La tiranía de vivir en una casa diminuta

NUEVA YORK ⎯ Mi esposo y yo compartimos un departamento de 45.7 metros cuadrados en Cambridge, Massachusetts. Habitamos un “micro departamento”, o lo que a veces es llamado una “tiny house” (una casa diminuta). Esta etiqueta habitualmente se aplica con orgullo a las viviendas de menos de 46.45 metros cuadrados, según Wikipedia. Pertenecemos sin proponérnoslo a una tendencia de moda muy pequeña, parte de un creciente movimiento internacional.
Pero muy en el fondo de costosos armarios hechos a la medida y bajo las camas abatibles estilo New Age, la propaganda a favor de lo pequeño ha ocultado algunas verdades indecorosas sobre cómo vive la otra mitad. Nadie escribe sobre las pequeñas mentiras blancas que ayudan a vender este nuevo y muy pequeño sueño americano.
Aquí, dentro, hemos descubierto que lo pequeño no es tan hermoso después de todo. Como la silenciosa mayoría de otros residentes urbanos promedio o pobres en las ciudades costosas, habitamos en casas diminutas no por decisión, sino porque es todo lo que podemos rentar con nuestro dinero.
Las casas diminutas están en auge. El movimiento, cuyos orígenes los fanáticos a menudo vinculan en espíritu con la cabaña de Thoreau en Walden Pond, se volvió cada vez más popular tras la crisis inmobiliaria de 2008. Vivir en pequeño ha llegado a ser sinónimo de conciencia ambiental y consumismo restringido.
Una casa diminuta es un estado mental, si no es que una religión. La casa diminuta hace buena pareja con otras corrientes culturales contemporáneas. La micro vivienda embona también con la era del minimalismo de Apple. En los listados de bienes raíces, “acogedor” ya no es un eufemismo poco convincente, sino un eslogan codiciado.
Nuestro departamento en Cambridge fue construido en 1961, parte de una primera ola de interés utópico en la vivienda asequible diminuta. Nuestro espacio ocupa la mayor parte del tercio inferior de un edificio de tres pisos y dos unidades. Hay una hilera contigua de nueve de esos edificios ⎯ tamaño pequeño abajo, tamaño familiar arriba ⎯ en nuestra calle. La visión del desarrollador original era que la renta de las unidades inferiores pudiera ayudar a cubrir la hipoteca de las casas de los propietarios en la parte superior.
La característica más impactante de nuestra vida en pequeño es la inevitable y dominante presencia del canasto para ropa sucia de plástico comprado originalmente en Target en 2007. Los objetos ordinarios y vergonzosos como el canasto para ropa sucia adquieren poder en los espacios pequeños; se vuelven tiranos. En una casa más grande, este artículo perfectamente funcional podría permanecer discretamente en un armario o en la lavandería.
Nuestra poco atractiva pieza central de 10 dólares ocupa aproximadamente 0.4 por ciento de la superficie de nuestra casa, pero, visualmente, parece mucho más grande. En un espacio de recámara de otro modo horizontal (un colchón tamaño queen en el piso), el canasto para ropa sucia destaca alto y blanco sobre el resto de la habitación. A menudo me recuerda el Capitolio en Lincoln, Nebraska, una pieza de arquitectura monumental diseñada para dominar en la pradera, para forzar la voluntad del hombre sobre la naturaleza.
Brillantes despliegues de fotos en blogs populares como Tiny House Swoon hacen que la vida en pequeño se vea desproporcionadamente bien. Las casas pequeñas han engendrado una subindustria de medios de tamaño decente. Busque en Amazon útiles tomos como “The How to Guide to Building a Tiny House”. La pantalla grande presenta casas pequeñas. Es posible ver documentales como “Tiny: A Story About Living Small” o “Small Is Beautiful: A Tiny House Documentary”. O “Tiny House, Big Living”, la serie para la pantalla chica, que está en su quinta temporada en la cadena HGTV.
Los boletos para la Conferencia sobre Casas Diminutas (“casas diminutas, una gran conferencia”) en Portland, Oregón, en abril, costaron 349 dólares. El evento incluyó pláticas para inspirarse como “Reduzca su espacio y su vida” y “El futuro del movimiento”. En Charlotte, Carolina del Norte, se puede contratar un entrenador de vida para casas diminutas que ayuda a las personas a hacer la transición.
Ha habido algunos escépticos. En diciembre de 2013, The Atlantic publicó un artículo titulado “The Health Risks of Small Apartments” (“Los riesgos de salud de los departamentos pequeños”). Los resultados que reportó la revista eran inconclusos. Los espacios pequeños podrían representar riesgos sicológicos para algunas poblaciones, pero no para otras. Algunos de los expertos entrevistados por The Atlantic argumentaron que la edad podría importar. Los micro departamentos pudieran ser buenos para los jóvenes, como mi esposo y yo.
La vida en nuestra casa diminuta se caracteriza sobre todo por el aspecto desaliñado. Como las pelusas penetrantes e indomesticables del departamento, la sensación de descuido crece y crece simplemente porque ya existe.
Nadie te advierte que todo se concentra más en una casa diminuta, que el ciclo de vida natural de los objetos se acelera.
Nuestras cosas están envejeciendo más rápidamente que en casas anteriores. Nos sentamos en nuestro único sofá más horas al día que en cualquier vivienda anterior. Los cojines se están destiñendo, los resortes se están hundiendo, las esquinas se están desgastando. Nuestro tapete está pelándose por donde pasamos diariamente, revelando claramente las rutinas repetitivas: ida y vuelta a la cafetera, al sofá, al fregadero, al sofá. Las denudaciones parecen senderos hechos por las vacas sobre la maleza; afrentas invasivas en el paisaje. Todo en nuestra casa diminuta trabaja más, se usa más.
Aquí, incluso los olores ocupan espacio. Una vez hicimos un platillo que requería caramelizar más de un kilo de cebollas. Por horas, las cebollas se derritieron en el sartén. Técnicamente estaban ocupando cada vez menos espacio, pero de algún modo se sentían más intrusivas. En una casa diminuta, el olor de las cebollas endulzadas lentamente es un aroma ineludible y empalagosamente rico; un olor para enloquecer a cualquier hombre, y mujer.
El eau de cebolla se extendió a todo. Se aferró especialmente a las toallas del baño húmedas, y a la ropa lavada que se secaba en la recámara. Nunca estuvimos limpios de nuevo. Recién salidos de la ducha, de inmediato olíamos a cebolla, por la casa diminuta. Durante semanas, el olor a cebollas viejas se convirtió en una de las certezas de nuestra micro vida. El depósito preferido del aroma, me di cuenta eventualmente, fue mi sostén deportivo de poliéster New Age.
“Huele a cebolla”, certificó mi esposo semanas después. “No parece que sea bueno usarlo”. Respondí: “No puedo no usarlo”. Y eso era cierto. Lo usé, pero la tecnología de absorción de la humedad tan genialmente promovida del sostén pareció diseñada para activar las cebollas viejas. Llevé el olor conmigo a la ciudad. Uno realmente nunca puede dejar una casa diminuta; va con uno a todas partes.
Por generaciones, los escritores han advertido que no idealicemos la vida de los pobres. Cuidado con la nostalgie de la boue. Lo pequeño puede no encajar.
Así que soñamos en grande. Sueños de las aspiraciones estadounidenses antiguas, pasadas de moda y políticamente incorrectas en los que se supone que nuestra generación ya no cree. Sueños de detalles de diseño tan vastos que suenan como otros países. Yo sueño con una isla en la cocina. Sueño fuera de esta caja.

Gene Tempest
© 2017 New York Times News Service