Los días de enfermedad de Hillary Clinton

© 2016 New York Times News Service

Antes de que ahondemos en los tosidos que se oyeron por todo el mundo y el embeleso que cambió la historia, un poco de perspectiva:

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Postularse para presidente no es difícil. Es brutal. Lo raro no es que uno de los candidatos sucumbiera a alguna enfermedad y fuera obligado a salir del trayecto de campaña durante unos pocos días. La rareza es que no caigan como moscas todos los candidatos.

Lo que pedimos de ellos es menos preparación que mortificación, tanto física como psicológica. Entre discursos formales y mítines informales y sesiones informativas y recaudaciones de fondos, así como largos vuelos y cortos recorridos en autobús, abrazos en cafeterías y aglomeraciones en la feria estatal, ellos soportan días de 20 horas en los que apretujan el doble de ese número de horas de trabajo. Son milagros de la perseverancia, a grado tal que cierto nominado demócrata de 68 años puede recibir un diagnóstico de neumonía y pronunciar un gran discurso (aunque un tanto apagado) en un evento para reunir fondos esa misma noche.

Su vigor no es un problema, tan solo su cordura.

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No hemos aprendido nada nuevo sobre la propensión de Hillary Clinton a los secretos. Lo hemos hecho confirmar… por enésima vez. Su autoprotección es una perversa forma de autodestrucción. Raya en lo patológico. Sin embargo, es algo que la mayoría de los electores aceptaron o rechazaron en algún punto a lo largo del horizonte de un cuarto de siglo, desde el denominado Travelgate hasta sus mensajes de correo electrónico. Ni desplomarse en la acera ni una ronda de antibióticos va a cambiar eso.

Su falta de transparencia bien pudiera ser una descalificación si su oponente fuera el equivalente político de un vidrio que acaba de ser limpiado con Windex. Su oponente es el equivalente de un automóvil densamente blindado.

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Donald Trump no nos quiere enseñar sus impuestos. No quiere arrojar luz sobre su actividad filantrópica o los procedimientos de su organización de caridad, la cual, con base en el magnífico informe de David Fahrenthold en el Washington Post, opera de una manera que se exagera grotescamente a sí misma.

Él está prometiendo más información detallada de salud y sentarse largo y tendido con el Dr. Oz, quien es Trump con estetoscopio, abordando cuestiones de gran seriedad con gran estupidez. (Ahora viene: La Juez Judy oye la demanda de la Universidad Trump.)

Sin embargo, lo que Trump presentó anteriormente – unas pocas oraciones efusivas de un facultativo que más tarde reconoció que las había preparado de pasada – era una tarjeta del Día de San Valentín haciéndose pasar por medicina. Me sorprende que no hubiera corazones y cupidos en los márgenes.

Aparte de eso, no existe evidencia de Trump como Hércules. Más como Nerón, con una camarilla de aduladores abanicándole y pelando sus uvas.

Él es el maestro de telefonear a programas noticiosos en vez de aparecer en el plató, lo cual requeriría de mayor esfuerzo. Con frecuencia ha hecho solo un evento al día, cerca de un aeropuerto, para que pueda volar a casa en su lujoso jet privado y dormir en su propia y cómoda cama. Es la rara excepción a la ardua lista que describí arriba. Durante las primarias, fue toda una noticia cuando él finalmente se quedó a dormir en un hotel de cadena en Iowa y, ese mismo fin de semana, se sentó durante los 60 minutos que dura un servicio en la iglesia. Alabado sea el Señor y pasen el Gatorade.

Aunque su cabello se niega a aceptarlo, él tiene 70 años de edad, y si hay filmaciones de él por ahí haciendo el ejercicio P90X, me lo perdí. Yo lo he visto jugando golf, lo cual no es mucho más exigente en términos aeróbicos que el backgammon.

Todo esto lo convierte en un detractor singularmente ineficaz de la salud de Clinton. Además, sus representantes y partidarios están echando a perder el argumento al exagerarlo. Si los oímos hablando, ella es un cadáver animado solo esporádicamente, una mezcla de “Weekend at Bernie’s” y “The Candidate”. Ellos se van a ver ridículos cuando ella se pare sólidamente sobre el escenario del debate durante 90 minutos y hable en oraciones más plenas, más coherentes y más gramaticales que las de él.

Por supuesto, los sucesos pudieran desarrollarse de otra manera. Ella podría tener un debate tan terrible que los negadores de su salud serían el menor de sus problemas. Ella podría continuar luchando con una enfermedad, comprometiendo la intensidad con la que se planta en paradas de campaña. Podría quedarse corta con respecto a los registros médicos adicionales que, correctamente, ella ha prometido compartir, sacándole el mensaje a su campaña incluso una vez más. Ella podría tener un padecimiento latente… como Trump podría.

Sin embargo, no tenemos más prueba de su incapacidad física para la presidencia de lo que teníamos hace una semana. No hay un solo vínculo claro entre el coágulo de sangre de 2013 y el desvanecimiento del domingo.

Lo que tenemos es un ejemplo agravado por el estrés de fragilidad por parte de uno de dos ciudadanos de la tercera edad participando en una maratón. ¿Realmente eclipsará eso la otra dinámica de la contienda?

En un sondeo reciente del Washington Post y el Noticiario de ABC, solo 36 por ciento de los encuestados dijo que Trump estaba calificado para ser presidente. No puedo imaginar a nadie en el otro 64 por ciento razonando: “Él es ignorante, pero tan robustamente ignorante. Un mentiroso, pero vaya que es uno fuerte. Olviden esas invectivas llenas de odio; miren esos niveles de colesterol”.

No puedo ver los accesos de tos de ella excusando las rabietas de él, que dan más miedo y es más difícil curarlas.

Frank Bruni
© The New York Times 2016