Los refugiados aprenden una nueva palabra desconocida: Bienvenidos

TORONTO. Un helado día de febrero, Kerry McLorq llegó en su coche a un hotel cerca del aeropuerto para recoger a una familia de refugiados sirios. Ella era cauta por naturaleza, con un empleo en el que revisa datos de seguros, pero nunca había hablado con la gente que estaba a punto de vivir en su sótano.

“No sé siquiera si ellos saben que existimos”, comentó.

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En el hotel repicó el teléfono de la habitación de Abdullah Mohammad y el intérprete le pidió que bajara a la recepción. Las únicas pertenencias de sus hijos estaban en bolsas de plástico rosas y los documentos de la familia se encontraban en una bolsa de papel con una bandera canadiense impresa. Le dijeron que sus patrocinadores habían llegado pero él no tenía idea de lo que significaba eso.

Por todo Canadá, ciudadanos comunes y corrientes, afligidos por las noticias de niños ahogados y el rechazo de refugiados desesperados, están interviniendo en uno de los problemas más apremiantes del mundo. Su país les permite una facultad y una responsabilidad excepcionales: pueden formar grupos pequeños y reubicar personalmente _ básicamente adoptar _ a familias de refugiados. Tan solo en Toronto, las madres de los equipos de hockey, los amigos que salen juntos a pasear a sus perros, los clubes de lectura, los amigos que juegan juntos al póquer han formado círculos para adoptar familias sirias. El gobierno canadiense precisa que oficialmente los patrocinadores se cuentan por miles, pero los grupos tienen muchos más miembros.

Cuando McLorq entró en el vestíbulo del hotel para conocer a Mohammad y a su esposa, Eman, llevaba una carta que explicaba cómo funciona el patrocinio: durante un año, ella y su grupo aportarían apoyo financiero y práctico, desde subsidiar las comidas y la vivienda y proporcionarles ropas, hasta ayudarlos a aprender inglés y encontrar trabajo. Su grupo ya había recaudado más de 40,000 dólares canadienses (unos 30,700 dólares estadounidenses), seleccionado un departamento, hablado con una escuela y localizado una mezquita cercana.

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McLorq, madre de dos adolescentes, se abrió paso por el atestado vestíbulo, una especie de purgatorio para los sirios recién llegados. Otro miembro del grupo sostenía un letrero de bienvenida que ella había escrito en árabe. Sin embargo, luego cayó en la cuenta de que no sabía si el letrero estaba bien o con las letras de cabeza. Cuando llegó la familia Mohammad, McLorq le pidió permiso para estrecharle la mano y ver a la gente que estaba frente a ella, que había dejado de ser una serie de nombres en un formulario. Abdullah Mohammad se veía mayor que sus 35 años. Su esposa era inescrutable, tocada con una niqab que le tapaba el rostro, salvo por una estrecha ranura a la altura de los ojos. Los cuatro hijos, todos de menos de diez años, llevaban chaquetas que les habían donado, todavía con la etiqueta puesta.

Para los Mohammad, que habían estado en Canadá menos de 48 horas, era aún más difícil interpretar lo que veían a su alrededor. En Siria, Abdullah había trabajado en la tienda de su familia y Eman era enfermera. Pero después de estar tres años apenas sobreviviendo en Jordania, no estaban acostumbrados a ser aceptados ni bienvenidos. “¿Quiere decir que vamos a dejar el hotel?”, preguntó Abdullah, preguntándose para sus adentros qué podría querer esa gente a cambio.

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Buena parte del mundo está reaccionando a la crisis de los refugiados _ 21 millones de personas desplazadas de su país de origen, casi 5 millones de ellas procedentes de Siria _ con titubeos u hostilidad. Grecia devolvió a Turquía a los desesperados refugiados; Dinamarca les confiscó sus objetos de valor; y la misma Alemania, que le abrió las puertas a más de medio millón de refugiados, ahora está batallando con la creciente resistencia en su contra. La ansiedad en general por la inmigración y las fronteras fue uno de los motivos por los que los británicos recientemente decidieron dar el extraordinario paso de votar para salirse de la Unión Europea.

En Estados Unidos, aun antes de que la masacre de Orlando generara renovados temores por los terroristas que actúan como “lobos solitarios”, la mayoría de los gobernadores republicano dijeron que bloquearían a los refugiados sirios pues algunos podrían ser peligrosos. Donald Trump, el presunto candidato republicano a la presidencia, ha propuesto que se impida la entrada al país a todos los musulmanes y recientemente advirtió que los refugiados sirios podrían “causar grandes problemas en el futuro”. El gobierno estadounidense prometió recibir 10,000 sirios para el 30 de septiembre, pero a la fecha solo ha admitido como a la mitad.

