Las tierras de Rusia, sí no sus residentes locales, atraen a los agricultores chinos

POLO OPYTNOE, Rusia _ Trepado en la cabina de un tosco tractor ruso, Li Chengbin, agricultor campesino de 62 años de edad originario de China, conducía dando vueltas y vueltas en círculos cada vez más amplios, arando un campo para prepararlo para plantarlo; y regocijándose por las oportunidades ofrecidas por tierras indómitas en el Lejano Oriente ruso casi inhabitado.

En China, dijo, nunca tuvo una parcela que siquiera se acercase al gran tamaño de la extensión de 33 hectáreas que él y su hijo cultivan ahora en Rusia. La gran mayoría de los 300 millones de campesinos de China apenas tienen una hectárea. La granja familiar de Li en China es incluso más pequeña.

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“En China, toda esta tierra me convertiría en el agricultor más grande del país”, dijo Li, tirando de una oxidada palanca para intentar hacer que su destartalado tractor fuera más rápido. Él y su hijo habían comprado el tractor, junto con otro decrépito equipo de agricultura, de entre los restos de una desaparecida granja colectiva de la era soviética.

Obtuvieron sus tierras mediante un arreglo con una mujer local que alquila la ex propiedad agrícola estatal y permite a Li y su hijo, Li Xin, cultivarla a cambio de dinero en efectivo.

El clima, abrasador en el verano y por debajo del punto de congelación en el invierno, no es mucho peor que a lo que están acostumbrados en el norte de China. Pero, debido que la mayor parte de la tierra pantanosa del lado ruso de la cercana frontera nunca ha sido drenada, el área está infestada de gigantescos mosquitos y otros insectos molestos. Un enjambre de avispones, atraído por el calor generado por el tractor de Li, envolvió al vehículo en una nube negra.

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Entre los nacionalistas rusos en Moscú y otras ciudades en el oeste del país, la presencia de los agricultores chinos en territorio ruso en el Lejano Oriente ha suscitado un frenético temor a una furtiva toma de poder china. Es una obsesión perenne que, pese a relaciones cada vez más cordiales entre los dirigentes de ambos países, sigue preocupando a muchas mentes rusas.

Sin embargo, aquí en el Lejano Oriente, funcionarios locales y muchos residentes, si bien se quejan de que no pueden mantener el ritmo de los hábitos laborales chinos, suelen ver a China y su vasta reserva de mano de obra industriosa como la mejor esperanza para desarrollar regiones empobrecidas que a menudo se sienten abandonadas por Moscú.

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“Nuestra propia gente se ha echado a perder”, dijo Lyudmilla Voron, directora del concejo local para el distrito que abarca a Polo Opytnoe y otras cuatro aldeas en la Región Autónoma Judía, un área en Rusia contigua a la provincia china de Heilongjiang. “Los hombres beben demasiado y no quieren trabajar”.

Los residentes locales, dijo, “tienen mucho que aprender de los campesinos chinos”.

Agregó que no existían cifras reales del número de chinos que trabajan en el área como jornaleros contratados de tiempo completo para terratenientes rusos, jornaleros de temporada o como agricultores en tierras que alquilan para sí mismos. Sin embargo, agregó Voron, una cosa quedó abundantemente clara en una región que fue creada originalmente por Stalin en los años 30 como lo que sería una patria judía: “Definitivamente, aquí hay muchos más chinos que judíos”.

Con una población rusa de apenas 1,716 personas, al distrito de Voron solo le quedan dos familias judías _ todas las demás se mudaron a Israel u otras partes ¬_ pero tiene cientos de chinos.

Su hija, Maria, quien es la jefa de administración del distrito, se quejó de que muchos chinos trabajaban sin registro y “duermen en los campos”. Pero ella, también, elogió su ética laboral. “Todos trabajan como locos”, dijo, alabándolos por convertir tierras que solían estar ociosas en granjas productivas.

Los hombres de la localidad, muchos de ellos alcohólicos, se muestran menos entusiastas y maldicen a los chinos por levantarse demasiado temprano, usar demasiado fertilizante químico y trabajar la tierra excesivamente. Recientemente, la administración del distrito recibió un video de un enojado residente que mostraba un campo trabajado por chinos repleto de limo azul-gris presuntamente creado por sustancias químicas y un proyecto de irrigación que salió mal.

La jefa de distrito dijo que había enviado el video a la oficina del fiscal para una investigación.

Los chinos empezaron a mudarse al otro lado del río Amur para arar la tierra en Rusia en cantidades considerables tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. La afluencia mayormente sin control generó protestas de los políticos nacionalistas en Moscú.

Vladimir Zhirinovsky exigió que todos los migrantes chinos sean deportados del Lejano Oriente de Rusia. Stanislav Govorukhin, un director cinematográfico, hizo una película advirtiendo que China se estaba haciendo del control y escribió un libro alegando que el Lejano Oriente estaba experimentando una “sinoficación masiva” y pronto sería más chino que ruso.

El presidente Vladimir Putin, con la mirada puesta en China para añadir un poco de chispa a la debilitada economía de Rusia y para demostrar a líderes occidentales que no los necesita, ha intentando apaciguar la campaña de promoción del miedo. Sin embargo, Rusia aún tiene espasmos de accesos de sentimientos contra China.

Cuando las autoridades en la región TransBaikal a lo largo de la frontera de China anunciaron el año pasado que planeaban alquilar alrededor de 115,000 hectáreas no utilizadas a una empresa china para la producción de granos, el trato propuesto desató una tormenta de protestas, principalmente en los distantes distritos europeos de Rusia. El plan parece haberse estancado.

Bajo la dirigencia de Putin, quien llegó al poder por primera vez a fines de 1999, las autoridades rusas han intentando y, en cierta medida, tenido éxito en recuperar el control del flujo de migrantes provenientes de China. Introdujeron un sistema de cuotas para los trabajadores chinos y canalizaron buena parte de la actividad trasfronteriza a través de entidades controladas por el Estado.

A menudo se violan las reglas, y la corrupción oficial dificulta la aplicación de las leyes. Al mismo tiempo, el temor a que una imparable ola de chinos se apodere de las tierras orientales de Rusia tiene su origen en la nacionalista formación de mitos, no en la realidad, dijo Iván Zuenko, investigador por la Universidad Federal del Lejano Oriente en Vladivostok, quien ha estudiado la participación china en la agricultura rusa.

“Moscú y San Petersburgo no saben nada sobre el Lejano Oriente y creen que todos los chinos quieren venir aquí”, dijo, y añadió que los residentes locales “se dan cuenta de que China equivale a empleos y salarios”.

Andrew Higgins
© 2016 New York Times News Service