Los magos de las matemáticas de la carrera espacial ocultos de la historia

HAMPTON, Virginia.- Mientras crecía aquí en los años 70, a la sombra del Centro de Investigación Langley, donde los empleados ayudaron a revolucionar los vuelos aéreos y a llevar a los estadounidenses a la luna, Margot Lee Shetterly tenía una idea bastante fija de cómo se veían los científicos: eran de clase media, afroamericanos y trabajaban en la NASA, como su papá.

Pasarían años antes de que se diera cuenta de que esto distaba mucho de ser la norma estadounidense. Y que muchas mujeres en su ciudad natal desafiaban la convención también, al tener carreras vibrantes y, para la mayoría de los estándares, inusuales.

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Afroamericanas y mujeres, docenas habían trabajado en la agencia espacial como matemáticas, a menudo bajo las leyes segregacionistas de Jim Crow, calculando trayectorias cruciales para los cohetes mientras eran separadas de sus contrapartes blancos. Durante décadas, conforme la carrera espacial convertía en héroes a los astronautas de cara larga, las historias de esas mujeres paso en gran medida inadvertida.

Cuatro de ellas son los personajes del primero libro de Shetterly, “Hidden Figures”, una historia dada a conocer en septiembre por William Morrow. El libro recibió un primer brote de atención porque su versión cinematográfica, protagonizada por Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe, está programada para estrenarse a fin de año y formar parte de las nominadas al Oscar. Los derechos para la película fueron adquiridos semanas después de que Shetterly vendiera su propuesta de libro en 2014, y mucho antes de que empezara a escribir el libro en serio, un giro desorientadoramente rápido, aunque estimulante.

“Lo emocionante para mí sobre el libro, y la película, es que esta es una historia estadounidense que vamos a ver a través de los rostros de estas mujeres”, dijo Shetterly durante una reciente visita a Hampton, que se ubica en el extremo sudoriental de la península de Virginia, rodeado por aguas azul verdoso y barcos de la Armada. “Es una historia tan estadounidense como si la contaran John Glenn o Alan Shepard”.

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A Shetterly se le ocurrió la idea para el libro hace seis años, cuando ella y su esposo, Aran Shetterly, que entonces vivían en México, estaban de visita con los padres de ella aquí. La pareja y el padre de Margot Shetterly estaban paseando en la camioneta de él cuando mencionó, muy casualmente, que una de las ex maestras de la escuela dominical de Shetterly había trabajado como matemática en la NASA, y que otra mujer que ella conocía calculaba trayectorias de cohetes para astronautas famosos.

Shetterly recuerda que su esposo se animó y preguntó por qué nunca había escuchado esta historia antes. “Sabía que había habido mujeres trabajando en la NASA como matemáticas e ingenieras”, dijo Shetterly, “pero necesité que alguien externo dijera: ‘Espera in minuto’, para que yo viera la historia ahí”.

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Dos de las mujeres en que se enfocaría siguen viviendo en el área. Christine Darden, ahora de 73 años de edad y retirada, había dejado de trabajar en el grupo de computación de la NASA para encabezar investigación sobre estampidos sónicos. Katherine Johnson, quien recientemente cumplió 98 años, vive en una casa de retiro con su esposo desde hace 57 años, James A. Johnson, y está disfrutando un reciente aumento de su fama. Ella calculaba trayectorias de cohetes para las misiones Mercurio y Apolo, y el año pasado el presidente Barack Obama le concedió personalmente la Medalla Presidencial de la Libertad por su vida de trabajo.

Darden y Katherine Johnson aún socializan, y en un reciente día de verano, hecho sofocantemente cálido por una ola de calor, se reunieron para jugar bridge en el departamento de Johnson. (Johnson y su pareja de juego ganaron.) Shetterly también las visitó, y les regaló a ambas mujeres un primer ejemplar de su libro.

“Fantástico”, dijo Darden, mientras Johnson, cuya vista está fallando, miraba de cerca la portada con una ligera sonrisa.

