Largas filas, silencio, llanto y flores enmarcan el último adiós a Fidel

LA HABANA (apro).- En La Habana, y a modo de último adiós, cubanos de todas las generaciones han desfilado sin parar desde la mañana del lunes ante imágenes de Fidel Castro, y lo han hecho en silencio y con un misterio interior que son el revés de su habitual carácter bullicioso.

Sobrecogidos, parsimoniosos, hicieron largas filas que se extendieron hasta la madrugada del martes 29 y continúan a lo largo de este día, para subir hasta el memorial José Martí, cuya entrada está llena de coronas de flores y donde los recibe una foto del Comandante en Jefe y una guardia de honor. Sus cenizas descansan en el Ministerio de las Fuerzas Armadas, de acuerdo con la televisión cubana.

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La ceremonia de los cubanos despidiéndose de Fidel Castro, que falleció el pasado viernes 25 a los 90 años, dará paso hoy a un gran acto de masas en la Plaza de la Revolución, cuya explanada estaba repleta de sillas esta mañana. Aunque el ritmo incesante con que la gente ha seguido acudiendo hoy a decir adiós al líder histórico de la Revolución hace pensar en la posibilidad de alargar esa ceremonia.

“A mí me parece mentira. Uno pensaba que nunca iba a dejarnos. Ahora me doy cuenta de que pensar así era un disparate, pero nos acostumbramos a tenerlo ahí para todo, como si fuera un brujo, un gurú, un padre”, dice un ingeniero de la aviación de 60 años de edad al salir con los ojos brillantes del salón donde se rinde tributo póstumo a Fidel.

Un hombre de cabello largo y enredado, rostro curtido por el sol y vestido con ropa sucia, acaba de salir también de esa sala, de manera que escucha las últimas palabras de su compatriota y pide con los ojos al reportero que lo atienda. Se acerca y le espeta a la grabadora: “Yo quiero decir algo, por favor: Yo quiero decir que Fidel era como un gran amigo, Fidel era todo, era todo, por eso quiero mostrarle mi sentir a su familia, a Raúl, a los nietos, decirles que pueden contar conmigo, ¡y que viva la Revolución!

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Muchos hombres y mujeres salen sollozando del salón en cuyo centro hay una foto de Fidel con mochila a la espalda y que parece de los tiempos de la guerrilla que desde la Sierra Maestra derrocó al régimen de Fulgencio Batista, en enero de 1959.

La misma imagen está a tamaño gigante al lado derecho del Memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución, el mismo lugar donde fue estampada la imagen de Jesucristo cuando el Papa Juan Pablo II visitó La Habana, en 1998.

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Dos personas se ven igualmente afectadas con el homenaje póstumo a Fidel no son cubanos, sino mexicanos. Novios en la vida personal, Sergio Torres es licenciado en política y gestión social graduado en la Universidad Autónoma Metropolitana, donde trabaja, y Varinia Cortés es psicóloga de esa misma Universidad.

Torres aclara, mientras se enjuga las lágrimas: “para los comunistas latinoamericanos, Fidel fue una guía, un ejemplo, un hombre coherente, siempre con los ideales por delante, y delante de la gente poniendo el pecho”.

Con un hilo de voz clara que le queda por la emoción, recuerda: “nos dijo que sí podíamos hacer un mundo mejor, aun con los obstáculos más grandes, y es posible”.

Decepcionado de los partidos y políticos de su país, opina que Andrés Manuel López Obrador es “de lo menos peor. Pero hablamos de cosas diferentes: Fidel no tiene comparación con la política mexicana”.

Su novia, Varinia Cortés, se calma después de llorar a raudales. Está frente a un potente reflector y por fin logra decirle al micrófono que “sería maravilloso que alguien pudiera hacer en México lo que hizo Fidel aquí, pero van a pasar muchos años para que exista alguien como él. No queda nadie de su estatura. Ni Evo. Ni nadie”.

Y rompe a llorar, y es imposible seguir conversando.

El ambiente de luto y sorpresa se transformará en Cuba con el paso del tiempo e irá acomodando los sentimientos. Aunque los más apasionados, los admiradores más auténticos, entre ellos los que tienen más de 40 años, son más reacios a aceptar que se ha ido, y parecen poco dispuestos a cavar la tumba de Fidel.

Como una mulata de 60 años que ha ido a despedirse acompañada de un nieto de ocho años a quien prepara en el fervor a Fidel porque está convencida, por su propia experiencia, de que se lo debe todo a él, “y por eso seremos fidelistas hoy, mañana y siempre”, dice.