de los océanos, las sequías y la pérdida de cosechas. Pero estudios recientes están encontrando que algunos de los efectos más importantes serán directamente en el cuerpo y la mente de las personas.

Un interesante documento de trabajo de Jisung Park, estudiante de doctorado en economía en Harvard, compara el desempeño de 4.6 millones de estudiantes de Nueva York en su examen con la temperatura del día. Encontró que los estudiantes que presentaron el examen Regents del estado de Nueva York a una temperatura de 32 ºC tenían 12 por ciento más posibilidades de reprobar que cuando la temperatura era de 22 ºC.

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El examen Regents determina si el estudiante se gradúa y va a la universidad. Park descubrió que cuando el estudiante tenía la mala suerte de que el examen cayera en días muy calurosos tenía menos posibilidades de graduarse a tiempo.

Del mismo modo, Park señala que cuando el año lectivo tiene un número inusual de días calurosos, a los estudiantes les va peor al final del año en el examen Regents, supuestamente porque aprendieron menos. Un año lectivo con cinco días adicionales de temperaturas a más de 26 ºC hace que los estudiantes se desempeñen significativamente peor en el examen Regents.

En el estudio de Parks, los estudiantes de Nueva York se desempeñaron mal en días calurosos, aun cuando la mayoría de las escuelas de la ciudad cuentan con aire acondicionado (quizá en parte porque los aparatos de aire acondicionado rara vez funcionan). Imaginemos las consecuencias en países de clima más cálido y con menos aire acondicionado. Pensemos, por ejemplo, en que el indio promedio soporta actualmente 33 días al año con una temperatura superior a los 32 ºC y que ese pronóstico se va a incrementar a 100 días al año para 2100.

“Si los estudiantes de las escuelas públicas de Nueva York están siendo afectados por el estrés del calor, apenas podemos imaginar lo que es para un estudiante de Nueva Delhi”, observa Park.

El calor afecta al cuerpo tanto como al cerebro: conforme aumenta la temperatura, la gente muere. En la India, un aumento de 1.8 grados Fahrenheit en la temperatura diaria promedio causa un incremento de 10 por ciento en la tasa anual de mortalidad. Un solo día adicional de calor produce un aumento perceptible en la mortalidad.

El calor mata también en los Estados Unidos. Un solo día por encima de los 32 ºC aumenta la tasa mensual de mortalidad en más de 1 por ciento, según investigaciones de Olivier Deschenes y otros economistas.

El cuerpo simplemente no funciona tan bien cuando el mercurio asciende en el termómetro. Cuando la temperatura pasa de los 30 ºC, quienes trabajan al aire libre reducen su tiempo bajo el calor en alrededor de una hora. Incluso en las fábricas de automóviles, en su mayoría supuestamente con acondicionamiento de aire, una semana con seis días por encima de los 32 ºC reduce la producción en 8 por ciento.

Lo que quizá sea más sorprendente es que las altas temperaturas parecen causar más violencia.

“La relación es muy clara”, afirma Edward Miguel, economista de la Universidad de California en Berkeley, que ha estudiado el tema. “El clima extremo causa más violencia, más matanzas, más guerras, más disturbios por las tierras en Brasil, más violencia sectaria en la India. Es bastante impresionante que la relación entre clima y violencia se manifieste en todo el planeta.”

El punto de partida es que el calor pone irritable a la gente. Los investigadores han encontrado que en Arizona los días calurosos están relacionados con conductores enojados que tocan el claxon, y que en España hay más pleitos entre automovilistas y choques de autos. Los académicos han sacado cuentas y encontrado que en días calurosos, el lanzador de un equipo de béisbol de las grandes ligas se inclina más a tomar represalias por lo que él considere una ofensa y golpear deliberadamente a un bateador.

“Las altas temperaturas reducen la inhibición de tomar represalias”, señala el estudio.

Los robos no son más comunes en los días calurosos, pero los asesinatos sí suben junto con la temperatura. Del mismo modo, los investigadores descubrieron que es más probable que los agentes de policía saquen su arma y la disparen en las sesiones de entrenamiento llevadas a cabo en días calurosos.

En Tanzania, en cualquier estación del año, a veces se acusa de brujería a mujeres ancianas, que son destazadas o matadas a golpes. Miguel encontró que un clima inusual relacionado con el cambio climático _ ya sea sequía o una fuerte lluvia _ está relacionado con la duplicación del número de esos asesinatos de “brujas”.

Parece que 2016 será el año más caluroso desde que se lleva el registro. Cada uno de los primeros meses de este año rompió el récord como el mes más caluroso de la historia: el enero más caliente, el febrero más caliente, y así sucesivamente. Pero no es solo que el mercurio del termómetro esté al alza. Lo que está sucediendo en esencia es que estamos creando un mundo muy caliente para el que los humanos no estamos bien adaptados.

Así que ya es tiempo de que Trump _ y todos los estadounidenses _ reevalúe la situación. El cambio climático no es un engaño. Y ciertamente no es una conspiración china. A menos que actuemos, estaremos fritos.

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Nicholas Kristof
© The New York Times 2016