Sin embargo, al preguntársele cómo se sentía por la próxima película, en la cual ella es interpretada por Henson, en el papel estelar, Johnson se puso solemne. (Darden no es mostrada en pantalla, ya que la cinta se enfoca en los años que precedieron a su llegada a la NASA.)

“Me da escalofríos”, dijo Johnson. Había oído, dijo, que la película podía modificar los hechos, y que su personaje posiblemente se mostraría como agresivo. “Yo nunca fui agresiva”, dijo Johnson.

Shetterly recordó a Johnson su persistencia a fines de los años 50, cuando exitosamente presionó a su supervisor para que la admitiera en las reuniones tradicionalmente masculinas. “Usted tomó las cosas en sus propias manos”, dijo Shetterly. “Para otras mujeres, fue una revelación”.

Johnson dijo: “Bueno, nunca esperé por algo. Recuerdo haber preguntado: ‘¿Existe una ley?’ Y él dijo: ‘Déjenla entrar’. Era más fácil que discutir”.

Al escucharlo, uno de las asistentes de salud de Johnson río entre dientes. “Sí”, dijo. “Esa es la Katherine Johnson que conozco”.

Aunque evidentemente sus historias son notables, tanto Darden como Johnson siguieron mostrándose discretas al describir sus carreras, una actitud que parece haber prevalecido entre sus colegas.

Ann Hammond, cuya madre, Dorothy Vaughan, fue una de las primeras mujeres afroamericanas en ser contratadas por lo que entonces se llamaba Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica (o NACA, por su sigla en inglés), en 1943, dijo que su madre nunca quiso una palmadita en la espalda. Vaughan murió en 2005 a los 98 años de edad, y es interpretada en la película por Octavia Spencer.

“Mi padre probablemente diría: ‘Simplemente estaba haciendo mi trabajo’”, dijo Hammond, de 80 años, hablando en el bungaló de Hampton donde creció con sus cinco hermanos.

Pero qué trabajos eran. Aunque los recortes al presupuesto militar y las órdenes de embargo han perjudicado a la economía aquí en las últimas décadas, hace unos 75 años la hambrienta maquinaria de tiempo de guerra necesitaba hombres, y mujeres, para cubrir sus mermadas filas. Esto ayudó a abrir la puerta a las matemáticas afroamericanas, que eran reclutadas a través de tableros de avisos de empleo y anuncios en los periódicos. ¿El título de su empleo? “Computadoras de color”.

Johnson, erudita en matemáticas, se graduó con honores de lo que ahora es la Universidad Estatal de Virginia Occidental a los 18 años, y se enteró del empleo a través de una conexión familiar. Darden, quien fue a la universidad en el Instituto Hampton y obtuvo una maestría en matemáticas en el Colegio Estatal de Virginia, fue contratada para ser analista de datos de la NASA recién salida de la escuela de posgrado en 1967, y luego se convirtió en ingeniera aeroespacial.

El auge militar duró décadas, permitiendo a las mujeres y sus familias tener lo que Hammond describió como una buena vida, pese a soportar las indignidades de la segregación en los primeros años; trabajando, comiendo y usando baños aparte de sus colegas blancos.

Shetterly descubrió en su investigación que los líderes de la agencia especial estaban bien conscientes de los efectos negativos de la segregación. Cuando Virginia empezó a combatir vigorosamente la desegregación en las escuelas públicas en 1956, un superior expresó preocupación por el rostro que Estados Unidos, con sus problemas raciales en marcha, estaba presentando al mundo, usando palabras que aún tienen resonancia actualmente.

“Al tratar de ofrecer liderazgo en acontecimientos mundiales, es necesario que este país indique al mundo que practicamos la igualdad para todos dentro de este país”, dijo el representante legal de la NACA, Paul Dembling, en un memorando ese año. Dos años después, el grupo de computación segregado fue desintegrado.

A través de todo esto, según la mayoría de los relatos, las mujeres afroamericanas en la NASA conservaron la frente en alto.

“Toda su vida, mi madre nunca se sintió superior y nunca se sintió menos que alguien más”, dijo Joylette Hylick, la mayor de las tres hijas de Johnson. “No permitió que esto se entrometiera en su camino”.

 

Cara Buckley © 2016 New York Times News Service