Sin embargo, al otro lado de la frontera, el gobierno canadiense apenas puede darse abasto con la demanda para recibirlos. Muchos voluntarios se sintieron llamados a la acción por la fotografía de Alan Kurdi, el bebé sirio cuyo cadáver fue arrastrado por las olas a una playa turca. Él solo tenía una débil conexión con Canadá _ su tía vive cerca de Vancouver _ pero su muerte causó una recriminación tan fuerte que ayudó a elegir a un primer ministro idealista y favorable hacia los refugiados, Justin Trudeau.

Los impacientes aspirantes a patrocinadores _ “una multitud furiosa de hermanitas de la caridad”, como dijera el periódico The Star _ han estado buscando más familias. El gobierno canadiense se comprometió a aceptar a 25,000 refugiados sirios y después elevó el total en decenas de miles.

“No podemos darles refugiados a todos los canadienses que quieren patrocinarlos”, señaló en entrevista John McCallum, ministro de inmigración del país.

Los defensores del patrocinio consideran que los ciudadanos privados pueden lograr más que el gobierno, elevando el número de refugiados admitidos, guiando a los recién llegados con más eficacia y resolviendo el problema de reubicar a los musulmanes en los países occidentales de la mejor manera. El miedo es que todo este esfuerzo tenga un final feo y los canadienses den la impresión de ser demasiado inocentes.

Los sirios se someten a examen y muchos patrocinadores y refugiados se dan por ofendidos ante la noción de que pudieran ser peligrosos, señalando que ellos mismos son víctimas del terrorismo. Pero funcionarios estadounidenses han señalado que es muy difícil rastrear la actividad en la caótica y multifacética guerra civil siria. Varios miembros del Estado Islámico que participaron en los ataques de París en 2015 llegaron de Siria a las costas europeas haciéndose pasar por refugiados.

Algunos de los refugiados en Canadá vienen de medios de clase media y alta. Pero muchos se enfrentan a un duro camino hacia la integración, sin dinero propio, con pocas perspectivas de empleo y enormes brechas culturales. Algunos ni siquiera habían oído hablar de Canadá antes de llegar aquí.

Y los voluntarios no pueden prever por completo a lo que pueden enfrentarse: el choque por la expectativa de que trabajen las mujeres sirias, las tensiones por la forma en que se gasta el dinero, familias que siguen siendo dependientes una vez concluido el año y, en general, desacuerdos con los grupos patrocinadores.

Como sea, a mediados de abril, solo ocho semanas después de su primer encuentro con McLorq, la familia Mohammad tenía un departamento en el centro con una cocina reluciente, los niños tenían bicicletas que montaban en el patio y una bandera canadiense pegada en la ventana.

Abdullah Mohammad busca las palabras adecuadas para hablar de lo que los patrocinadores hicieron por él. “Es como si hubiera estado atrapado en un incendio y ahora estuviera a salvo en el agua.”

Todavía hay algunos choques culturales. Cuando Abdullah Mohammad llevó a los niños a una piscina pública, se topó con una mujer en un diminuto bikini. “Me alejé corriendo”, diría después. “Nunca en mi vida había visto algo como eso.”

A mediados de mayo, al término de una reunión de rutina de los patrocinadores con la familia Mohammad, McLorq reveló una noticia acerca de ella misma: tiene cáncer de mama. Ahora que se va a someter a cirugía, es ella la que se siente vulnerable y los sirios son los que están al pendiente de ella.

Ellos le llevaron flores y chocolates; los otros patrocinadores, ahora curtidos en la logística de la atención, se ofrecieron para llevarle comida y ayudarla en otras áreas. “No tenía la intención de establecer mi propio grupo de apoyo, pero ahora tengo uno”, comentó McLorq.

Bayan y Batoul, los dos hijos mayores de los Mohammad, hicieron tarjetas usando el mismo juego de acuarelas que usaron los patrocinadores para hacer los letreros de bienvenida el primer día que se reunieron en el hotel del aeropuerto. A la mañana siguiente después de la operación de McLorq, cuando bajó a la sala de su casa, las tarjetas fueron lo primero que vio.

Jodi Kantor and Catrin Einhorn
© 2016 New York Times News Service